EN EL MALLO PISÓN, CRÓNICA DE LA ESCALADA

Repetida la ‘Vía del Bunny’ en Riglos, casi 14 años después de su primera ascensión

La cordada formada por Javi Guzmán, Saúl Marcos y Sophie Schlemermeyer se lleva una de las vías pendientes de repetir en el mallo Pisón, envuelta en un aura de compromiso desde su apertura, a cargo de Toño Carasol y Armand Ballart en la primavera de 2008. Han invertido cuatro días (dos ataques) en recorrer sus 300 metros, y proponen subir su cotación a 6b+/A3+ .

Ambiente en nuestra segunda incursión. Los tres a casi 200m compartiendo una hamaca, y con una cuerda reasegurada a la reunión del siguiente largo. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.
Ambiente en nuestra segunda incursión. Los tres a casi 200m compartiendo una hamaca, y con una cuerda reasegurada a la reunión del siguiente largo. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.
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La Vía del Bunny fue concebida por el gran local de Riglos, Toño Carasol (oriundo de Riglos y actual guía de escalada en la zona), dedicada a su amigo Rainier Munsch, carismático escalador y gran enamorado de Riglos, fallecido en 2006 en un accidente de montaña. Tal y como nos contó para el reportaje del Especial Riglos de la revista Desnivel nº 411 (febrero 2021), Armand Ballart unió fuerzas con Toño, “totalmente entregado a la causa”, y juntos fueron desvelando en el Pisón el espacio disponible entre la Serón/Millán y la Micomicón, “para ofrecer al ilustre guía francés una aventura de categoría, tal como a él le hubiera gustado”.

Emplearon siete jornadas en la primavera de 2008, utilizando solo tres espit de progresión en todo el recorrido, dejando una exigente escalada combinando el libre y artificial, con varios largos que propusieron de A3. Hasta hace unos días la vía todavía aguardaba su primera repetición, envuelta en un aura de compromiso que aumentó con el intento frustrado de varios escaladores, entre ellos el francés Christian Ravier que, según cuentan, se bajó del tercer largo.

“Fin del mito”, escribe el propio Armand Ballart en sus redes tras conocer la repetición de la vía, siendo el primero en felicitar a sus autores.

Toño Carasol durante la apertura de la Vía del Bunny, 2008. Foto: Armand Ballart.

A continuación ofrecemos el relato de la escalada que nos hace llegar Javi Guzmán:

«Decían que en 14 años no se había conseguido repetir. Que daba la sensación de que los aperturistas habían ido allí a morir. Que aquella pared estaba más hecha de barro que de roca, y que pasar por ella era una locura. Ya estaba confirmado por fuertes cordadas francesas y otros escaladores locales que no llegaron a pasar del quinto largo.

Esto fue precisamente lo que nos motivó a intentarlo…

Este año me había propuesto un interesante proyecto a nivel deportivo. Algo fuera de lo común, y para lo que tendría que empeñarme en cuerpo y alma si quería tener la más mínima posibilidad de éxito. Necesitaba un duro entrenamiento físico, mental y técnico antes de acometer tal aventura de big wall que aún aguarda paciente.

Se dice que en la montaña la mitad del éxito es el compañero, y es por ello que debemos saber bien con quién juntarnos para cada tipo de actividad. Yo necesitaba amigos a mi lado. Gente con la que me pueda entender con pocas palabras, gente comprometida con la causa, competente pero, sobre todo, gente motivada y rebosante de pasión.

Por supuesto, Sophie Schlemermeyer entraba en el plan desde el principio. Pese a que solo lleve un año escalando, no había conocido antes tales ganas de escalar y aprender a cualquier precio, siempre que el componente AVENTURA fuese un presente en la ecuación. Lo único que le faltaba por razones evidentes era experiencia en pared. Y para el reto que me proponía necesitaba también a una persona que pudiese afrontar responsabilidades de envergadura una vez llegase al momento de la acción. Alguien que se sienta cómodo sufriendo, alguien resolutivo, que mantenga el ánimo bien alto cuando la cosa se ponga chunga. Y si además esa persona controla de escalada artificial y maniobras de big wall entonces sería la ideal. Así que no dudé ni por un momento llamar a nuestro amigo Saúl Marcos Molinuevo, con lo que ya quedaría el equipo al completo.

Fue suya la idea de ir a Riglos a entrenar antes de asumir el gran proyecto con el que yo soñaba. Y ni más ni menos propuso hacer la Vía del Bunny. Una ruta en la cara sur del Pisón que, por lo que se sabía de ella, parecía estar maldita. Pero Sophie y yo no dudamos un segundo en responder de manera afirmativa. Seguro que aprenderíamos un montón metiéndonos en tal berenjenal, incluso aunque no consiguiésemos completar la pared por llevar ambición de más.

Fabricando nuestros propios plomos en casa de Saúl para usar en la Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.
Fabricando nuestros propios plomos en casa de Saúl para usar en la Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.

Preparar la logística no fue moco de pavo. La información que aparecía en la reseña de Toño Carasol y Armand Ballart, ponía que era una ruta con horario de entre 12 a 15 horas. Y por las dificultades que el croquis reseñaba, se daba a entender que no encontraríamos los obstáculos de los que tanto se hablaban. Sin embargo, los aperturistas tardaron 8 días completos (sin contar descansos) en abrirla. De modo que todo sonaba un poco contradictorio.

Preparados para la guerra

Preparamos nuestro arsenal de material, petates, cuerdas fijas, hamacas, e incluso fabricamos nuestros propios plomos en casa de Saúl. Íbamos preparados para la guerra.

El 22 de noviembre ya estábamos a pie de vía testándonos con sus primeros largos. En la cordada decidimos que yo escalaría los largos que fuesen más obligados en libre, y Saúl los que tuvieran más artificial. Mientras tanto Sophie ayudaría con el aseguramiento, el izado de petates y demás maniobras. Así cada uno aportaría a la misión desde sus puntos fuertes.

Amaneciendo tras nuestra primera noche en la pared. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.
Amaneciendo tras nuestra primera noche en la pared. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.

En estos dos primeros largos, la vía ya dejó asomar su carácter. Yo me encargaba de ellos y, para guiarme durante la escalada, seguía los antiguos puentes de roca y algún que otro clavo, ya que el croquis del que disponíamos detallaba la mínima información. Por lo demás, debía protegerme con friends, fisureros y tricams, para poder pasar en libre mínimamente asegurado por pasos de hasta 6b+ sobre una roca de la que a penas podías traccionar sin oírla crujir. Los agarres parecían piedras puestas con un débil pegamento, y al ir golpeando todas con los nudillos, probándolas y finalmente tirando de ellas de una manera muy suave, hacía que la escalada resultase altamente fatigosa.

En un par de ocasiones se me rompieron los pies que pisaba, llevándome buenos sustos. Otras veces me quedaba con los agarres en la mano y los lanzaba donde no pudiese dar a nadie. Un tanto peliaguda la escalada en autoprotección sobre conglomerado descompuesto. Daba igual lo fuerte que estuvieras o los octavos que habías escalado. Aquella pared sometería a cualquiera… Y eso estaba siendo nada más que el principio.

En los dos primeros largos, ya pudimos comprobar que la realidad del itinerario no se ceñía a lo reseñado en el croquis, pues todo nos parecía más difícil y expuesto. Ganamos mucho tiempo al escalar en libre aquellos primeros sesenta metros, graduándolos de hasta 6b+. Pero lo que venía después parecía tener secciones demasiado lisas, tanto para pasar en libre como para protegerse. Es cuando entra en escena Saúl.

El juego de la imaginación

Aquí toca jugar con creatividad para lograr colocar emplazamientos de los que poder progresar en artificial durante unos cuantos metros. La roca se convierte literalmente en barro y Saúl se ve obligado a emplear algunos plomos. Sophie y yo, desde la reunión, percibimos cómo caen del cielo débiles gotas de agua que llegan a rozarnos. Hacía frío y una brisa poco agradable. Nuestro primero de cordada hacía ya un rato que llevaba el frontal encendido para seguir progresando en la oscura noche. Saúl llegó a la tercera reunión y lo celebramos a voces. Dejamos allí todo el material preparado para continuar al día siguiente y rapelamos fijando cuerdas para dormir en la furgoneta.

Sophie jumareando el tercer largo en nuestro segundo día de aventura. La pared estaba empapada. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.
Sophie jumareando el tercer largo en nuestro segundo día de aventura. La pared estaba empapada. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.

El día siguiente amanece nuboso y con pintas de no mostrar su mejor cara. Jumareamos por la cuerda fija hasta la R3 y Saúl se pone manos a la obra con el cuarto largo. Aquí comienza el Rock and Roll de verdad. La vía obligaba a escalar en libre sobre secciones muy descompuestas para después colgarte de seguros que apenas apetecía mirar. Esto hace que la escalada sea realmente laboriosa y que la fatiga mental se intensifique hasta niveles extremos. Cuando toca salir en libre, generalmente los seguros que te protegen son emplazamientos precarios, y toca aventurarse a vista por aquel mar de roca, consciente de lo fácil que sería caerse por rotura de cantos. Y mientras escalas, te da por calcular lo fea que podría ser la caída y comprendes por qué nadie ha repetido esta ruta. Un auténtico juego mental de primera división. Allí arriba pudimos poner en práctica en primera persona las enseñanzas que Sophie y yo impartimos a nuestros alumnos cuando damos nuestro curso de gestión del miedo en la escalada.

En pleno A3+ del cuarto largo (segundo día de escalada), Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán
En pleno A3+ del cuarto largo (segundo día de escalada), Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán

Cuatro horas y media fue lo que tuvo que invertir Saúl para pasar por aquel largo que finalmente graduamos de A3+. Y por las fechas del año en que nos encontrábamos, no quedaba luz para mucho más. De modo que, después de izar los petates y juntarnos los 3 en la R4, quedaba una hora y media de luz aprovechable, aunque eso era el menor de los inconvenientes, pues el frío comenzaba a azotar, y la débil lluvia fue ganando fuerza. Quisimos ser muy optimistas al venir aquí con tan mal pronóstico meteorológico. Pensamos que la pared desplomaría lo suficiente como para no mojarnos y que el parte del tiempo sería exagerado, pero no fue así.

Entre lluvia, embarques y clases online

Me toca meterme en el papel. La pared se estaba empapando y nosotros comenzábamos a calarnos. Pero allí nadie se quejaba y no quería ser yo el primero en hacerlo. Sentía que debía ese largo a la cordada, que era mi cometido. Y comencé a escalar sin pensármelo mucho. Cuando encontraba un emplazamiento que me diese confianza, aprovechaba para colgarme y descansar, ya que escalando tan bloqueado para no forzar los agarres me hacía ir muy tenso y perdía rápidamente la fuerza.

A ratos me embarcaba en travesía por donde no era, y tenía que volver al punto de partida sintiendo fuertes los golpes de mi corazón contra el pecho. Encontraba secciones que no entendía. Me las arreglaba como podía para montar una micro-reunión y darme las secuencias duras en libre. Aquella tarde resultó que Saúl tenía una clase online de la universidad, y sacó el móvil en mitad de la oscura y lluviosa noche para asistir a clase colgado desde la reunión, por lo que no podíamos contar con él.

Asegurando el cuarto largo a Saúl, Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.
Asegurando el cuarto largo a Saúl, Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.

La situación era bastante cómica hasta que casi me caigo al romperse un bolo que estaba pisando con el pie. Yo me conseguí aguantar de las manos pero el bolo le cayó a Sophie en el brazo desde unos 8 metros. Ella gritó fuerte y se le saltaron las lágrimas. Parecía que se le había roto el brazo. Yo grité casi por acto reflejo a Saúl para que se encargase de las cuerdas. Les dije que me bajaran pero ellos evaluaron daños y parecía que la cosa no era tan urgente. De modo que Sophie se quedó fuera de combate y me siguió asegurando Saúl, que ya había terminado su clase.

La luz del frontal me proyectaba incómodas sombras que me perjudicaban a la hora de encontrar pies que pisar. La roca se encontraba completamente mojada, y yo sentía mi cuerpo de la misma manera, pero caliente gracias al miedo, un miedo con el que siempre había convivido en los momentos complicados, pero que nunca había estado presente durante tanto tiempo seguido. Desde abajo, en el pueblo, Toño, uno de los responsables de esta apertura, contemplaba incrédulo aquella escena con sus prismáticos. Me las pude arreglar para escalar en libre largas tiradas protegido por seguros que dejaban que desear y lidiando con el roce de las cuerdas que me lastraban, para llegar finalmente hasta la reunión, calado hasta los calzoncillos después de otras cuatro horas y media de lucha y tensión. El grito de celebración por parte de todo el equipo hizo eco en la montaña.

Riglos nocturno. Una captura que sequé con una estrella fugaz de un timelapse que hice. Foto: Javi Guzmán
Riglos nocturno. Una captura que sequé con una estrella fugaz de un timelapse que hice. Foto: Javi Guzmán

Fijé cuerda y bajé con Sophie y Saúl para montar las hamacas. Nuestra idea era seguir hasta la cumbre del tirón al día siguiente, pero después de pasar una larga noche tormentosa, nos despertamos calados y con la pared en unas condiciones lamentables. Decidimos bajar de allí fijando cuerdas estáticas para volver la semana siguiente. Habíamos invertido demasiado esfuerzo como para abandonar a esas alturas.

No nos volvieron a cuadrar las agendas de los tres disponiendo de un buen parte meteorológico hasta dos meses después.

Segundo ataque en enero

El martes 25 de enero salimos en coche desde la sierra de Madrid a las 04:00 am y fuimos directos hasta Riglos. En el parking preparamos todo el material y Sophie y yo subimos primero por las cuerdas fijas para continuar escalando el largo 6. No me hizo especial gracia subir por unas cuerdas que llevaban dos meses a la intemperie y de las cuales no sabes si les ha podido golpear una piedra en el peor de los casos. Saúl, por detrás, iba arreglándoselas para subir lo que serían más de 80 kilos de petates. Toda una obra de ingeniería la de desempeñar tan ardua labor una persona sola. Al llegar él a uno de los fraccionamientos, se encontró en el alma la cuerda por la que había ascendido, porque uno de los cubre-roces se había descolocado. Cositas que te borran la sonrisa de la cara.

Por mi parte, comencé el largo 6 medio desfallecido por los metros de jumareo que nos habíamos desayunado al sol y cargando con material de escalada a la espalda. Este largo comenzaba con un factor 2 importante, que obligaba a poner máxima atención y cuidado. Una vez más tuve que invertir 4 horas de agonía para completar los 30 metros que sumaba aquella tirada, y a sabiendas de que por allí nunca se había conseguido pasar desde su apertura. Pensamiento que golpea la cabeza con fuerza. La exigente escalada mixta (mitad en libre-mitad en artificial) me hizo llegar exhausto a la reunión. Para cuando Saúl comenzaba con el siguiente A3, la noche ya nos había envuelto, y Sophie y yo nos dedicamos a ir montando las hamacas mientras asegurábamos a Saúl bajo la luz de las frontales.

Aquella noche fue incómoda. Esta vez dormimos los tres en una hamaca de dos para aligerar, lo que pagamos con falta de confort. Aún así, disfrutamos de la experiencia mientras nos recordábamos que aquello solo era un entrenamiento de preparación para una aventura mayor…

Desayunando antes de comenzar nuestra segunda jornada. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.
Desayunando antes de comenzar nuestra segunda jornada. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.

A la mañana siguiente, a Sophie le tocó asegurar a dos bandos. A mí de primero mientras me daba el siguiente largo y a Saúl de segundo mientras desmontaba el largo equipado la noche anterior. Una tarea que requiere poner mucha atención y actitud, pues tenía que gestionar bien las cuerdas mientras animaba activamente. Algo que se agradecía. Aquel largo me salió encadenado completamente en libre, lo que nos hizo ganar tiempo. Una de las peores tareas era la de izar tal peso en petates que a ratos quedaban enganchados en las panzas. Aquello te dejaba con el lomo destruido y los brazos temblando.

Ya solo quedaba un largo antes de la trepada final de IV grado. Saúl trató de salir de la reunión en artificial pero resultaba demasiado tedioso. Nos pasó el martillo, los clavos y todo lo que le resultase un lastre, para finalmente decidirse por tirar en libre. Un completo acierto. Salió un bonito largo de 6a con una roca de generosa calidad y unas protecciones aceptables.

Saúl preparándose para salir en libre en el último largo complicado. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.
Saúl preparándose para salir en libre en el último largo complicado. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.

Entrada la noche, llegamos por fin a la cumbre y lo celebramos con una buena cena calentita bajo la inmensidad de un brillante cielo estrellado. Todos estábamos de acuerdo en no pasar otra noche más en la cima. Preferíamos bajar durante esa misma noche. Y pronto nos pusimos manos a la obra.

Desde cumbre teníamos un rápel de 60 m hasta el collado. Yo bajé rapelando mientras desde arriba descolgaban la carga completa para que la fuese guiando hasta la siguiente reunión sin opción a enganchones traicioneros. Luego, desde el collado, descolgamos la carga del tirón utilizando las cuerdas estáticas empalmadas mientras esta vez Saúl rapelaba en paralelo para dirigir los petates. Sophie y yo llegamos después abajo.

Una vez tuvimos todo recogido, distribuimos la carga en tres partes para portearla hasta el coche. Fue ahí donde nos dimos cuenta de que faltaba un petate. Al principio vacilábamos, pero pronto nos dimos cuenta de que nadie sabía donde estaba. Me llevé las manos a la cabeza al visualizar el último lugar donde recordaba ver aquel saco Metolius de mi amigo Luisra, con un juego de friends dentro y dron con mando incluído…

Solo esperaba que no me tocase escalar en solitario al día siguiente para recuperar nuestro valioso equipaje.

Sophie jumareando de buena mañana para asegurar a Javi mientras Saúl desmonta la hamaca. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.
Sophie jumareando de buena mañana para asegurar a Javi mientras Saúl desmonta la hamaca. Vía del Bunny, Riglos. Foto: Javi Guzmán.

Conexión con los aperturistas

18 horas ininterrumpidas de trabajos (casi forzados) habían pasado ya cuando llegamos al coche. Cuál fue nuestra sorpresa cuando vimos una nota pegada en la ventanilla que ponía escrito con rotulador “LLAMADME”. Era una tarjeta de visita con el nombre de Toño Carasol, uno de los dos intrépidos aperturistas de la Vía del Bunny, dedicada a un amigo suyo fallecido. Al parecer, el hombre había estado siguiendo expectante toda nuestra aventura desde sus prismáticos, y le urgía calmar su tremenda curiosidad por saber quiénes eran los locos que habían conseguido repetir su vía. Pero antes teníamos otros asuntos pendientes…

A la mañana siguiente, Sophie y yo nos metimos en la vía Chopper + Chopperior (300m, 6c). Ruta que tuvimos que escalar al sol y en un estado físico bastante sesgado. Me costó horrores encadenar la vía, pero llegamos a la cumbre en un horario decente y pudimos recuperar todo el material a tiempo de bajar a comer con Saúl al refugio.

Por la tarde fuimos a visitar a Toño, que nos invitó a merendar y cenar en su casa. Allí cambiamos impresiones sobre la aventura que había supuesto subir por aquella pared. Toño nos contó que estaba de acuerdo con nosotros en que sería todo mucho más difícil de lo que ponía en el croquis original, y más aún después de haber visto durante años los múltiples intentos sin éxito que se habían acometido por parte de las distintas cordadas. Terminamos dejando la vía graduada de 6b+/A3+.

Croquis original de la Vía del Bunny, por Ballart©, con las propuestas (en rojo) de los repetidores.

Toño llamó por teléfono a su amigo y compañero de cordada Armand Ballart, con quien había abierto la vía. Tuvimos una conversación muy interesante y, por sincronías del universo, Armand estaba justamente en ese momento terminando de escribir un libro, en el cual hablaba en el último capítulo de su experiencia en la vía del Bunny, afirmando que no se había repetido nunca. Fue una sorpresa para todos presenciar tal coincidencia. De modo que nos pidió los nombres para cerrar su libro, hablando de nuestra repetición.

Antes de abandonar la acogedora casita de nuestro nuevo amigo, Toño nos regaló a cada uno un póster enrrollado de los Mallos de Riglos. Su manera de entregárnoslo me recordó a un emperador japonés ofreciendo una espada samuray en reconocimiento de héroes.

Aquella vía resultó una experiencia de lo más mágica por la aventura que supuso tanto dentro como fuera de la pared, y felices nos volvemos a casa para continuar con nuestras vidas por donde las dejamos, y proyectar nuestro próximo reto con más perspectiva gracias a la experiencia sumada en el desarrollo de nuestra aventura de 4 días en la Vía del Bunny.

Agradecemos a la naturaleza la oportunidad que nos brinda de escalar sus montañas, y a los valientes que se aventuraron antes que nosotros para mostrarnos el camino. Salud y Tapia.»

JAVI GUZMÁN

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Comentarios
2 comentarios
  1. Increíble el equipazo e increíble la aventura!! La piel de gallina…enhorabuena!!!

  2. Buenísima la aventura!!! Enhorabuena a l@s 3 y muchas gracias por compartirla!!! Hace mucho que no he podido ir a Riglos y leer vuestro post me ha transportado a su roca, a su patio e incluso a los ratos que pasé en su refugio preguntando por las vías a Toño! Un abrazo y gracias de nuevo

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