Pasados unos días tras la escalada de Crisálida, una mañana desperté como pescador en una balsa de aceite. La contemplación era mi único objetivo.
Una desgarradora canción de Lisabö «Hitzak aldatzen dira«, se había convertido en el único guion que era capaz de interpretar en ese momento.
«Gorputzak Gastatzen dira. Ideiak gastatzen dira. Hitzak gastatzen dira.
Oroimenak gastatzen dira. Koloreak isiltzen dira.
Zure nahiak mahai gainean barreiatzen dira.
Eusten dute gorputzek. Zirgil egiten dute ideiek. Itotzen dira hitzak.
Okertzen dira oroimenak. Galtzen dira sentimenduak.
Ametsak beldurrerantz labaintzen dira astiro: Eta nik denbora osoan maite zaitut».
«Los cuerpos se gastan. Las ideas se gastan. Las palabras se desperdician.
Los recuerdos están disfrazados. Los colores están apagados.
Tus deseos están esparcidos sobre la mesa.
Los cuerpos aguantan. Las ideas se estremecen. Las palabras se enfrían. Los recuerdos se pierden. Los sentimientos se pierden. Los sueños lentamente se convierten en miedo: y te amo todo el tiempo».
Cuando compartes una escalada y esta vuela por fin libre, los sentimientos son contrapuestos. Una madre yerma de avanzada edad, ve partir a su niño que ya es un hombre.
Volver tras sus pasos a la penumbra con la vida en un bolsillo y una parte de su corazón en el otro. Encerrado en casa la ansiedad me abordaba y me costaba leer el mensaje.
¡Ojalá no te hubiera visto nunca!
Tuve claro, nada mas despertar a la mañana siguiente de la apertura de Crisálida, quién salió volando de aquella Crisálida. Es ese amor verdadero que tanto anhelamos, aquel que tanto soñamos y a menudo unos afortunados encontramos. Aquel que nos quema con el mejor de los abrazos, que recuerdas a cada momento pero que eres incapaz de mantener eternamente.
La reseña ya avisaba bien claro: debemos de buscar la ruta tras lluvias o nieve húmeda, tras la cual una noche despejada y gélida consiga helar la nieve en esta nevera en la que si no la temperatura no es capaz de transformar la nieve.
El pasado domingo subí guiando al valle y encontré unas condiciones excepcionales. No debí tentar al destino tan alegremente. La profecía había seguido al pie de la letra mis palabras, pero esta vez para regalarme una línea excepcionalmente única.
El ala W de Crisalida se había formado.
Me costó mucho tomar la decisión de meterme a la vía en solitario. Estaba muy acojonado. La visión del ala W desde la E de Crisálida realmente impone. La pared cae a plomo hasta el fondo del valle.
Utilicé todos los comodines posibles, el destino estaba escrito. Nadie podía o se animaba. El desayuno en casa parecía estar escrito en un guion. Al llegar a la cabaña de Otal, me costó una hora tomar la decisión de echar a andar. Analizaba y sopesaba cualquier pro y contra. Probaré… y así, probando y probando, finalmente llegué a la base de la pared donde primeramente escalé en solo para situarme bajo el bastión que separa la Crisálida en el ala E y W.
Unas luces habían aparecido en el valle cuando yo ascendía a medio camino. Eran Nacho, Carlos y Kike desde Jaca. Jugué mí último comodín, pero ellos prefirieren escalar la E de la pared.
La descripción de los largos y el relato del viaje en ese pequeño paredón se me ha ido de las manos y no entra en esta publicación dada su larga extensión, por lo que, quien quiera todos los detalles, puede leerla en la web de Guías de Torla, pero puedo adelantar que la vía resultó muy intensa.
El ala E ya cuenta con la primera repetición y según comentan Nacho, Kike y Carlos, es muy buena. Ellos sugieren grado M8 y yo, tras escalar lo que me quedó en libre, coincido. El ala W a mi entender es excepcional, una ruta que me ha exigido lo mejor de mí y tardaré mucho tiempo en olvidar. Está limpia, solo 3 pitones corrompen su naturaleza salvaje.
El 25 de enero de 2024, luna de lobo, volví a aquella cabaña, mi segundo hogar. Me acurruqué en su suelo hace tantos años… La paleta de colores se extiende hasta el firmamento, los pétalos helados que caen de la pared se entremezclan con el polen que desprende la mariposa. Aletea, se prepara mientras una sinfonía acompasada y casi imperceptible se proyecta desde la pared al valle, son los tintineos de los pétalos helados que resuenan al caer. ¡Qué espectáculo!
En la cima hay dos lunas, aquellas que han acompañado desde sus orígenes a este niño que habita en mi interior.
De la Crisálida por fin han emergido sus dos alas.
Solo sé, en la soledad del valle, en esta maravillosa luz que proyectan estas dos almas gemelas, que puedo entender la necesidad de la una y la otra. Me siento afortunado porque todo cobra sentido para mí y quiero creer que el destino me ha protegido estos años para ello.
Llámese Crisálida, la historia de dos caminos que por fin se encuentran.
