Por fin había llegado la oportunidad. Tras una docena de expediciones al Dhaulagiri, las condiciones eran las que queríamos: tiempo estable (no perfecto, pero con muchas horas de margen para subir y bajar de la cumbre), buen estado de la montaña (este sí que era perfecto) y buena forma física (habíamos subido del campo base al Campo 2 del tirón sin casi esfuerzo, 1700m de desnivel positivo en menos de 10 horas a esa altitud, lo cual demostraba que estábamos bien).
Salimos hacia la cumbre a las 22:30h, con algo de viento, pero tolerable . Fuimos remontando con la luz de los frontales las fuertes pendientes que hay sobre el campo 3, por encima de los 7.300 m. Como solemos hacer, yo iba delante, Carlos a continuación, y detrás Mikel Sherpa. Así, si la huella va mal para la prótesis de rodilla de Carlos yo puedo hacer lo posible por adaptarla, y Mikel puede ayudar también desde atrás si fuera necesario.
Íbamos en el grupo de cabeza y por detrás de nosotros venían otros 10 alpinistas y otros tantos sherpas. Todo pintaba muy bien.
Un sherpa que iba delante nuestro cayó
Tras seis horas de escalada llegamos a unos 7.600m de altitud , donde unas rocas marcan el final del recorrido de la arista y el comienzo de la famosa “travesía”. A partir de aquí, la ruta realiza un flanqueo ascendente pero transversal hacia la derecha, muy a la derecha, que tras 4-5 horas te lleva a la base del corredor cimero. En medio de la travesía hay un espolón rocoso que, como un bisel, la divide en dos: la primera aún da vista a la arista por la que veníamos, la segunda ya al corredor somital. Antes de empezar la travesía tuvimos que esperar más de media hora al resguardo de unas rocas porque íbamos más deprisa que el equipo de fijación.
Por fin empezamos la travesía, equipada con cuerdas fijas y, antes de llegar al bisel, al filo de las 5 am, justo cuando empezaba a amanecer, un sherpa que iba dos puestos por delante de mi cayó. Esto tensó el largo tramo de cuerda fija casi horizontal al que íbamos enganchados, pero entre el sherpa que había por delante de mi, Carlos y yo conseguimos detener su caída. El sherpa se estabilizó, e inició la subida para recuperar su posición en la huella, pero volvió a caer (importante aclaración: no le culpamos. Si decides ir enganchado a una cuerda fija debes asumir que los errores de los demás pueden tener consecuencias para ti, y al revés. Si no estás dispuesto a tolerar eso, ve a “a pelo”.
Esta caída son cosas que pasan en montaña. De hecho, tres días después dimos a ese sherpa el máximo de la “propina obligatoria oficial” que siempre damos a los sherpas de nuestro equipo, como a los demás).
Foto de detalle del Dhaulagiri en la que está indicado el punto en el que Carlos Soria sufrió el accidente.
El pie derecho de Carlos estaba en una posición imposible
Esta vez, la cuerda nos arrastró a los cuatro (los dos sherpas, Carlos y yo) ladera abajo, por una pendiente de unos 50°. Mikel estaba al otro lado del último anclaje y el tirón de la cuerda le impulsó hacia delante y no hacia abajo como a nosotros, así que mantuvo el equilibrio y su posición en la huella, mientras que nosotros cuatro caímos por la ladera unos 15-20 metros. Por fin la comba se tensó y nos detuvimos, colgando de la cuerda. Carlos y yo llevábamos el piolet en la mano y nos anclamos a la pared, e incluso yo me solté de la cuerda para no verme arrastrado si saltaba algún anclaje: prefería fiarme de mi técnica que de una cuerda fina de la que ya colgaban varias personas.
Me acerqué al sherpa que había entre el que había caído originalmente y yo y le ayudé a colocarse bien, pues estaba cabeza abajo con los pies enredados en la cuerda. A continuación, me desplacé en horizontal hacia el otro lado y fui a ayudar a Carlos. Me dijo que se había roto una pierna. Efectivamente, su pie derecho estaba en una posición imposible , pero lo primero era ponernos a salvo. Le alcancé y saqué la cuerda de 30 metros que siempre llevo conmigo en la mochila. Le até y esperé a que Mikel desde arriba me lanzara otro cabo. Con los dos, y con la ayuda de más sherpas izamos a Carlos hasta la huella, mientras yo subía al tiempo con él sujetando la pierna rota, ayudándole a remontar la ladera a rastras. Llegamos a la huella y preparé una superficie para que se sentara, con las piernas colgando en la ladera.
Estábamos ya en un lugar estable, ahora tocaba ver qué hacer. Carlos me dijo que la rotura era en la tibia y, viendo que el pie estaba rotado 180º con respecto a su posición normal, eso quería decir que tenía fractura y casi seguro abierta, aunque de momento no veía sangre. En cualquier caso, la doble bota podía estar ocultando la hemorragia, pero lo que estaba claro es que Carlos no podría salir de allí por su propio pie.
Muchas veces habíamos hablado de que un rescate en esa zona sería imposible
Los dos sabíamos lo que eso significaba. Hace unos pocos años, lo mismo le sucedió a nuestro amigo Juanjo Garra exactamente en este mismo lugar, y no fue posible salvar su vida. Tuvo lugar una operación de rescate que, a pesar de la colaboración de numerosas personas, no consiguió salvarle. Ahora se repetía la historia. Arrastrar a un herido que no puede caminar por una travesía tan pendiente y expuesta como esta es muy complicado, lento y peligroso.
Muchas veces habíamos hablado de que un rescate en esa zona sería imposible, al margen de que estábamos a unos 7.700m y a esa altitud bastante tiene uno con sobrevivir como para intentar rescatar a alguien.
Carlos estaba sentenciado. Conseguir salir de allí con vida requería tal esfuerzo y que tantas cosas salieran bien, que las probabilidades eran mínimas. Pero lo intentaríamos, a ver hasta dónde llegábamos.
Foto del Dhaulagiri en la que se ve el Campo 3 (7300 m) y el punto (7700 m) en el que Carlos Soria sufrió el accidente.
La ayuda externa estaba en marcha pero todo el trabajo ahora estaba en nuestro lado
Calentados (dentro de lo que cabe, claro) por los primeros rayos de sol, empezamos a gestionar el posible rescate. Saqué el teléfono vía satélite y llamé a la persona que mejor podía entender nuestra situación y más nos podía ayudar: Luis Miguel L. Soriano (¡cómo te hemos echado de menos!). Para los que lo conozcáis, no hacen falta explicaciones. Para los que no, imaginaos a la eficacia hecha persona, un fuera de serie. Yo pondría mi vida en manos de pocas personas, y una es, sin duda, él. “Luis, te necesitamos. Carlos está herido, por favor, intenta gestionar un rescate en helicóptero y averigua desde qué punto sería posible la evacuación con una long line” (cuerda colgando del helicóptero que no requiere su aterrizaje previo para la evacuación del herido, lo que permite sacarlo de zonas más complejas a cambio de “un bonito vuelo” colgando del arnés).
Luis se puso en contacto con la familia de Carlos, la agencia, la federación… con todo el mundo, el proceso estaba en marcha y estábamos en las mejores manos.
Al mismo tiempo, hablamos con el campo base por walkie, donde estaban Isidoro y Dawa (Boss) Chang, uno de los dueños de la agencia Seven Summits y gran amigo nuestro, para que hiciera lo propio.
La ayuda externa estaba en marcha, desde España, el campo base y Katmandú, pero todo el trabajo ahora estaba en nuestro lado. Mientras tanto, Mikel empezaba a reclutar sherpas de los que estaban allí para que nos ayudaran en la compleja evacuación.
Empezamos a preparar psicológicamente a Carlos sobre lo que había que hacer
Creo que Carlos entró en shock, lo cual puede que, a la larga, le salvaría la vida. Estaba convencido de que un helicóptero le podría sacar de allí y solo había que esperar. El viento había parado y, a pesar del frío que hace a esa altitud, era tolerable y teníamos horas de buen tiempo por delante.
Tuvimos mucha suerte con la hora del accidente: antes habría sido complejo por la oscuridad y el frío, más tarde nos habría dado poco margen de maniobra antes del anochecer. Carlos pensaba que solo había que esperar a que llegara un helicóptero. Pero todos sabíamos que un rescate por encima de 7.600 m no era posible, incluso Carlos, que llegó a plantear que mandaran un helicóptero desde otro país, lo cual es absurdo. Y, si algo caracteriza a Carlos es la inteligencia (no lo digo yo, preguntad a cualquiera que le conozca), por eso digo que se bloqueó mentalmente, como un método de supervivencia porque sabía la gravedad de la situación.
Mientras esperábamos a que nos lo confirmaran desde Madrid y desde el Campo base, empezamos a preparar psicológicamente a Carlos de lo que había que hacer: tratar de arrastrarle durante horas o incluso días por la ladera, tirando de él con una cuerda a pesar del riesgo, dolor, frío y sufrimiento que le provocaría. Tanto, que o empezaba a asumirlo, o no lo soportaría.
Vista del Dhaulagiri en dónde está indicado el lugar, a 7700 metros, en que Carlos Soria sufrió el accidente.
Si en ese momento me dicen que el helicóptero nos recogería por debajo del Campo 2 me habría derrumbado
Pensé que por delante había que gestionar tres cosas: 1)-el punto de evacuación en helicóptero (¿Dónde? ¿Campo 3 alto (7.500m)? ¿Campo 3 (7.300)?); 2)-cómo arrastrar a Carlos hasta allí (¿Cómo hacerlo? ¿Quiénes? ¿Cuántas horas nos llevaría?); 3)-¿sería Carlos capaz de aguantar todo ese sufrimiento y frío?
Respecto al punto de evacuación del helicóptero, si en ese momento me llegan a decir que finalmente sería por debajo del Campo 2, a unos 6.100m, creo que me habría derrumbado. Me habría parecido imposible llevar hasta allí a un herido sin que Carlos se congelara y sin que nos matáramos todos. Las pendientes entre el Campo 3 y 2 son los suficientemente verticales como para subir con jumar y piolet y rapelar en el descenso, con tramos con hielo vivo y otros con nieve profunda. Ni de coña. En cualquier caso, Luis y Dawa estaban gestionando esto en colaboración con Isidoro, la familia de Carlos y mucha más gente, así que no debía pensar en ello: ellos me dirían hasta dónde habría que llevarlo y haríamos lo posible.
Entre seis sherpas y yo mismo intentaríamos bajar a Carlos
Respecto a cómo arrastrar a Carlos hasta allí, Mikel “reclutó” a tres sherpas que estaban con nosotros cuando se produjo el accidente y Dawa Boss les ofreció desde el Campo base un extra de dinero si cambiaban sus planes y se sumaban al rescate (nosotros también les daríamos luego una gratificación por su implicación).
Entre los tres sherpas disponibles de nuestro equipo, los otros tres y yo mismo intentaríamos bajar a Carlos hasta donde nos dijeran que era posible que llegara el helicóptero. Más gente no habría sido útil, porque en la travesía no había sitio y más gente solo habría estorbado. Esos tres sherpas “ajenos” dejaron a los clientes (alpinistas que los habían contratado) a los que acompañaban y estos lo aceptaron. Quiero recalcar que el resto de los clientes que había allí en ese momento siguieron hacia la cumbre con los sherpas que quedaron, lo que me parece bien.
En el accidente no podían ayudar más allá que cediendo sherpas, y en todo momento nos mostraron su apoyo y comprensión. Perdieron casi 2 horas entre que tuvo lugar el accidente y comenzó el rescate, porque nosotros íbamos los primeros en la travesía y no podían adelantarnos. Nadie se quejó y el apoyo fue total en la medida de sus posibilidades. No nos sentimos abandonados, al revés: gracias, chicos/as, y enhorabuena por la cumbre, de corazón.
Respecto al tercer asunto, si Carlos sería capaz de superarlo, su fortaleza es épica a pesar de su edad: si había alguien capaz de hacerlo era él. Pero yo tenía dudas porque esto era demasiado. En unas horas la temperatura descendería hasta amenazar con congelarnos a todos , a última hora de la tarde la previsión era de nieve y ventisca, y la información que me mandaban por walkie era que el helicóptero no podría subir mucho más allá que el campo dos, así que necesitaríamos muchas horas.
No perdimos una hora: la invertimos en asumir lo que nos esperaba a todos.
Todas estas gestiones se demoraron durante más de una hora en la que me esforcé en preparar psicológicamente a Carlos y a mí mismo. No perdimos una hora: la invertimos en asumir lo que nos esperaba a todos.
Siempre que he acompañado a Carlos he sentido que íbamos juntos porque somos buenos amigos, porque nos compenetramos bien y junto con Luis hacemos muy buen equipo, pero en el fondo él no me necesitaba. Yo simplemente era el “as en la manga”, el comodín al que recurrir si algo salía mal.
En 17 expediciones nunca había ocurrido nada, pero ahora sí. El rescate sería peligroso y si, llegado un momento no conseguíamos bajarle, ¿Qué haría yo? ¿Le abandonaría a su suerte? ¿Me quedaría a congelarme con él? Decidí que era mejor no pensar en eso, si no ponerse manos a la obra y utilizar todos los recursos físicos, técnicos y mentales adquiridos durante tantos años de alpinismo para sacar lo mejor de todos.
“No me dejéis morir en esta ladera”, dijo Carlos por el walkie. No, no lo íbamos a hacer, pero tampoco estaba convencido de que consiguiéramos bajarle, aunque al menos lo intentaríamos.
Carlos chillaba de dolor, yo gritaba más alto a los sherpas que siguieran
Una vez que estuvo todo listo, coordiné la primera parte del rescate, que lideró Mikel y en la que 6 sherpas, generalmente turnándose dos delante y dos detrás arrastraban a Carlos mientras los otros dos descansaban.
Le atamos las dos piernas juntas para que una “entablillara” a la otra, y con una cuerda desde delante y otra desde detrás enganchadas al arnés le empezamos a arrastrar. Carlos volcaba y se quedaba de lado, a veces se quedaba colgando de la cuerda, otras había que tirar de las piernas, otras empujar de espaldas, otras caía boca abajo… Gritaba de dolor y el sufrimiento era evidente, al tiempo que agradecía a los sherpas su esfuerzo.
Yo iba un poco detrás, dando ánimos al equipo. Me quité el oxígeno y seguí ya sin él porque con la máscara los sherpas no me oían: cada vez que Carlos chillaba de dolor, yo gritaba más alto a los sherpas que siguieran, que el dolor no importaba, que había que bajar, que la pierna era lo de menos, que no pararan, que gracias por su esfuerzo. A veces era yo el que empujaba, pero casi todo el trabajo de arrastre recayó sobre los sherpas porque entre ellos se coordinaban mejor hablando en nepalí.
Casi estábamos unos encima de otros a veces nos estorbábamos más que nos ayudábamos entre nosotros, yo perdí dos guantes en un empujón involuntario y tuve que ir casi 5 horas con dos manoplas izquierdas.
Si le decía a Carlos toda la verdad se desmoralizaría. Así que estuve mintiéndole 24 horas.
Llegamos a las rocas tras casi 2 horas de esfuerzo. Estaban ahí mismo, desde el lugar del accidente no habríamos tardado ni 10 minutos en llegar a ellas caminando normalmente, pero nos había costado dos horas. Esto iba a ser interminable. Por suerte, el tiempo era bueno (en realidad, estábamos allí porque el parte del tiempo era bueno y por eso decidimos ir hacia la cumbre ese día).
Asumí que si le decía a Carlos toda la verdad se desmoralizaría y sería peor. Así que estuve mintiéndole durante 24 horas. Primero le dije que íbamos solo hasta las rocas del inicio de la travesía, aunque sabía que habría que bajar mucho más. Luego que el helicóptero ya estaba en marcha pero que cuanto más bajáramos más fácil sería todo, aunque ni se le esperaba por el momento. Que si estábamos ya casi cuando faltaban horas y horas, que si solo un poco más, que el parte decía que en un rato dejaría de nevar, que confiara en mí… así avanzando metro a metro intentando mantenerle despierto y motivado, porque su ayuda era fundamental para avanzar.
Llevaba medicación de altitud que me había preparado Isidoro en el campo base por si fuera necesario utilizarla: dexometasona inyectable, adrenalina, parches de morfina… pero Carlos aguantaba el tirón. Al margen de unos analgésicos fuertes para calmar el dolor, decidí reservar todo para más adelante. Aún quedaba mucho y no sabía lo que podía ocurrir, y necesitaba a Carlos consciente para que ayudara en el descenso.
Tras casi 7 horas interminables llegamos al Campo 3, a 7.300 m
Una vez en las rocas todo era más fácil, pues la ruta es más vertical y es mucho más sencillo descolgar a alguien que arrastrarlo en diagonal. Por el contrario, llegaron las nubes y la temperatura se desplomó. Los sherpas se iban turnando y yo seguía ayudando puntualmente a empujar y descolgar y, sobre todo, dando ánimos.
Varias horas después llegamos a la arista que da vista al campo 3. Carlos se asustó al ver la gran pendiente por la que debíamos bajarle, con 3000 m de caída directa sobre el campo base, pero no le quedó más remedio que confiar. La niebla nos envolvió y la ventisca empezó a soplar con fuerza. El viento arrastraba la nieve que nos golpeaba la cara y a veces soplaba de un lado y a veces del contrario, no había manera de protegerse.
Por fin, tras casi 7 horas interminables llegamos al Campo 3, a 7.300m. Metimos a Carlos en nuestra tienda e intenté que entrara en calor, le cambié la botella porque el oxígeno ayuda a calentar el cuerpo y le metí en el saco de dormir. Carlos me dijo: “estos chicos me han salvado la vida. Gracias, gracias, gracias”.
Le dije a Mikel sherpa que había que bajar al campo 2, y me dijo que no podían más. Entonces, llegaron los polacos.
Habíamos conseguido lo más difícil, pero aún nos faltaba mucho . Por el camino me habían confirmado que el helicóptero no podría subir más del Campo 2. ¿Por qué no? Hace unos años vimos cómo Marco Confortola sacaba a 9 personas desde el Campo 3 con un long line. ¿Y ahora no?
Me dijeron que para montar un rescate así sería necesario más tiempo; es verdad que cuando Marco salvó la vida de esta gente llevaban ya casi 3 días en apuros. Hace falta para ello coordinar la disponibilidad del aparato adecuado (no todo helicóptero puede subir tan alto), el piloto (no todos están autorizados a volar a esa altitud), las autorizaciones de Aviación Civil de Nepal, las condiciones atmosféricas (ahora estábamos en plena ventisca), etc.
Yo sabía que la previsión era que esta noche tendríamos nieve y que al día siguiente amanecería despejado, pero se iría complicando el tiempo a lo largo de la mañana. ¿Qué pasaría si el tiempo se estropeaba? ¿Aguantaría Carlos una noche más con la hemorragia?
Si quería garantizar la evacuación de Carlos había que bajar más, hasta el Campo 2, pero era una apuesta muy arriesgada: el tiempo era malo, se nos haría de noche seguro, Carlos debería aguantar otras 10 horas de sufrimiento, el terreno era muy vertical, todos estábamos cansados… pero no había otra opción.
Decidí arriesgar y bajar. Pero, ¿cómo hacerlo? Los sherpas estaban reventados y yo solo no podría. Le dije a Mikel que había que bajar, y me dijo que no podían más. Entonces, llegaron los polacos.
Vista durante el descenso del C3 al C2 Dhaulagiri. Está indicado el campo 2 alto (6500 m), campo 2 (6350 m) y C2 bajo (6000 m), y el punto donde el helicóptero recogió a Carlos Soria tras su accidente.
La buena fortuna hizo que el alpinista polaco Bartek Ziemski llegara al Campo 3 casi a la vez que nosotros.
Mientras descendíamos hacia el Campo 3, Dawa de Seven Summits era ya consciente de que tendríamos que bajar hasta el Campo 2, y que necesitábamos refuerzos.
A las 9 de la mañana mandó a Taneshwar, su mano derecha en Katmandú, que reclutara a Bartek Ziemski y Oswald Pereira (polaco de padres portugueses). Con ellos habíamos compartido campo base y habían subido al Dhaulagiri unos días antes. Bartek había incluso realizado su primer descenso con esquís mientras Oswald le filmaba. Una ascensión y descenso fantástico por el que habíamos ido a felicitarles a su llegada al campo base.
Ahora estaban desayunando tranquilamente en el hotel porque unas horas más tarde volaban a Varsovia, cuando les pidieron que se cambiaran y que les llevarían en helicóptero hasta el Campo 2, para que subieran a nuestro encuentro hasta el Campo 3. Y así fue, con la buena fortuna de que Bartek llegó al Campo 3 casi a la vez que nosotros.
Bartek llevaba una camilla de rescate en montaña que le habían dado en Katmandú . Metimos dentro a Carlos con una botella de oxígeno nueva y unas manoplas secas. Cogí unos guantes nuevos también para mí (ahora uno de cada mano) y metí en la mochila otra botella de oxígeno para cambiar la de Carlos si hiciera falta, un saco de dormir para cambiar el de Carlos al llegar al Campo 2, su ropa de repuesto (manoplas, calcetines, etc.), una colchoneta, más medicamentos y algo de comida y bebida isotónica.
Vista durante el ascenso al C3 del Dhaulagiri. Está indicado el campo 2 alto (6500 m) y la grieta que se encuentra a 6600 metros.
Nos impulsamos mutuamente para seguir motivados a pesar del frío, el cansancio y la ventisca.
Empezamos sin demora el descenso. Ahora el sistema era diferente: teníamos que montar una reunión (con el material del que disponíamos, que eran 4 estacas, 2 piolets y 4 tornillos de hielo) y descolgar desde ella la camilla con la cuerda de 30 metros. Los 1100 metros de desnivel entre el Campo 3 y el Campo 2 bajo de 30 en 30 metros. Por suerte luego conseguiríamos unos 20 metros más de cuerda y avanzaríamos más rápido. En cualquier caso, muchos metros de cuerda más no nos habrían sido útiles porque era muy difícil y peligroso manejar la camilla.
El sistema era el siguiente: Bartek se quedaba en la parte superior y descolgaba la camilla mientras que Oswald y yo la guiábamos hasta el final de la cuerda. Montábamos una nueva reunión, nos intercambiábamos las posiciones y vuelta e empezar.
Los 4 sherpas que venían con nosotros nos ayudaban, pero estaban reventados y a menudo se sentaban en la nieve con cara de idos, y era normal: llevaban 3 días sin parar de trabajar y la primera parte del descenso había recaído sobre ellos. No son superhombres, aunque casi. Mikel me dijo que se adelantaba y así iba preparando agua. Nos vendría bien y, sobre todo, necesitaba descansar. Me pareció bien, éramos uno menos, pero lo entendía perfectamente. Otros dos de los sherpas no conseguían alcanzarnos, tenían que parar a descansar, la cosa quedaba en manos de los polacos, Mima y yo.
Por suerte, la energía de Bartek y Oswald era inagotable, y su actitud positiva nos impulsó a pesar del agotamiento. Carlos les debe la vida también. Los polacos destacarían en sus redes sociales “mi concentración y fortaleza sobrehumanas”. En realidad, era una respuesta a la tensión y a su impulso y motivación: yo animaba a Carlos y le mantenía despierto y activo, los polacos hacían lo mismo conmigo, y yo con ellos, Carlos ponía de su parte… Nos impulsamos mutuamente para seguir motivados a pesar del frío, el cansancio y la ventisca.
Creo que gracias a esa motivación colectiva todos aguantamos el esfuerzo y mantuvimos la concentración durante tantas horas sin ningún fallo en las instalaciones o en el descenso. Bajábamos por pendientes muy verticales sin encordarnos porque no había opción, confiando en nuestra habilidad y dirigiendo la camilla. Habitualmente por aquí se baja rapelando, ahora lo hacíamos guiando a Carlos.
Uno de los sherpas que estaba en ese momento a mi lado resbaló y empezó a caer, con la suerte de que pude agarrarle por la pierna (caía boca abajo) y retenerle, al tiempo que con sus crampones rasgaba mis guantes.
Carlos estaba cubierto de nieve y hielo, yo hablaba con él, seguía mintiéndole.
Reunión, 30 metros de descuelgue, reunión, otros 30 metros… así hora tras hora, ya en plena nevada. Carlos estaba cubierto de nieve y hielo, yo hablaba con él, seguía mintiéndole diciendo que ya casi estábamos, que solo faltaban 3 o 4 largos, al tiempo que veía a lo lejos, muy lejos, las luces del Campo 2, pues hacía muchas horas ya que se había hecho de noche.
Cuando llevábamos ya 8 horas bajando desde el Campo 3 apareció la noruega Vibie, que venía de la cumbre. Nos ofreció su ayuda y pensé que sería muy buena opción quedarnos en su tienda situada en el Campo 2 alto (6.500m), en vez de bajar hasta el verdadero Campo 2 (6.350m).
La diferencia de cota ente ambos lugares podría ser un buen descanso para Carlos, que seguía sufriendo y preguntando cuánto quedaba. Yo animaba a Carlos en cada largo, pero por otro lado casi deseaba que perdiera el conocimiento para que dejara de sufrir. Pero el tío aguantaba como un jabato.
Descolgar la camilla por la gran grieta que hay cerca del Campo 2 fue toda una odisea, con Oswald que casi se cuela dentro porque, en la oscuridad, no vio una grieta lateral.
No puedo explicarme cómo Carlos pudo aguantar 17 horas de sufrimiento con una fractura abierta y una hemorragia.
Por fin, tras 10 horas de descenso desde el campo 3 (17 en total) llegamos a la tienda de Vibie, que se había adelantado y había preparado hueco en la tienda. Ella se iría a la nuestra, un poco más abajo en el verdadero Campo 2, y nos dejaría ésta a nosotros. Por desgracia no tenía mechero y no había podido preparar agua, pero había hornillo y nosotros sí teníamos cerillas.
Los polacos y los sherpas se bajaron al campo 2 y entre Vibie y yo metimos a Carlos en la tienda con camilla y todo. Estaba cubierto de nieve y hielo, incluso Vibie me preguntó si estaba seguro de que estaba vivo.
Le sacamos de la camilla y le fuimos retirando el hielo y nieve, y poco a poco Carlos fue reaccionando, al tiempo que yo ya tenía preparada la medicación de emergencia por si acaso. Pero no hizo falta, Carlos ni siquiera necesitó el oxígeno.
No puedo explicarme cómo pudo aguantar 17 horas de sufrimiento con una fractura abierta y una hemorragia, sin secuelas si quiera, cuando lo más normal era que se hubiera muerto en cualquier momento.
Vibie se bajó al campo 2 en medio de una ventisca que arreciaba con fuerza (¡mil gracias!) y pasé las siguientes 4 horas haciendo agua mientras Carlos entraba en calor. Estaba muy despistado, confundiendo la realidad con sueños que había tenido en su delirio, pero muy entero y cada vez más consiente.
Le cambié las manoplas por otras que había calentado, le di de beber, le atiborré a medicinas y llamamos a su casa, donde pudo hablar un rato con Cristina, antes de quedarse profundamente dormido. Seguí preparando agua para el día siguiente y conseguí dormir sentado durante dos horas.
Simone Moro nos sobrevoló mientras yo le hacía señales, pero vimos que no sería posible en ese lugar.
Al amanecer seguimos con los preparativos. Carlos estaba sorprendente bien, deseando seguir bajando para salir de allí. El sol calentaba la tienda y la temperatura era muy tolerable. Por el walkie me avisaron de que el helicóptero estaba en camino con Simone Moro pilotando. Eso era muy buena noticia, porque Simone tiene veneración por Carlos y sabía que haría todo lo posible por sacarles de aquí. Hablé con él, y me dijo que intentaría aterrizar donde estábamos y llevarse a Carlos colgando.
Simone nos sobrevoló mientras yo le hacía señales, pero vimos que no sería posible: quizá pudiera posar el helicóptero en esa plataforma, pero tendríamos que quitar la tienda y, sobre todo, no había sitio donde dejar a Carlos. Era muy arriesgado. Así que habría que bajar a una zona plana situada entre el Campo 2 bajo y el Campo 2 de verdad, a unos 6.100 m.
Para eso necesitaba refuerzos, era imposible que yo solo pudiera hacerlo solo, así que llegaron hasta nosotros 2 sherpas y entre los tres metimos a Carlos de nuevo en la camilla. Cuando ya estaba todo listo, aparecieron de nuevo Bartek y Oswald (¡qué grandes!). Les ayudé a poner todo en marcha y, mientras empezaban el descenso de la camilla, me quedé en la tienda recogiendo todo y dejándolo listo.
Me di cuenta de que llevaba más de 40 horas sin dormir, sin comer ni beber
Cuando empecé a bajar el equipo de rescate estaba a unos 50 m de mí y me di cuenta de me costaría llegar hasta ellos. Estaba agotado. No lo había notado hasta que no había tenido que empezar a bajar por la pendiente, con nieve blanda. Cada ciertos metros me tenía que sentar a coger aire a pesar de estar bajando. Por suerte el día era radiante y había suficiente gente para bajar a Carlos, además de que el terreno era muy poco pendiente. Al final les alcancé y volví a mi posición ayudando en el guiado de la camilla y montando reuniones, aunque no pude hacer mucho, bastante tenía con bajar yo.
Me di cuenta de que llevaba más de 40 horas sin dormir (excepto el duermevela de las 2 de esa noche medio sentado), sin comer ni beber, pues había reservado todo el agua para Carlos (¡maldito pensamiento lineal!).
Por fin, llegamos hasta la explanada habilitada como helipuerto a unos 6.100 metros. Sacamos a Carlos de la camilla y 10 minutos después llegó Simone.
Aterrizó tan cerca de Carlos que pensé que lo espachurraba con el patín: ¡no me jodas, Simone, con lo que nos ha costado llegar hasta aquí, no lo fastidiemos ahora, que hay sitio de sobra! Pero el bergamasco no se dio por aludido y ni me miró.
Metimos a Carlos en el helicóptero tras quitarle los entablillados y Mikel me dijo que subiera yo también. El plan era que en el siguiente vuelo irían los polacos y en el tercero los sherpas.
Diez minutos más tarde estábamos en el campo base, con Isidoro listo para atender a Carlos. Habíamos conseguido llegar. Un rato más tarde llegaron en otro vuelo los polacos y se fueron a Katmandú con Carlos e Isidoro, yo me quedaría en el campo base un par de días para organizar la recogida del material.
Mi trabajo había terminado, ahora estaba todo en manos de los médicos. A mi solo me quedaba ya descansar y cuidar de mis manos y las congelaciones (muy leves).
Tuvimos la inteligencia, la fuerza y la concentración de conseguirlo, gracias a la motivación colectiva.
Varias cosas me llaman la atención de este rescate:
1- que consiguiéramos bajar a una persona herida desde los 7.700m hasta 6.100m y en tan poco tiempo. Si me lo hubieran dicho dos días antes, incluso ese mismo día por la mañana, no me lo habría creído. Es un terreno muy complejo y vertical en unos tramos, además de la travesía que es todo un desafío para evacuar a alguien. Por eso, en su día sumimos con tristeza y resignación que aquí mismo muriera Juanjo porque no se le pudo evacuar.
2-Que todo saliera bien: no hubo errores, la planificación fue buena, el uso de los recursos materiales y humanos, si bien no fue perfecto, al menos fue lo suficientemente bien como para funcionar. Tuvimos la inteligencia, la fuerza y la concentración de conseguirlo, gracias a la motivación colectiva. Nadie puso problemas, nadie discutió mis indicaciones ni complicó las cosas, todos colaboraron y las decisiones fueron fluyendo sobre la marcha. Bajar del Campo 3 al Campo 2 alto sin descansar fue una apuesta muy arriesgada, pero un acierto. Nos la jugamos y salió bien.
3-Que Carlos aguantara todas las penalidades y sobreviviera. Demostró una fortaleza inimaginable, una nueva demostración por su parte de lo que es un ALPINISTA con mayúsculas. Además, podía haberle dado un infarto, haberse desangrado, haber sufrido un trombo, haberse congelado.
4-Todo esto fue posible porque hubo mucha gente que colaboró, desde muchas perspectivas y lugares: en la montaña, en Katmandú, en Madrid, en el campo base… A todos ellos les debemos la vida de Carlos y la nuestra propia.
No oiréis lamentaciones ni quejas por nuestra parte.
Hay muchas lecturas positivas de este rescate, pero la mejor es que conseguimos bajar todos enteros. Ahora nos queda curarnos de las heridas físicas, porque psicológicas no hay, ya que somos profesionales de la montaña, sabemos a lo que venimos, lo que es un ocho mil y lo que puede pasar. No oiréis lamentaciones ni quejas por nuestra parte.
Sí, lo pasamos mal, muy mal, pero es parte del juego y lo asumimos. Y también estaremos eternamente agradecidos a los que colaboraron poniendo en riesgo sus vidas. Gracias todos.
Sito Carcavilla.