Cuando se acerca el verano, las sandalias deportivas –también llamadas algo alegremente de trekking– arrinconan a las botas y zapatillas y se hacen un sitio en los estantes de las tiendas especializadas. Sus ventajas son evidentes: son más cómodas y frescas que cualquier bota o zapatilla de trekking y, por lo general, son más económicas. Además, el hecho de que el pie vaya menos sujeto hace que los músculos trabajen de forma distinta, con mayor movilidad que en el interior de un calzado cerrado, lo cual puede resultar positivo para mantener dicha musculatura en una situación óptima. En opinión de los especialistas en podología usar sandalias deportivas para caminar por terrenos razonablemente estables puede ser una excelente opción para dar ese plus de movilidad a nuestros pies y para liberarlos del “encierro” al que les sometemos la mayor parte del año.
De trekking sí… pero menos
Ahora bien, el hecho de que se las conozca como sandalias de trekking –y con ello sólo nos estamos refiriendo a una gama de sandalias específicamente diseñadas para entornos no urbanos– no significa que puedan sustituir a las botas o zapatillas en todos los casos. Las ventajas que tienen las sandalias deportivas pueden convertirse en inconvenientes si las utilizamos en terrenos inestables como puede ser un sendero de montaña. En esos terrenos lo que necesita nuestro pie es, fundamentalmente, sujeción y estabilidad, con cierto grado de movilidad, pero minimizando las lesiones que se puedan producir por un exceso de ésta –como por ejemplo, los esguinces de tobillo–. Es evidente que en un terreno montañoso, el hecho de llevar una parte importante del pie al descubierto es también un riesgo añadido de sufrir traumatismos, sobre todo en los descensos. Esto último se reduce y mucho cerrando la puntera de la sandalia, de ahí que los modelos “cerrados” sean muy apreciados por los amantes de este tipo de calzado.
Ni que decir tiene que no hay que confundir una sandalia con una buena sujeción de antepie y talón, con la veraniega chancla que deja el talón suelto. Las chanclas son muy recomendables para evitar el contagio de hongos y papilomas en piscinas, playas o vestuarios, pero en ningún caso para caminar, y menos para hacerlo por terreno irregular. En las chanclas los dedos se ven obligados en cada paso a generar un efecto de “garra” para evitar que ésta se salga, lo que produce un significativo aumento de la tensión que se genera en la fascia plantar. Dicha tensión se transmite al tendón de Aquiles y resto de polea muscular de la pierna, pudiendo favorecer la aparición de fascitis plantares, espolones calcáneos y sobrecargas musculares en la pierna y en la zona lumbar.
Además este tipo de “sandalias” favorece la aparición de esguinces de tobillo y rodilla al resultar altamente inestables. Por si fuera poco, las chanclas son responsable de numerosos accidentes en las carreteras pues tienden a engancharse en los pedales de acelerador y freno. Todo esto es aplicable a cualquier sandalia que no sujete convenientemente el pie. Así pues, una sandalia que se elija para caminar –y cuando decimos caminar pensamos más en buenos caminos de firme más o menos regular que en senderos de montaña plagados de piedras sueltas e irregularidades– debe de tener siempre sujeción al talón y al dorso del pie para evitar el efecto de garra y para mantener una estabilidad aceptable.
Existen en el mercado multitud de modelos con diferentes formas de sujeción. Lo importante es que de la forma que sea se mantenga una sujeción tanto del antepié como del talón.
En qué debemos fijarnos
- La suela
La suela de una sandalia deportiva es, como en cualquier otro calzado deportivo, un elemento de vital importancia. Cuando vayamos a comprar unas hemos de tener en cuenta dos cosas: la primera, la altura del talón. Si durante todo el año acostumbramos a usar calzado con algo de tacón, debemos de mantener también algo de tacón en la sandalia. El hecho de que pasemos de un tacón más alto a uno sensiblemente más bajo produce un aumento directo de la tensión de la fascia plantar y de la musculatura posterior de la pierna. El Drop es el concepto técnico que define la diferencia de altura entre el talón y el antepié.
Mantener un poco de drop favorece la comodidad. El segundo punto en el que debemos fijarnos es de qué y cómo está hecha. Mientras una suela lisa puede servir para uso urbano, en terreno más irregular necesitaremos una suela con mayor agarre. La puntera ligeramente levantada facilita la caminata, evita que entren piedrecillas y protege los dedos de impactos.
En realidad, la suela de una sandalia “todo terreno” no debe diferenciarse de la suela de una zapatilla o una bota ligera de trekking: debe tener grosor para proteger la planta del pie de las irregularidades del firme; debe poseer un relieve que facilite el agarre y debe estar fabricada con materiales de diferentes densidades que amortigüe el impacto de la pisada para proteger los músculos y articulaciones.
- El sistema de sujeción
Correas, tejido de red, cordones… sea cual fuere el sistema, el sistema de sujeción que lleve el modelo debe sujetar el pie de forma óptima –repárese en que decimos óptima y no perfecta, pues sería necio pedir a una sandalia eso– tanto en la parte delantera como en el talón. Naturalmente, si se recurre a cintas éstas deben de tener un protector para evitar las rozaduras en la piel. Esto, que parece una perogrullada, no es algo raro. Las cintas han de ser fuertes pero no rígidas y con buenos remates para evitar que se deshilachen. También han de tener una longitud correcta para que no sobre ni falte al cerrarlas. Hay que prestar atención a dónde comprimen el pie para que no causen molestias en la articulación del tobillo o de los metatarsos.
- El material
Las sandalias deportivas se fabrican con tejidos sintéticos, con piel o combinando ambos. Elegir uno u otro es más una cuestión de gusto que de otra cosa, aunque bien es cierto que los modelos con componentes de piel envejecen más rápidamente –envejecer no significa que se deterioren; nos referimos a sus aspecto– y tardan más en secarse que los sintéticos que incluso pueden meterse en la lavadora. Los modelos de piel son también algo más pesados. A cambio son más resistentes y por eso se utilizan más en la sandalias “cerradas” que protegen los dedos.
Guerra al mal olor
Aunque una de las ventajas que se atribuyen a las sandalias es que evitan el mal olor de pies, los que las usan habitualmente saben que éstas suelen empezar a oler mal después de un tiempo de uso. Algunos modelos incluyen tratamiento antibacteriano que retrasa la aparición del mal olor, pero tarde o temprano éste aparece. El primer consejo para evitarlo es, naturalmente, lavarse a menudo los pies y las propias sandalias. Y después:
- Esparcir bicarbonato sobre la planta y la parte interior de las tiras, dejar que el producto haga reacción un par de noches y eliminarlo.
- Limpiar con una gasa empapada en alcohol la planta y la parte interior de las tiras. El alcohol elimina la humedad y bacterias.
- Llenar dos bolsas de algodón con arena de gato y colocarlas sobre la planta sujetándolas con las tiras. Déjalas así un par de días.
- Hay productos específicos como las bolsas absorbe olores de Smell Vell.