Javi Guzmán, Cristian García y Álex González ya han demostrado en Pirineos y Picos de Europa que son jóvenes de gran talento y con un futuro prometedor, gracias a ascensiones como la repetición del Diedro Narayán en la cara norte del Margalida o con sus ocho ascensiones al Picu Urriellu en el día. Ahora se han embarcado en su primera aventura patagónica y una de sus primeras actividades ha sido ascender el Cerro Chaltén (Fitz Roy) a través de la emblemática ruta Afanassieff del tirón.
Echando mano de un estilo ligero y con la temeridad de quienes todavía no han vivido en sus propias carnes las particularidades de las condiciones de la Patagonia, aprovecharon una corta ventana de buen tiempo para lanzarse a por ese histórico y ambicioso objetivo. La larguísima línea de la vía Afanassieff resigue el filo noroeste del Cerro Chaltén y fue ascendida por primera vez hasta la cima por los franceses Jean y Michel Afanassieff, Guy Abert y Jean Fabre en diciembre de 1979.
Fue repetida por primera vez en 2006 y, con el paso de los años, se ha convertido en una de las rutas más emblemáticas de la montaña. Entre las ascensiones más remarcables figuran el solo integral de Jim Reynolds en 2019 (subió y bajó en unas 15 horas) o la rápida subida y bajada de Colin Haley y Austin Siadak, en menos de 24 horas.
Javi Guzmán nos relata a continuación su aventura con Cristian García y Álex González, con todos los detalles y la satisfacción de haber regresado sanos y salvos después de pasar por una montaña rusa de emociones:
Fitz Roy por la Afanassieff (1.550 m 6a+) en estilo non stop
Esta aventura comenzó hace nueve meses, cuando Cristian, Álex y yo nos unimos en cordada para emprender una serie de exigentes escaladas. Para mantener la motivación alta y una exigencia constante y progresiva en nuestras actividades, nos propusimos un viaje a Patagonia en la siguiente temporada y, después de mucho trabajo, aquí nos encontramos ahora.
El primer día pudimos hacer una primera actividad en el día a la Aguja de la S por la vía Austríaca (50° 350 m V+) en 18 horas del Chaltén al Chaltén, lo que nos sirvió para ubicarnos y catar el terreno y las dificultades específicas del lugar.
Apenas nos terminábamos de recuperar cuando vimos una ventana de día y medio aproximarse para el sábado. Valorando opciones, tal vez tomamos una decisión más desde el corazón que desde la sensatez, y decidimos atacar el Fitz Roy por una de sus vías más largas, la Afanassieff, en la cara noroeste, donde azota el viento.
La única carta que podíamos jugar era la de ir ultra ligeros y correr por la vía al tope de nuestras capacidades. Cuando los locales nos preguntaban qué queríamos hacer y se lo contábamos, no entendían nada; mucha gente nos había asegurado que hacía falta una ventana de tres a cinco días para esa montaña y que estábamos siendo demasiado optimistas con el conjunto del plan. Nosotros, humildemente, no exponíamos argumento en contra; nos limitamos a aligerar al máximo nuestra mochila.
El viernes nos quitamos más de 1.000 metros de desnivel con una ventolera que no animaba nada a subir la cima hacia la que nos acercábamos. Una parte de la cabeza se ilusionaba con la versión optimista de la aventura, pero otra parte más racional no sabía lo que estábamos haciendo. Si alguien se aventura en una locura y falla, es considerado un loco, pero si le sale bien automáticamente se convierte en un genio. No sabíamos si era más genialidad o estupidez, pero para allá íbamos…
Dormimos en tienda algo más de tres horas y a las 00:15 h suena el despertador. A las 01:15 h abandonamos todo lo prescindible para venir otro día a recogerlo, ya que se baja por la otra vertiente, y comenzamos a caminar por una consecución de collados, glaciares y pedreras tras la luz de las frontales y la orientación GPS. En tres horas y media llegamos a la base de la pared y, con la primera claridad del cielo, ya estábamos preparados para comenzar una aventura tan grande que no podíamos concebir en aquel momento.
Entramos con muy buen pie, logrando una tirada en simultáneo de 300 metros para calentar, pero la última parte pasaba por un supuesto 6a que tenía hielo en las fisuras y regletas. Ahí nos tuvimos que poner los pies de gato, nada agradable cuanto tocaba recuperar la sensibilidad en los pies con esos dolores que casi te hacen llorar. Ese tramo nos sirvió de aviso sobre dónde nos estábamos metiendo. Ganábamos metros con velocidad, intercambiando botas por crampones, zapatillas o gatos. Llegamos a las placas, uno de los crux de la vía. Supuestamente 300 m mantenidos de 6a, pero sinceramente nos pareció que para subir por ahí con seguridad tenías que escalar con soltura en vías de 7c en la Pedriza. Además del hecho que había nieve que había que limpiar en la mayoría de los pies y que la mayoría de fisuras donde hubiéramos podido emplazar seguros estaban rellenas de hielo, el terreno era muy romo y técnico. Esto, añadido a escalar largas tiradas en ensamble de tres personas y metiendo muy pocos seguros, pues llevábamos solo un juego de friends con el 0.5, el 1 y el 2 repetidos y cuatro fisureros. Habíamos aceptado las reglas del juego de la velocidad y, por muchos tramos comprometidos que llegaban, no podíamos escalar de otra manera porque supondría tener un problema grave de horario. La exigencia de la ruta nos hizo caer a todos… por suerte, siempre los que escalaban de segundo y con la microtraxion instalada. Aun así, en el caso de Álex cayó diez metros en una travesía aérea, pero sin mayores consecuencias.
Hacía frio, pero nuestro ritmo mantenía el calor corporal. Las zonas menos técnicas las escalábamos con guantes, y donde no quedaba remedio, con la mano desnuda, que a ratos se nos entumecían y a ratos estaban mejor. Lo bueno es que esa temperatura mantenía la montaña muy bien sujeta y no caían piedras.
Tras doce horas escalando entendemos que la vía era mucho más difícil y larga de lo que ponía en los croquis. Aparte, la navegación en una pared de tal inmensidad es muy complicada y un embarque nos llevó a lo que parecía un callejón sin salida: por delante no teníamos el terreno fácil que tocaba escalar. Recuperar el trazado estaba descartado y la proximidad de la noche nos apretaba. La bajada de esta cumbre es muy complicada, para ello hay que alcanzar la cima, y se avecinaba el mal tiempo. En ese momento comentamos la seriedad de la situación en la que nos encontrábamos. No íbamos preparados para vivaquear ni para soportar un temporal allí, tampoco posibilidad de fundir nieve ni teníamos apenas comida, estábamos agotados y con calambres musculares, tratando de administrar 1,5 litros de agua que habíamos traído cada uno, un par de sandwiches y unas barritas. Bajar por esa ruta era imposible y todos estábamos de acuerdo en que la única opción era continuar y el único seguro de vida consistía en no parar y mantener una actitud proactiva por mucho miedo que pudiera haber en la cordada.
Teníamos un muro muy vertical por encima en lugar del terreno sencillo por el que tocaba escalar. Cristian y Álex me quitaron peso de la mochila para intentar subir por allí. En ese momento junté en mi cabeza todos los entrenamientos y situaciones duras de las que había salido para sacar fuerzas de la mente, ya que las del cuerpo se estaban agotando. Compartimos unas gominolas de cafeína entre todos y activamos el modo supervivencia, combinando artificial con escalada libre. La moral del equipo se recuperó un poco pero la pared seguía siendo vertical y la incertidumbre nos mataba y desmontaba nuestras expectativas mientras librábamos una carrera contra el reloj en la que perder no era una opción. El siguiente largo era de más de 50 metros de fisura homogénea para el cual no teníamos los friends repetidos necesarios y hubo que ir corriendo dos friends y dejando largas distancias vacías por debajo de los pies. Nos encontrábamos abriendo una variante por cuestiones de pura supervivencia. Llegamos a una repisa y Álex cogió el relevo. Dimos gracias a dios por llegar a un terreno por el que pudimos tirar otros 300 metros sin parar hasta la cumbre tras 16 horas de escalada sin descanso, una cumbre muy peleada, una cumbre tan hermosa como aterradora y de la que no pudimos disfrutar más de dos minutos. Rápidamente comenzamos el destrepe y encontramos la primera línea de rápeles. Teníamos la boca tan seca que nos había cambiado la voz. Tratábamos de no hablar mucho por el dolor de garganta.
En cuando nos envolvió la noche nos tranquilizamos sabiendo que ya estábamos en la bajada correcta y que no oscurecería más. Era difícil seguir con exactitud, a vista y en la noche, la línea correcta y nos embarcamos en un abismo de 600 metros. Pronto tuvimos que comenzar a dejar material abandonado para rapelar y lanzarnos a la incertidumbre del vacío oscuro, esperando poder hallar una instalación o un lugar donde montarla. Fuimos extremadamente cuidadosos y milagrosamente no tuvimos ningún enganchón de cuerdas. Empleamos muchos recursos e intuición para al fin llegar con las primeras luces del amanecer a la base de la pared. Ahora no podíamos descuidarnos porque aún nos quedaba atravesar una pala de nieve helada, la arista de la Silla y hacer otros diez rápeles por un corredor avalanchoso antes de que la nieve se calentara demasiado. En las esperas nos quedábamos dormidos de pie. Con mucha dificultad controlábamos nuestro cuerpo; mantener la concentración a tanto nivel de detalle era la tarea más dura. Llegamos por fin al glaciar y los alejamos a toda prisa de aquel expuesto lugar sufriendo alucinaciones por la fatiga y tensión acumuladas. A las 35 horas de actividad “non stop” llegamos a la Laguna de los Tres, donde por fin pudimos hidratarnos algo y dormir una hora encima de las piedras.
A las 40 horas ya estábamos de nuevo en El Chaltén, exhaustos y muy desgastados pero felices por haber hecho lo que cada uno teníamos que hacer para subir y bajar ilesos de una montaña tan seria como el Fitz Roy.
Solo llevamos una semana aquí, y llegando a la cumbre nos había parecido que el viaje ya había sido suficiente, pero después de unas buenas comidas y merecidas siestas nos ha dado por empezar a comentar los siguientes planes. Y es que así somos los alpinistas, en el mundo de abajo nos mantiene vivos la ilusión por volver allí arriba, y cuando estamos allí arriba nos mantiene vivos las ganas de volver a abrazar el mundo que te espera abajo.
- Etiquetas: Afanassieff, Álex González, Cristian García, Fritz Roy, Javi Guzmán
Comentarios