Aun con la inercia que proporciona la bajada del alto de Mostelares, el peregrino entra en la provincia de Palencia cruzando el Pisuerga por el puente Fitero, que lleva nueve siglos viendo pasar el agua bajo sus arcos. Unos metros antes del puente está el hospital de San Nicolás, de la misma edad que el puente. El edificio, construido para auxiliar a los peregrinos y reconvertido posteriormente en ermita, hoy cumple de nuevo con su primitiva función. Atendido por voluntarios de la cofradía italiana de San Giacomo de Perugia es uno de los albergues más auténticos de todo el Camino.
Las aguas del Pisuerga guían al peregrino hasta el primer pueblo palentino, Itero de la Vega. Pero antes de llegar, hay que parar en la ermita de la Piedad para ver la antigua talla de Santiago Peregrino. Un rollo de justicia renacentista del siglo XVI que hay más adelante hará reflexionar sobre cómo se aplicaba justicia en aquellos tiempos. La cima de un pequeño otero pasado Itero da la oportunidad al peregrino de contemplar en oda su inmensidad Tierra de Campos, una tierra llana y orgullosa que compite con un cielo nítido y luminoso para formar un horizonte infinito; una vista que nos transmite un emocionante sentimiento de libertad.
Su contemplación invita a abandonar lo superfluo y disfrutar de la sencillez de las cosas: la inmensidad del cielo, los colores y olores del campo, la línea recta… en definitiva, la esencia del Camino. Con estas sensaciones el peregrino arriba a Boadilla del Camino.
A la entrada, remontando un pequeño arroyo, se puede visitar un antiguo lavadero rehabilitado y decorado con pinturas murales. Dentro de la localidad se levanta uno de los más espectaculares rollos jurisdiccionales de España, y si el viajero va bien de tiempo, acertará visitando la iglesia de la Asunción.
Al dejar Boadilla el peregrino ingresa en el camino de sirga del Canal de Castilla, la obra de ingeniería más importante de la Ilustración española, construido entre los siglos XVIII y XIX con la finalidad de llevar el grano de Castilla hasta el puerto de Santander. Durante algo más de tres kilómetros, Canal y Camino se funden en un trayecto en el que la fe y la razón van de la mano.
Si es previsor, el peregrino podrá hacer este tramo en barco, algo que pocos se podrían esperar en el corazón de Castilla, aunque después de todo, San Telmo, patrón de los navegantes, es oriundo de Frómista, al que está a punto de llegar el peregrino.
La entrada en Frómista no deja indiferente. Haya llegado caminando o en el barco, el peregrino cruza el Canal por encima de una fotogénica esclusa cuádruple. La vista desde aquí es impresionante. En este mismo lugar hay dos cosas que nunca faltan en el álbum de fotografías del peregrino: una es una escultura que representa el encuentro entre la fe y la razón; la otra, un cartel con las distancias hasta los antiguos lugares santos de la cristiandad: Santiago de Compostela, Roma, Jerusalén y Santo Toribio de Liébana.
Desde la capital palentina, remontando el Canal, viene el Camino Lebaniego Castellano, que va hasta el cenobio lebaniego cruzando la cordillera cantábrica. Frómista es mundialmente famosa por su iglesia de San Martín de Tours, una joya románica que no deja de sorprender. Construida en el siglo XI, destaca por las dos torres cilíndricas que enmarcan la fachada occidental, y sus más de cien capiteles con leones, serpientes, ocas y lobos, escenas que simbolizan la lucha del bien contra el mal y los más de trescientos canecillos entre los que hay noventa y un demonios, cincuenta condenados y dieciséis animales.
Es Frómista una pequeña localidad muy bien surtida de alojamientos y restaurantes en los que degustar la gastronomía palentina. Al salir de Frómista el peregrino salva la autovía A67 por un puente y por un andadero paralelo a la carretera P-980 llega a Población de Campos, que fue la encomienda más importante de la Orden del Hospital de San Juan.
Su pasado medieval aflora en las ermitas de San Miguel, a la entrada del pueblo, y del Socorro, de los siglos XIII y XII respectivamente. Cuando llega al puente sobre el río Ucieza, el peregrino tiene que decidir entre seguir por el andadero paralelo a la carretera o tomar un camino junto al río.
El primero le llevará por las pequeñas localidades de Revenga y Villarmentero de Campos, mientras que la ruta del río lo acercará a Villovieco. Escoja lo que escoja, el peregrino llegará a Villacalzar de Sirga, sin saber, quizá, que camina por el escenario de una de las más trascendentales batallas de nuestra historia. La de Golpejera o Volpejera, que en 1072 enfrentó a castellanos y leoneses y que concluyó con el apresamiento del monarca leonés, Alfonso VI, por parte de su hermano Sancho II que reinaba en Castilla.
Varios topónimos recuerdan el acontecimiento: La Matanza, La Reyerta, Las Tiendas o el Camino del Obligado, en referencia al que siguió encadenado Alfonso VI hasta Revenga para continuar hacia Burgos por la ruta de los peregrinos.
Un aire medieval impregna Villalcazar de Sirga. La impresionante mole de la iglesia de Santa María la Blanca, una de las tres iglesias templarias del Camino, anuncia su presencia desde la distancia. Santa María está rodeada de un halo de misterio que hace crecer su belleza a los ojos del peregrino. La visita al interior del templo es obligatoria. Los sepulcros del infante Don Felipe, hijo de Fernando III el Santo y hermano de Alfonso X el Sabio, y su esposa Leonor, adornan el fresco interior.
También se venera la imagen de la Virgen Blanca, destinataria de varias de las cantigas de Alfonso X. Nada más salir de Santa María, el peregrino se da de bruces con otro «monumento», pero de muy diferente naturaleza: el mesón de Villalcazar presidido por la escultura de su fundador, Pablo el Mesonero.
Seis kilómetros habrá de recorrer el peregrino desde que divise las torres de Carrión de los Condes hasta que entre en la villa más importante en el tramo jacobeo palentino. Aymeric Picaud, en su Codex Calixtinus, dice de ella “que es villa próspera y excelente, abundante en pan, vino y todo tipo de productos”. Sigue siendo Carrión de los Condes localidad cabecera de comarca, si bien no tiene la importancia que tuvo en el medievo, cuando fue ciudad principal, disputada por leoneses y castellanos.
Tan glorioso pasado ha dejado un impresionante patrimonio en el que brilla la iglesia románica de Santa María del Camino. Atravesar la puerta sur bajo los relieves del Tributo de las Cien Doncellas invita a la reflexión. En su interior se veneran la Virgen de las Victorias y el Santo Cristo del Amparo, de origen renano y similar al de Puente La Reina.
El peregrino tampoco puede perderse la Iglesia de Santiago, en especial su fachada occidental con figuras de los oficios y gremios del medievo y un espectacular friso que representa el Jerusalén Celeste, con Cristo como juez del mundo en el final de los tiempos.
La iglesia es actualmente museo y durante 2021 albergará, junto con Santa María, la vigésimo quinta exposición de las Edades del Hombre “Lux”, compartida con la catedral de Burgos y Sahagún. A la salida de Carrión el peregrino se topa con el monasterio de San Zoilo, entregado por Alfonso VI a la Orden de Cluny, que lo convirtió en un importante centro religioso y político. San Zoilo acogió concilios y bodas reales como las de Sancho VI de Navarra con Sancha de Castilla, o los de la princesa Beatriz de Suavia, nieta del emperador de Constantinopla, con Fernando III el Santo.
Actualmente alberga también un hotel y se hace imprescindible la visita a su claustro y a un misterioso tesoro ubicado en la sacristía del monasterio. Se trata de dos telas del siglo XI de origen islámico que llegaron de Córdoba con las reliquias de San Zoilo, posiblemente como presente de los califas árabes a los condes de Carrión.
Se desconoce el origen y cómo pudieron ser confeccionadas, pues ningún telar de su época era capaz de tejer textiles de esas dimensiones.
En los próximos diecisiete kilómetros el peregrino no encontrará el refugio de ninguna localidad. Quizá sea este el tramo más largo entre poblaciones del todo el Camino, junto con la etapa de Saint Jean de Pie de Port a Roncesvalles.
Tanto es así que algunos la llaman la “etapa de la penitencia”. No hay adornos geográficos que distraigan, solo horizonte limpio, sin dobleces, como los paisanos de esta tierra; un horizonte trazado con tiralíneas, infinito, que al norte rompen las cumbres de la montaña palentina.
Esta etapa es de obligado cumplimiento para comprender y vivir la esencia jacobea. Sin ella, la experiencia del Camino no será completa.
La vía Aquitana, la calzada que unía Astorga con Burdeos, y la torre de su iglesia guían al peregrino hasta Calzadilla de la Cueza. El camino cruza el valle de la Cueza, avanzando entre campos de cereal que custodian espesos pinares.
Desde aquí, caminos de tierra o andaderos junto a carreteras cuyo tráfico absorbió la autovía del Camino de Santiago, llevan al peregrino por las pequeñas y hospitalarias poblaciones de Ledigos, Terradillos de los Templarios, Moratinos y San Nicolás del Real Camino hasta Sahagún, ya en tierras leonesas.
El peregrino abandona Palencia con la íntima sensación de haber experimentado la esencia del Camino.