Principios de primavera en el valle del Jerte. Para aprovechar la soleada tarde, un guía profesional y Técnico Deportivo en Barrancos con veinte años de experiencia y buen conocedor de la zona y un barranquista de nivel medio, se dirigen a un tramo de la Garganta de los Infiernos para hacer prácticas de descenso de barrancos en aguas vivas. La garganta bajaba cargada por el deshielo. Las condiciones eran óptimas para la actividad. Nada hacía sospechar al experimentado guía que su cuerpo había decidido ese día darle un disgusto.
Relato de los hechos
Sobre las cinco de la tarde me encontré casualmente a un amigo y le propuse una experiencia en aguas vivas ya que sabía que le apetecería practicar. Antes de entrar en la garganta pasamos por la guardería del parque. Uno de los guardas se vino con nosotros para vernos y aprender un poco. Una vez en Los Pilones evaluamos el caudal. Estaba alto, pero asumible, perfecto para lo que íbamos a hacer. Llevábamos el equipamiento necesario, así como sacas de rescate acuático, herramienta indispensable y necesaria en las maniobras que íbamos a practicar.
La méteo era buena, el horario ajustado, pero suficiente, pues la actividad se podía resolver en algo más de media hora con las prácticas añadidas. Además contábamos con una persona externa que podía ayudarnos en caso de apuro,
¿Qué podía salir mal?
La práctica comenzaba en una gran marmita con una profundidad de tres o cuatro metros a la que se accede por una losa de granito y un salto de dos metros de altura. Tras coger carrerilla para impulsarme doy un último paso con fuerza.
En ese preciso momento noto que toda la fuerza que debía propulsarme se pierde en la nada y el salto es descontrolado. Al caer al agua intento ubicarme rápidamente.
Estoy en un remolino (contracorriente), sin apenas peligro, pero necesito nadar para coger la corriente principal y no estar dando vueltas. Al intentar nadar noto un fuerte dolor y la rodilla no responde. Poco a poco empiezo a ser consciente… Lo que había interpretado, como resbalón o perdida de la zancada del salto, ha sido algo interno, traumático, que ha fallado internamente en mi rodilla. Nado de espaldas sin mover la pierna y tras varios intentos consigo afianzarme sobre una roca. Llamo a mi compañero que me ha visto dar vueltas en la contra sin saber qué pasa.
Salta, llega a mí, sube hasta la zona transitable y me echa la cuerda de seguridad que me ato a la cintura. Como puedo, voy remontando la ladera rocosa ayudado por mi compañero y el guarda de la reserva. Cojeando y muy despacio consigo llegar al todoterreno del guarda y voy directamente al hospital.
El diagnóstico es rotura completa de tendón rotuliano, toda la inserción inferior del cuádriceps, rótula desplazada cinco centímetros hacia arriba e incapacidad total para mantener la pierna en extensión.
REFLEXIONES SOBRE EL ACCIDENTE POR PARTE DEL NARRADOR
En el hospital pensé en lo que me había llevado a esta situación. Tras una vida deportiva de más de 25 años en la montaña, mi cuerpo ha ido acumulando un desgaste y, la edad pasa factura. Hay que saber escuchar al cuerpo y, cuando se queja, cuidarlo.
Mis rodillas llevaban tiempo avisando, pero por desgracia no supe dar con quien me parara los pies y me ayudara a solucionar el problema cuando era fácilmente solucionable. Pero seguí llevando una vida deportiva física inadecuada que significó un caldo de cultivo perfecto para problemas articulares, musculares, etc.
Debemos escuchar al cuerpo y aprender a descansar. Cuidar nuestro cuerpo, que solo tenemos uno, es imprescindible para nuestra seguridad en montaña.