46 EXPEDICIONES A SUS ESPALDAS

Carlos Buhler: «Es importante admitir que tu punto de vista puede estar equivocado»

Charlamos con uno de los himalayistas norteamericanos más reconocidos de su generación, muy vinculado además a los montañeros españoles, con quienes ha compartido expediciones y a quienes sigue frecuentando. Una conversación que invita a la reflexión y en la que no falta la autocrítica.

Carlos Buhler escalando en Montanejos, octubre'23. Foto: Joan Solé.
Carlos Buhler escalando en Montanejos, octubre’23. Foto: Joan Solé.
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Me cuesta convencer a Carlos (1954, Nueva York) para que se deje entrevistar, dice que «su tiempo ya pasó», pero lo que no entiende es que precisamente lo valioso es ese tiempo pasado y el enorme aprendizaje que conlleva una vida entera dedicada a la montaña, con sus éxitos y sus fracasos.

No puede negarse en todo caso, son muchos años de amistad, de entrevistas y portadas en la revista cuando estaba en la cresta y volvía de abrir una vía en la cara oeste Siula Grande, o cuando nos contaba que se tuvo que dar la vuelta a 100 m de la cumbre del Makalu o de cuando el frío Dhaulagiri le robó un trocito del dedo del pie…

En 1983 Carlos formó parte de la expedición estadounidense que abrió una vía por la cara este del Everest, la única que permanecía virgen, pero eso es solo un renglón más de su trayectoria o, mejor dicho, una pincelada del particular cuadro que ha pintado con sus ascensiones. Entre ellas se encuentran ochomiles como el espolón norte del K2, la arista norte del Kanchenjunga o el Dhaulagiri por la arista noreste; también primeras ascensiones como a la norte del Changabang, a la cara noreste del Ama Dablam, primera al Milarepa Peak, expediciones con o sin éxito a paredes de Karakórum, de Cordillera Blanca, Patagonia… Difícil mencionar solo algunas de entre tantas montañas.

Aunque su especialidad es el hielo (a sus espaldas cascadas de renombre de grado 6), ha sido un artista renacentista si atendemos a la variedad de su actividad en montaña, que ha sido especialmente intensa en la década de los ochenta a los primeros dos mil, entre los que ha acumulado más de cuarenta de expediciones.

Carlos Buhler en el Ama Dablam (apertura cara NE, 1985). Foto de su colección.
Carlos Buhler en el Ama Dablam (apertura cara NE, 1985). Foto de su colección.

Lleva los últimos años afincado en Canmore (Canadá), cerca de las Rocosas, donde sigue esquiando, escalando, montando en bici… y desde donde viaja frecuentemente a España a visitar a sus muchos amigos de este lado, en especial los del Peña Guara, club al que pertenece desde muy joven, cuando vino a España con apenas 16 años a estudiar español (a Barcelona) y desde entonces parte de su corazón sigue aquí.

En 1977 le invitaron a formar parte de la primera expedición oscense a los Andes de Perú, donde pudieron escalar la cara oeste del Extremo Ausangate. Después fue al Pamir con compañeros rusos y americanos (1978) y el salto al Himalaya con Felipe Uriarte y Martin Zabaleta en 1979 en un intento al Annapurna IV, al que siguieron muchas otras expediciones con amigos como Lorenzo Ortas, Jerónimo López o Pepe Díaz, entre otros. Muchos sueños cumplidos y más que se quedaron por cumplir, o quién sabe…

Escalando con Lorenzo Ortas en Riglos, octubre 2023. Foto: Carlos Buhler.
Escalando con Lorenzo Ortas en Riglos, octubre 2023. Foto: Carlos Buhler.

¿Cómo crees te ha influido tus contactos con los escaladores y montañeros españoles?

La integración es enorme. Me resulta muy difícil separar la vida que tengo en Canadá con la vida que tengo en España; desde muy joven tuve contacto con gente de España y sigo interconectado. Mi vida diaria en Canadá influye las relaciones que tengo aquí y viceversa. La verdad es que hoy día todos estamos conectados, el mundo entero… Entonces, sobre cómo me ha influido, yo diría que en todo; en las decisiones que tomo, en mis pensamientos, en la cultura de montaña…

¿Dirías que los españoles tienen algún rasgo común que sea diferente de tu propia cultura?

Creo que sí, claro que es generalizando, pero pienso que en Norteamérica tenemos una aproximación más individualista mientras que en España sois más de comunidad. Ambos buscamos una sociedad completa, satisfecha, pero desde perspectivas diferentes, cada una tiene sus ventajas y sus desventajas. No es que en España no haya individualidad, pero lo que veo es que en general aquí se buscan más conexiones en la vida, entre las personas. Por ejemplo, la pandemia lo mostró cuando os dieron la norma de quedaros en casa y la gente en general lo aceptó, mientras que en Norteamérica esto trajo muchas protestas. En España se miraba más por el bien común, por sacrificar al individuo para proteger a los más débiles.

Has compartido expediciones con personas de nacionalidades muy distintas, incluso con rusos cuando las relaciones entre EEUU y la antigua URSS eran difíciles… ¿cuál crees que es la clave para el éxito del trabajo en equipo?

Entender que aunque tú crees que tienes la solución, a lo mejor no lo es. Y admitir que tu punto de vista puede estar equivocado… Te pongo un ejemplo, en la expedición al Changabang éramos cinco personas: yo, norteamericano, que era el líder del grupo, y cuatro rusos, que yo mismo había escogido para ese equipo. Yo tenía mi idea de cómo afrontar una gran pared en altura, pero cuando llegamos a la montaña me di cuenta de que ellos venían con sus propias ideas, muy distintas, y esto generó un enfrentamiento. Entonces, opté por adoptar una manera de hacer montaña que no era la que yo había pensado, pero las opciones que tenía era hacer montaña como yo soñaba y muy probablemente fracasar, o bien cambiar a esa otra forma de ver el proyecto y generar un movimiento positivo para todo el equipo. Fue uno de los momentos más difíciles de mi vida de alpinista, porque soy muy individualista.

«Aunque estés seguro de que has escogido la decisión correcta para ti… puede que no sea la correcta para otros»

Al final lo que he aprendido es que, aunque estés seguro de que has escogido la decisión correcta para ti, para tus valores, tus sentimientos, tus ideas… puede que no sea la correcta para otros. Y lo mismo pasa con las religiones, con los matrimonios… La gente a veces no es capaz de abrirse y entender que hay muchas formas de ver el mundo; los seres humanos arrastramos una historia de incapacidad en este sentido. Cuando vas en una expedición con polacos, españoles, canadienses, rusos… cada uno va a tener su punto de vista que a veces parecen totalmente contrarios, pero no es cierto. Hay que entender que, si solo tienes en cuenta tu propia visión, no vas a llegar a ningún fin positivo.

Carlos Buhler en el Changabang (apertura cara N, 1998). Foto de su colección.
Carlos Buhler en el Changabang (apertura cara N, 1998). Foto de su colección.

Has hecho cuántas, quizá unas 40 expediciones…y puede que de la mitad, o al menos de un tercio, has vuelto sin cumbre, “sin éxito”. ¿Crees que en las que sí has hecho cumbre ha habido algún ingrediente común en todas ellas? Es decir, ¿hay algo definitivo que marque el éxito y el fracaso en una expedición?

En el mundo de los desafíos, no importa si son montañas, trabajo, pareja o lo que sea… hay distintos caminos de llegar a un lugar, hay muchos, y algunos te van a llevar hacia el éxito y otros quizás no. En una expedición es lo mismo. Para mí la clave está en sacar de cada persona su mejor esfuerzo, en encontrar la manera en que todo el mundo se sienta integrado en el proceso. Cuando las personas, aunque sean de culturas o nacionalidades muy diferentes, con distinta educación o nivel de estudios o de experiencia… si se sientan importantes, integradas, que su aportación se valora… entonces es cuando van a sacar su mejor versión. Esto se puede aplicar en cualquier ámbito y diría que es una generalidad común de las expediciones que han tenido éxito. Pero en todo caso siempre en la vida y en la montaña, por mucho que sigas el camino “correcto” siempre hay un porcentaje, ya sea un 5, un 10 o un 15%, de cosas que no puedes controlar.

Y en la montaña ¿de cuánto crees que es ese porcentaje “incontrolable”?

No creo que se pueda definir un único porcentaje en cualquier actividad. Se podría decir que si vas a un objetivo que conoces, que tienes cerca, siempre será menor. Por ejemplo hoy vamos a escalar a la Cabrera, claro que se nos puede pinchar una rueda, se pone malo tu hijo y tienes que volver, la cordada de arriba te tira una piedra… Pueden pasar cosas. Pero si vas a los Alpes, la lista de cosas que pueden ocurrir aumenta, e imagínate si vas a una expedición a Bolivia, otro país, se te puede perder el equipaje, puede estallar una revolución… Las cosas que están fuera de tu control se van a multiplicar a medida que aumente la complejidad del objetivo y tu desconocimiento del mismo. Para esto es importante también ser flexible, adaptarse a los imprevistos y de nuevo lo que hablábamos antes, ser capaz de aceptar otros puntos de vista.

Carlos Buhler escalando en Montanejos, oct'23. Foto: Joan Solé.
Carlos Buhler escalando en Montanejos, oct’23. Foto: Joan Solé.

También, a lo largo de tantos años, lamentablemente has visto morir a varios amigos, incluso de tu misma expedición… ¿por qué crees que tú sigues con vida? ¿Has sido más prudente o simplemente has tenido más suerte?

Mira, yo me he preguntado esto muchas veces y, dependiendo del punto de vista, puedo contestar una cosa u otra. Claro que es cierto que la prudencia aumenta tus posibilidades de no cruzar la línea, pero simplemente levantándote cada día de la cama, te puede pasar cualquier cosa. Entiendo que entre las personas hay diferencias entre cómo buscamos la aventura, cumplimos sueños, nos sentimos satisfechos… porque eso es lo que al final buscamos, ¿no? Todos hemos estado en esa situación de afrontar una situación límite, por ejemplo si estás esquiando, te asomas a la pendiente y dices, por ahí yo no me tiro, y sin embargo tu compañero sí se siente capaz y se tira, y probablemente no le va a pasar nada. Encontrar el equilibrio entre tu ambición y tu sentido de la seguridad puede ser difícil, no creo que haya una receta para todo el mundo. Creo que es importante escuchar tu voz interior. El enfoque de cada uno es diferente, cada persona ha de encontrar su equilibrio. Incluso en una misma persona, durante una época de su vida puede estar más dispuesto a asumir riesgos y luego puede cambiar…

Hablando de las vidas largas, por ejemplo el otro día me encontré con mi amigo Pepe Díaz, me dio mucha alegría, he escalado en el pasado con él. Ahora tiene 95 años y ahí sigue; mucha gente de su edad ya no puede ni caminar.

«Encontrar el equilibrio entre tu ambición y tu sentido de la seguridad puede ser difícil, no creo que haya una receta para todo el mundo»

Carlos Buhler y Pepe Díaz, octubre 2023. Foto de su colección.
Carlos Buhler y Pepe Díaz, octubre 2023. Foto de su colección.

¿Crees que cuando fuiste padre te cambió tu aproximación al riesgo?

Menos de lo que imaginaba. Me di cuenta de que, en mi caso particular, yo tenía un margen amplio enfocado en mi seguridad. Yo nunca he ido a la montaña diciendo si me muero no me importa. Entonces, cuando tuve hijos, esta diferencia no fue tan grande, porque yo seguía sin querer morirme, tuviera o no tuviera hijos. Quizá es un planteamiento egoísta, pero es la realidad. Pero lo que sí me parecía ilógico era pasar tanto tiempo en expediciones fuera, en una tienda esperando el buen tiempo, y no ver a mis hijos que estaban cambiando día a día. Para mí estar perdiéndome esos cambios de mis hijos, no verles crecer, sí que me afectaba, y eso fue lo que me hizo cambiar y dejar de ir a expediciones en esos años.

De todas tus escaladas, ¿hay alguna de la que te sientas orgulloso especialmente?

El orgullo que yo siento después de digamos una “hazaña” depende mucho del lugar en el que has entrado y en el que has salido. Es decir, en la vida vamos pasando por niveles diferentes y en la escalada es lo mismo, a veces estamos muy fuertes físicamente, bien preparados mentalmente… pero otras veces falla alguna de las dos cosas, puede que no nos acompañe el físico o la cabeza. Quizá estamos recuperándonos de una lesión, o de una situación social que nos ha dejado un poco tristes, de una relación o cualquier otra cosa… El nivel de tu entrada en un proyecto es el punto de partida de una actividad y el proyecto puede ser muy humilde, pero la distancia entre donde tú has empezado y donde tienes que llegar para realizarlo quizá es muy grande, y esto es lo que te da satisfacción personal. Quiero decir, si por ejemplo te estás recuperando de una lesión, solo llegar a la Cabrera y escalar la vía más fácil ya es para ti un gran motivo de orgullo, por mucho que en el pasado hayas escalado el Makalu, pero es que cuando lo hiciste entraste en un punto de partida que estaba mucho más cerca de la meta, por tu condición física y mental, con lo que al final es un logro que no te va a dar tanta satisfacción. No sé si me explico…

«El orgullo que yo siento de una actividad depende mucho del lugar desde el que he entrado y en el que he salido»

Mira, te voy a contar una escalada que me marcó mucho, que hice en agosto de 1979, en Perú, en la cara norte del Huascarán Norte. Hasta ese momento yo no tenía en la cabeza lo que yo llamo “What if…?” que sería algo así como “¿Qué pasa si…?”, que al final son los pensamientos limitantes, porque en parte te bloquean. Entonces, en el Huascarán Norte, estábamos en el quinto día en la pared, abriendo una vía, y nos pasó uno de estos “Qué pasa si…”. Fue que se nos cayó una mochila con la cocina y el gas, que era lo más importante para sobrevivir allí. Todavía nos faltaban unos 400 metros para salir de la pared y no podíamos bajar por donde habíamos subido, porque por abajo había una caída de piedras constante y rapelar no era una opción. Tampoco teníamos otra posibilidad de obtener agua y para entonces ya no llevábamos ya muy buena hidratación. Así que no nos quedaba otra que seguir subiendo. El panorama nos cambió completamente. Aquí empezó una lucha de tres días hasta la cumbre, 72 horas terribles en las que casi no bebimos, y luego en la cumbre tampoco es que estuviéramos salvados porque seguíamos sin agua. Estábamos súper débiles, bajamos al límite. Fue muy duro, en cada respiración sentías que perdías líquido del cuerpo. Esta experiencia me marcó mucho, porque vi que los “Qué pasa sí…” realmente podían ocurrir. Una vez que esto te pasa creo que nunca puedes afrontar tanto riesgo como antes, al menos es lo que me pasó a mí, y también creo que gracias a ese aprendizaje que tuve es otro de los motivos por los que sigo vivo. No quería volver a estar en mi vida en esa situación tan desesperada.

Don Anderson, su compañero en el Huarcarán Norte, 1979. Foto: Carlos Buhler.
Don Anderson, su compañero en el Huarcarán Norte, 1979. Foto: Carlos Buhler.

¿Cómo te has planteado a lo largo de la trayectoria tus objetivos? Porque nunca has ido a por objetivos tipo los 14 ochomiles…

No, efectivamente nunca me he planteado algo así. Cuando yo analizaba cuál era mi objetivo en la vida, veía que mi satisfacción personal no iba a venir de una lista que han hecho otras personas, ya sea los catorce ochomiles, o los cuatromiles de los Alpes, o los picos más altos de cada continente, o los segundos más altos como se está poniendo de moda ahora… Para mí son listas artificiales que han hecho otras personas, y no es que no lo respete, para nada, tengo mucho respeto por la gente que consigue estas listas o cualquier otra, pero no es algo que a mí me haya motivado.

Como yo entiendo la montaña es como tener un lienzo en blanco y a partir de ahí escoger escaladas que fueran llenándolo y hacer así mi cuadro particular, algo que era mío. Claro que muchas veces he hecho objetivos o escaladas que quizá no me había planteado, por ejemplo cuando fui a la cara este del Everest con el equipo norteamericano, fue una gran oportunidad que se me presentó. E igualmente no es que no haya subido ochomiles por las rutas normales, pero cuando volvía a casa la satisfacción que sentía no era igual que cuando he ido a otras montañas como el Amadablam por una vía nueva, o a la oeste del Makalu con un equipo pequeño… estas escaladas lo pasaba muy bien porque tenía que utilizar todas mis capacidades tanto técnicas como de trabajo en equipo y de otras facetas, y todo esto me resultaba más satisfactorio, incluso aunque no hubiera llegado a la cumbre. Por ejemplo, cuando subí el Nanga Parbat por la vía normal me di cuenta de que aquí hay una receta, y si la sigues, las opciones que tienes de hacer cumbre son muy altas, no hay tanta incertidumbre, y esto es lo que a mí no me da satisfacción, mi cuadro no iba a ser bonito.

«Para mí la montaña es como tener un lienzo en blanco y a partir de ahí escoger escaladas y hacer tu cuadro particular»

Te das cuenta también que tienes que elegir, la vida pasa rápido, no hay tantas temporadas, digamos que unas 35 en plena forma (entre que tienes 20 y 55 años) y tienes que pensar bien dónde pasarlas… La verdad es que en el K2 llegué a pasar tres temporadas y lo sentí como algo que “tenía” que hacer, que si era alpinista profesional todo el mundo me estaba preguntando por el K2, así que cuando por fin lo escalé fue más bien una liberación, aunque igualmente lo hice con rusos por una vía difícil, pero siento que lo hice en parte para que la gente me dejara tranquilo y pudiera seguir pintando mi cuadro tranquilo, como yo quisiera.

Con Tato Esquirol escalando en hielo en las Rocosas Canadienses. Foto: Carlos Buhler.
Con Tato Esquirol escalando en hielo en las Rocosas Canadienses. Foto: Carlos Buhler.

¿Tú crees que los alpinistas de hoy en día tienen más difícil encontrar retos?

No, yo creo que retos hay muchísimos, porque es como decir a un pintor o un músico ¿toda la música está hecha ya? No. ¿Todas las pinturas están ya pintadas? No. Estamos en un mundo sin límites. Y un pintor de hoy tiene las mismas posibilidades que un pintor de hace cien años.

Pero las montañas sí son limitadas…

Ya, pero el estilo en que nosotros subimos la montaña es ilimitado. Toda la historia del montañismo se puede hacer en cualquier montaña, no hace falta ir al Everest o al Fitz Roy, porque el estilo es lo que define todo. Y si uno quiere distinguirse, pues puede ir a una montaña y subirla a su manera, en su estilo propio. Ocurre en cualquier deporte, por ejemplo, el fútbol… El escenario siempre es el mismo, un campo de 100 metros por 50, o los que sea, parece aburrido… ¿qué puede pasar ahí diferente? Pues ya lo ves, todo, el fútbol no se va a terminar nunca, porque cada equipo, cada juego es diferente. Pues pasa lo mismo en la montaña. Imagínate las variedades y las posibilidades que tenemos… el número de montañas no es lo que importa.

Hablando del estilo, en alguna entrevista hace años decías que tú entiendes que la gente vaya con oxígeno, que no lo criticas, y sobre todo si ha pagado un dinero, tiene derecho a intentar una cumbre. Entonces, viéndolo hoy en día, con todos los problemas que hay de masificación, con 200 personas subiendo el mismo día al Everest, con un sherpa accidentado que lo abandonan… ¿tú sigues justificando que haya este crecimiento de las expediciones comerciales, con cuerdas fijas, oxígeno…?

Esto se puede ver desde dos puntos de vista. Uno es el punto de vista individual, de satisfacción, lo que cada uno busca en la vida. Aunque ya seamos 8 billones de habitantes en el mundo… ¿eso te quita ganas de tener hijos? No. Porque es tu mundo, el de tus deseos personales y para ti puede ser importante tener hijos. Pasándolo a la montaña, como decía antes para mí la montaña es algo personal, cada uno hace su cuadro, su música. Quizá alguien no tiene mucho nivel, ni experiencia y opta por ir a la montaña de esa forma, en una expedición comercial, bueno, pues está haciendo su pequeño cuadro, es lo que a esa persona le da satisfacción y está en su derecho. Es como otra persona que lo que le da satisfacción es escalar una vía en toprope, o simplemente ir al rocódromo… ¿por qué lo voy yo a criticar? Es su cuadro.

Otra cosa es mirándolo desde el punto de vista del planeta, de nuestras responsabilidades medioambientales, de lo que representa el uso de oxígeno, las expediciones comerciales… Si eso te quita el sueño por la noche, está bien prestar atención, porque es importante al menos admitir tus dudas. Y las dudas las estamos barriendo debajo de la alfombra. Yo lo sé porque he pasado toda mi vida destruyendo el planeta, y soy consciente de ello.

«He pasado toda mi mi vida destruyendo el planeta y soy consciente de ello»

Hombre, tampoco te pases. Destruyendo el planeta no has estado…

Sí, he estado exactamente haciendo eso. Mira, mi generación ha sido de las más privilegiadas de la historia, según mi opinión. Yo nací después de la guerra, no he tenido que hacer ni la mili, he podido escalar todo lo que he querido, coger aviones, montar expediciones… Si hubiera nacido 20 años antes esto habría sido completamente diferente, y yo no sé cómo va a ser dentro de 25 años, pero yo he vivido una época en la que ir al Himalaya era casi como ir al Pirineo. Yo iba prácticamente los años y esta posibilidad nunca ha existido antes en la historia. He podido vivir la vida con la que soñaban los montañeros en los años 30 o 40, cuando para por ejemplo ir a hacer el Cho Oyu había que montar toda una expedición nacional.

Entonces, ¿qué he hecho yo? La realidad es que mi huella de carbono ha sido tremenda y todo por el único fin de subir montañas, es decir, por mi propio egoísmo. Y además de que todo lo que usamos, las cuerdas, la ropa de Gore-Tex, las botas… todo tiene componentes que vienen del petróleo, que es un recurso limitado y contaminante. Y yo sigo dando clases de escalada en hielo como si no pasara nada, cogiendo aviones para venir a ver a mis amigos de España y escalar en Riglos o donde sea… Esto evidentemente es negar la dirección en la que está yendo el mundo hoy día. O sea, voy con los ojos cerrados, como vamos tantos… Es como en el Titanic, cuando se estaba hundiendo y la gente tomando champán en copas de cristal porque, total, vamos a morir dentro de una hora, así que ponme otra copa…

Vale, visto así… pero ¿esto te lo has empezado a plantear ahora? ¿O cuando estabas en el punto álgido de tu carrera, con una expedición por año, también te lo planteabas?

Claro que me lo planteaba, sabía exactamente lo que estaba haciendo. Mira, yo he estudiado ciencias medioambientales en la Universidad cuando tenía 20 años, sabía lo que suponía conducir por la carretera con un cochazo de esos americanos. Me acuerdo que en 1970, cuando estudiaba en Bellingham, tomábamos el pelo a nuestro profesor porque iba en un Volvo de estos grandes y le decíamos ¿cómo puedes conducir con este cochazo y darnos lecciones de ecología? Y él se reía… Claro que sabíamos. Y seguimos haciendo la fiesta mientas el barco se hunde. Y parece que estamos cambiando, pero es mínimo… Claro, yo me siento bien porque reciclo el plástico en mi casa pero luego cojo un avión a Madrid, o compro un coche eléctrico pero el año que viene me voy al Himalaya. Es absurdo decir que estamos haciendo algo. Yo he tenido dos hijos, que como cualquier norteamericano, consumen más que 40 africanos que viven en Nigeria. Sigo dando clases de escalada en hielo y claramente hay menos hielo cada invierno, pero venga, vamos a escalar otra cascada hasta que ya sea todo agua…

Hace un par de años estuve en India, en el valle de Nubra donde abrimos unas vías de hielo y estuvimos escalando con indios de esa zona y la realidad es que ellos tienen los mismos sueños que yo, les gustaría viajar, escalar montañas lejanas, abrir vías nuevas… No hay diferencia entre nuestros sueños, entonces, qué les vamos a decir, “oye, no, mira, mejor quédate aquí que eso de viajar contamina mucho”. Cómo voy a decirles yo algo así…

Carlos Buler en la Librería Desnivel, octubre 23. Foto: Eva Martos.

Cambiando de tema, o quizá no tanto… tu proyecto “Heart for Ukraine”, ¿en que consiste? ¿Quizá es que quieres “redimirte” un poco aportando algo bueno al mundo?

No, para nada, claro que no es eso. Te cuento, yo en mi vida he tenido la suerte de escalar con compañeros rusos, empecé en 1978, con una expedición en Takajistán cuando todavía era la antigua Unión Soviética, luego volvimos a escalar en el K2. Nos sentimos muy motivados para escalar juntos, nos encontramos cómodos, con una especie de combinación de culturas y sueños que de alguna manera se podían juntar en un tejido interesante. Al año siguiente fuimos al Nanga Parbat, luego al Changabang y a otras montañas… Pasé muchos momentos escalando y conviviendo con ellos, tuvimos unas experiencias fuertes y me di cuenta de que en ocasiones habían actuado de forma heroica para mantenerme a mí con vida, yo estaba muy impresionado con la lealtad que manteníamos. Encontramos como una fórmula en la que cada uno aportó su parte, fue una buena sinergia, estuvimos incluso dando conferencias en distintos lugares (como en un centro nuclear en Moscú o en una universidad en Michigan) sobre esta experiencia de cómo con dos culturas muy diferentes se puede montar un buen equipo para encontrar soluciones.

Entonces, cuando empezó la guerra con Ucrania sentí una rabia muy profunda porque en cierto modo me sentía parte de los dos mundos. Entonces, como tenía esta lucha interna, empecé a pensar qué podía hacer yo, así que al principio me fui a la frontera con Polonia y empecé a trabajar como voluntario. Aquí conocí a un cardiólogo que fue quien me dio una idea concreta de cómo poder ayudar. Me contó que tenían muchos problemas para conseguir equipo específico para sus operaciones cardiólogas. Así que ahí me dio una lista de materiales necesarios y me puse a trabajar para encontrar los contactos, las ayudas, donaciones de hospitales… y buscar el método y la vía para llevarlo desde EEUU hasta Ucrania. Así que en eso he estado estos últimos dos años, buscando conexiones entre mis amigos y poniendo mucha energía en que esto salga adelante. Decir que he tenido ayuda de Lowa, que me permite utilizar sus almacenes. Y en eso estoy. Hemos tenido mucha suerte, la respuesta ha sido muy buena. Estoy haciendo esto porque estoy enfadado, quiero mucho a mis amigos alpinistas rusos y también a muchos alpinistas ucranianos que conozco, y la situación me entristece, así que esta es como mi forma de protestar.

«Estoy muy contento de tener esta motivación para seguir escalando»

Hace un par de años has tenido un accidente bastante grave, pero en cuanto has podido te has puesto de nuevo a escalar, incluso con la docena de clavos que tienes en la espalda… ¿Qué es lo que te sigue aportando la escalada?

Cuando me levanto pienso que tengo ganas de escalar, de caminar por el campo, subir alguna montaña… No tengo muy claro de dónde viene esta motivación pero estoy muy contento de tenerla. Solo tener las ganas de salir al monte me ha dado un camino precioso para vivir. Después del accidente yo casi no podía levantarme del suelo y ahora todavía no puedo cargar con una mochila pesada, pero sigo teniendo muchas ganas de salir a escalar, encontrarme con los amigos… Creo que es una suerte y me da pena ser consciente de que estoy viviendo los últimos años de poder seguir haciéndolo. Sería fantástico si todavía tuviera por delante otros 20 años de estar bien para seguir haciendo montaña. La lista de cosas que todavía me gustaría hacer es mucho más larga que la de cosas que he hecho. Y en todo caso la montaña o la escalada es solo el escenario para una vida, podría haber escogido baile, geología, música… cualquier cosa que te dé motivación, eso es lo bonito.

[Más sobre la trayectoria de Carlos en su web, así como de su proyecto Hearts for Ukrania]

Carlos Buhler preparándose para la entrevista que le esperaba... Foto: Eva Martos.
Carlos Buhler y Eva Martos, calentando para la entrevista en Montanejos… Octubre’23.

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