Este sueño comenzó a forjarse en 2016. Cuando en uno de mis viajes de escalada al Urriellu, coincidí en el “campo base”con los mismísimos Alex Huber y Fabian Buhl.
Yo había ido a escalar la vía Murciana por primera vez, y allí pude ver como estos dos elementos andaban tramando algo en la cara oeste que claramente parecía de magnitud.
Meses después acudí en Guadarrama a una proyección en la que Huber hablaba de la intrépida hazaña que en aquellos días de verano se gestó. Nada menos que la liberación de la vía “Sueños de Invierno 540 m, 8a”. Lo que me pareció una auténtica genialidad.
Aquella actividad se apoderó de toda mi admiración, quedando cautiva en mis sueños más ambiciosos para tal vez retarme con la misma gesta en un futuro. Una escalada que ejecutada en ese estilo aúna todos los valores que más respeto del alpinismo. Una auténtica puesta a prueba para la que se requeriría de: audacia, compromiso, nivel técnico, físico y psicológico, capacidad logística, predisposición a la incertidumbre y un sinfín de adjetivos.
Para mí había llegado ese momento en el que te decides a dar un paso adelante e iniciar un camino el cual no sabes muy bien lo que conllevará, pero del que crees que el esfuerzo y el riesgo merecerá la pena a cambio de la aventura.
La primera etapa de mi proyecto consistía simplemente en “sobrevivir” a esta locura de ruta, y sobre mi paso por ella, valorar si el planteamiento de escalarla en libre sería medianamente razonable. Nunca antes me había metido en un largo de artificial que estuviera por encima del A3, y en esta pared encontraríamos con tramos de hasta A4+, a parte de otro par de largos de A4 y un puñado de A3 y A2+…
Con lo cual, claramente deduje que la falta de experiencia solo podría ser contrarrestada con la más grande de las motivaciones y la más pura de las amistades. De modo que el equipo humano para llevar a cabo esta escalada, no podía ser otro que Saúl Marcos Molinuevo, y Sophie Schlemermeyer. De hecho, la primera repetición de la vía del Bunny, había sido un ejercicio de preparación de cara a juntarnos nuevamente para algo que con creces suponía un reto superior.
Saúl es un coco, con un gran talento a la hora de improvisar y encontrar las soluciones más eficientes a cualquier tipo de problema que surja sobre la marcha. Además tiene talento para el big wall y es un artista emplazando seguros. Sin duda la clase de persona que te gusta tener al lado cuando la cosa se pone seria.
Sophie por su lado, tiene otras cualidades. Está enormemente interesada en aprender todo aquello que tenga que ver con la montaña: logística, maniobras, progresión… Y con esas ganas es capaz de adaptarse a cualquier ambiente y dar lo mejor de sí para aportar a la cordada lo que necesite. Además, la idea de llevarnos una psicóloga a esta vía nos resultaba de lo más puntera…
Pero lo más importante en el equipo, era que nos igualábamos en motivación por vivir esta aventura juntos. Una de las cosas que más valor tiene para mí.
El 1 de septiembre, con ayuda de Arturo (el arriero local) y su mulo Aznar, subimos unos 130 kilos de material hasta la base del Naranjo. 20 cada uno de nosotros y el resto Aznar. Ese mismo día comenzamos con la escalada.
El primer largo, estaba graduado de A2+, por lo que supuestamente los seguros deberían de ser razonablemente fiables para su escalada en libre. Así que por motivos de eficiencia, decidimos que me toca empezar a mí.
Ya desde el primer momento la montaña quiso enseñarnos las garras. Pues llegando a la “R1” me fui para abajo con un gran bloque en las manos. Volé unos 7 metros hasta que el contrapeso de Sophie poleado por un clavo recién instalado me paró la caída, pero aquel pedrusco partió de cuajo una de las cuerdas y me abrió una herida un tanto profunda en el brazo derecho.
Sin pensármelo mucho me volví a encaramar a la pared y con dificultad terminé el largo. Saúl jumarea por cuerda fija y se pone a escalar el siguiente mientras a su vez también aseguro por detrás a Sophie que desmontaba el primer largo. La noche nos obliga a encender los frontales. La rotura de una falca de madera hace que salte el clavo del que progresa Saúl y se mete un vuelo cerca de la siguiente reunión. Decidimos que por aquel día era suficiente y bajamos a dormir a las tiendas.
El 2 de septiembre continuamos por donde lo dejamos. Pronto vuelve a ser mi turno y me pongo con el tercer largo. Mientras tanto Sophie seguía por detrás desmontando el largo 2, pero progresando de un clavo, este sale disparado con energía y le alcanza en el ojo derecho. Su cara queda hecha un mapa y el susto le retumba por todo el cuerpo. Sangra, pero aun así no se queja, no llora, no se achica. Lejos de quedarse impedida, retoma su tarea y la lleva hasta el final. Después de aquella jornada dejamos cuerda fija hasta la “R3” y nos volvemos a bajar a las tiendas.
El dolor de Sophie en el ojo es tal que le despierta en varias ocasiones en mitad de la noche. A la mañana siguiente estamos preocupados. Le está afectando a la visión y tras hablar con un médico de confianza decidimos ir al oftalmólogo más cercano que estuviera abierto un sábado (en Burgos).
Sophie se dañó la córnea a un milímetro de haber tenido ceguera. Además de un edema que le molestaba en la vista. Debía curarse bien y para ella esta aventura irremediablemente había terminado. La llevé hasta Madrid para juntarla con su familia y yo al día siguiente me vine de vuelta a Picos de Europa para continuar la vía en un mano a mano con Saúl, que allí esperaba. Para Sophie casi fue un alivio no tener que volver a subir por aquella terrorífica pared, pero como tanta otra gente, se quedó preocupada por nuestra intención de continuar.
Tras una charla en el refugio con Javi Cano hablando de su recuerdo de cuando pasó por esta vía de joven. Saúl quedó descompuesto por los detalles que Javi mencionaba del quinto largo. A mí tampoco me hicieron reír los comentarios pero yo siempre he sido más de esperar a verlo por mí mismo… Saúl cuestiona la posibilidad de que esta vía se nos vaya a ir de las manos, y de que nos estemos metiendo en la boca del lobo. Razón que no le quité, pero mi opinión fue la de esperar a que la dificultad o la exposición de la montaña nos echase, y no retirarnos antes de tiempo por un miedo fruto de la imaginación. Aún así, la incertidumbre nos hacía compañía a menudo.
El 5 de septiembre se acaban las tonterías y le entramos a la vía con todo. Jumareamos los tres largos fijos y me pongo de primero de cordada en el primer A4 de la vía mientras Saúl se encarga de asegurarme a la par que iza 60 kilos de petates. Ya completada algo más de la mitad del largo, veo una oportunidad para bajarme y hacer un relevo con Saúl. La vía no me daba opciones muy evidentes de progresar cómodamente en libre y le dejo al compañero con sus trucos artificieros. Él termina el largo y montamos el campo de altura en la “R4”. Este será el punto en el que pasaremos las siguientes noches después de las jornadas de trabajo. Un spit, varios buriles de la época y unos cuantos friends triangulados soportarán la carga durante los días que estemos.
Llega la noche y con ella el frío. Acaba de entrar septiembre y lo hace con ganas. En apenas diez días se ha pasado de poder escalar en manga corta a necesitar llevar los pantalones gordos y un plumas potente.
El 6 de septiembre amanece con lluvia. La pared nos protege bastante, pero no del todo, y con unas incómodas gotas golpeándonos la cara decidimos ponernos a escalar. Comienzo yo escalando en libre este largo clave de A4+ hasta que se pone demasiado difícil y demasiado expuesto.
Rápido veo que es un tramo de ganchos y plomos, así que dejo a que Saúl continúe durante horas hasta que solicita un relevo. En este punto, la progresión se nos hizo extremadamente tensa, delicada, y por lo tanto muy muy lenta.
Para avanzar debíamos escalar tiradas realmente largas progresando por un sinfín de plomos, puntas de clavo laceadas, uñas… y de vez en cuando podíamos meter algún seguro que nos hacía pensar que en caso de caída, ese nos pararía. Mirar hacia abajo y calcular vuelos potenciales de más de 15 metros no aliviaba la incomodidad con la que pasaban las horas, casi como si fueran minutos.
Sabíamos las normas que estábamos aceptando al entrar en este juego, pero hay cosas para las que uno no puede estar preparado, sencillamente te vas a poner cara a cara con tus demonios y vas a sentir el miedo vibrando por las venas. Rara vez uno está dispuesto a ser valiente en el momento que toca serlo. Aquí nos tocó serlo sin quererlo…
Para hacer estos cambios de primero de cordada durante el largo, a veces triangulábamos una uña falcada, a un plomo y a una punta de clavo laceado, y de ahí tocaba fijar la cuerda para rapelar. Luego el compañero jumareaba de la misma.
Aquél día se resume en 14 horas intensas de trabajo delicado. Después de 4 relevos y un día de frío, lluvia y viento, fijamos cuerda y caímos derrotados en la hamaca. Nuestro menú era cous cous con trozos de chorizo y chocolate de postre. De cualquier manera no íbamos a ser capaces de cubrir con la comida la demanda energética que le estábamos exigiendo a nuestro cuerpo. Cada día nos notábamos más los huesos.
Por momentos, en mitad de las noches creíamos estar en una barca. Pues las fuertes rachas de viento nos zarandeaban en sueños.
El 7 de septiembre nos pusimos manos a la obra con el sexto y séptimo largo. A4 y A3. El A4 lo resolví bastante rápido escalándolo en libre en su gran mayoría. En ocasiones me entraban vértigos de mirar abajo y ver como únicas protecciones eran una ristra infinita de plomos chapados a las cuerdas.
Cuando conseguía meter algún seguro un poco más sólido era como música para mis oídos. El A3 comenzaba por una parte bastante vertical y lisa sobre la que avanzó Saúl en artificial hasta que vio un terreno más adecuado para mi estilo de progresión. Cada uno tenía claro cómo aportar eficiencia y fuerza a la cordada, y nos limitábamos a seguir el guión acordado. Donde se pudiera ir más rápido escalando en libre tiraría yo. Y donde la cosa se pusiera de artificial tenso se encargaría Saúl.
Tras aquella jornada fijamos cuerda desde la “R7” hasta la “R4” (donde teníamos el campamento). Esta estrategia nos permitía avanzar ligeros y empleando la energía para ganarle metros a la montaña, ya que no perdíamos tiempo montando y desmontando las hamacas, ni petateando todos los kilos de material por cada largo. Simplemente poníamos cuerda estática y subíamos y bajábamos al comenzar y terminar la jornada.
En los momentos de tregua, no podía evitar imaginarme a los aperturistas soportando 69 días ininterrumpidos en esta ruta. Lo que supuso todo un récord mundial de permanencia en pared. Además en invierno y con tan solo 20 días de buen tiempo para abrir la vía. Sin mencionar las técnicas y los materiales de la época.
La cabeza no hacía más que darme vueltas de pensar aquello una vez metido en situación. Increíble lo que aquellos hombres aguantaron en el 83, y lo que fueron capaces de conseguir. No me extraña que sueños de invierno estuviese 18 años sin repetirse y que esta repetición viniese de manos de un experimentado equipo ruso de la época.
Durante toda la escalada quede absorto por el brillante planteamiento de escalar en libre de manera íntegra toda la pared. Sin duda un minucioso trabajo a la altura de muy pocos… Tal vez por algo sea que solo lo ha hecho una cordada que son dos de los escaladores más punteros en el panorama de la escalada de compromiso.
El 8 de septiembre nos toca tomar frío el café, el infiernillo se nos había averiado. Nos sentíamos capaces de hacer en el mismo día los 7 largos que nos faltaban. Así que nos armamos con dos juegos de friends y descolgamos todo el material hasta el suelo. Luego jumareamos hasta la “R7” y terminamos de lanzar al vacío la cuerda estática. Ya no había vuelta atrás.
Aún por esta segunda parte, más amable, hubo un par de largos que nos pusieron a prueba. En alguna ocasión temimos por no haber subido el martillo y algunos clavos, pero conseguimos solventar las dificultades haciendo tiradas en libre a ciegas. Lo más fácil hubiese sido escaquearse por los últimos largos de la Rabada-Navarro, que no paraba de tentarnos con sus evidentes diedros de amable escalada. Pero pese a haber podido rebajar mucho el esfuerzo, fuimos firmes en nuestra decisión.
Después de 6 días de trabajo, (los 4 últimos ininterrumpidos) alcanzamos una cumbre que llenaba de alegría nuestros corazones como no lo había hecho antes otra montaña. Tanto para Saúl como para mí, esta ha supuesto la escalada más técnica que hayamos realizado, y nuestra inmensa satisfacción es prueba de ello. ¡Primera cordada madrileña!
Repetir lo que Huber y Buhl fueron capaces de hacer son palabras mayores, pero ¿qué sería de la vida sin soñar a lo grande?
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