—¿Te vienes a dar la vuelta al Gorbeia en bicicleta?
—Me propone por teléfono un amigo alavés—.
Es una auténtica aventura deportiva. Son dos días y hay cuestas arriba para dar y tomar, pero el paisaje es de fábula. La respuesta no podía ser otra.
—Pues claro.
Nos citamos en Murgia, capital del Valle de Zuia, una población de aspecto señorial llena de palacetes. Murgia es el kilómetro cero de la ruta, aunque se podría comenzar en cualquiera de los pueblos por los que pasa, si bien el no pequeño detalle de dónde alojarse aconseja hacerlo aquí o en Otxandio o en Orozko.
Después de dar cuenta de un buen desayuno en uno de los bares de la plaza nos subimos en la bici y vamos al encuentro del camino.
—Es mejor hacerlo en sentido antihorario porque así las cuestas arribas son más humanas.
—Entiendo.
Algo de carretera, mucho de pista, bastante de sendero; subidas que ponen a prueba el fuelle, bajadas en las que hay que poner mucha atención… los primeros kilómetros son una señal de lo que nos espera en este viaje alrededor del Gorbeia.
Con la Llanada Alavesa a la diestra y el Gorbeia a siniestra vamos aumentando la cifra del cuentakilómetros entre prados verdes y colinas cubiertas de bosque.
Zaitegi, Ondategi, Murua, Etxaguen, Elosu… atravesamos pequeños y bien cuidados pueblos donde podemos rellenar las botellas. Al otro lado del embalse de Urrunaga está Legutio. Su nombre en castellano era Villarreal de Álava, pero en 1980 su ayuntamiento decidió darle el nombre de Legutiano, que era el que aparecía en su carta fundacional de 1333.
Años después, el Gobierno Vasco dictaminó como nombre definitivo Legutio. Situada en una estratégica ubicación al pie de los pasos de montaña que comunican la Llanada Alavesa y Vitoria- Gasteiz con los valles vizcaínos de Arratia, Duranguesado y el guipuzcoano del Alto Deva, Legutio ha sido escenario de varios enfrentamientos bélicos notables.
Los primeros se produjeron durante las Guerras Carlistas, en las que fue una posición muy codiciada al ser considerada la «llave de Vitoria». Legutio conserva un interesante casco histórico con aroma medieval en el que sobresale una puerta con doble arco apuntado.
Un tramo de fábula
En Legutio la ruta pone rumbo al norte. No hay otro modo de seguir que pedalear por la empinada carretera A-2620. Un mirador sobre el embalse da la excusa para tomarse un respiro. Abandonamos el asfalto por un camino que arranca a la izquierda y que entra en un frondoso hayedo.
Aparecen señales del GR 38 Ruta del vino y del pescado y del Camino Natural Senda del Pastoreo, o GR 282, un recorrido circular de 485 kilómetros salpicado de bordas y chabolas que atraviesa las tres provincias vascas y Navarra y que da la oportunidad de conocer la cultura pastoril y los parajes naturales de este territorio.
El tramo hasta Otxandio es de fábula, casi siempre a la sombra del bosque y con cierta tendencia a bajar, lo que hace que nos sintamos unos campeones al entrar en esta villa situada en la frontera entre Bizkaia y Araba. Otxandio —Ochandiano en castellano— es uno de los núcleos urbanos de mayor interés del ámbito del Gorbeia y cada una de sus calles rezuma historia.
El conjunto arquitectónico de la Plaza Nagusia, con su iglesia, su frontón, el Ayuntamiento, la fuente de Vulcano, la bolera y la casa de cultura, es para quedarse más de un rato admirándolo. No solo hay que alimentar la vista, también el estómago, y de eso nos encargamos en una de las tabernas que hay cerca de la plaza. Ensalada, carne, bacalao, verduras… la mesa se convierte en un bodegón digno de la escuela flamenca.
Sabemos que no es la mejor dieta para ponerse después a dar pedales, pero ¿quién puede no caer en la tentación de la cocina vasca?
—Pues ahora viene lo divertido.
Ya he escuchado varias veces comentar a los compañeros que en hay una larga rampa mataciclistas. Me consuelo pensando que es solo para asustar al chico de la capital. El entorno ayuda a espantar los miedos.
Ahora corremos hacia el oeste y atravesamos un bosque de cipreses y alerces que bien podría servir de plató para una película de misterio. Al salir del bosque nos topamos con el humedal de Saldropo, a los pies de las Peñas de Atxuri. El humedal es una gran planicie anegada que se asienta sobre una antigua turbera, explotada hasta su práctica desaparición en la segunda mitad del siglo XX.
Todo esto lo leemos en unos grandes paneles instalados en el amplio aparcamiento que hay al final de la carretera y que es punto de partida de las excursiones por este espacio. En un extremo del aparcamiento da comienzo la pista por la que continúa nuestro deambular.
La pista rodea las Peñas de Atxuri en un constante sube y baja. Por el norte, una sucesión de montes forma horizontes superpuestos, a cada cual más difuso.
Ya está aquí
En un caserío al borde de la pista asfaltada que procede de Ipiñaburu, una pareja que está apilando leña nos saludan haciendo un ademán que yo interpreto como “la que os espera”.
—Bueno, ya está aquí.
Lo que ya está aquí es la temida cuesta. La pista asfaltada se va poniendo tiesa progresivamente y llega un momento en el que me es más rentable bajar y empujar la bicicleta que intentar seguir pedaleando, y aun así, tengo que parar para recuperar el resuello de vez en cuando.
Vista en el mapa, la pista corta perpendicularmente las curvas de nivel. Son solo dos kilómetros y medio, pero ¡menudos son!
Después, la pista se pone más razonable, más a estas alturas de la partida cualquier repecho se me hace un Everest. Hemos empezado a rodear el inhóspito macizo de Itzina, tan salvaje que solo es recomendable adentrarse en él en compañía de personas que conozcan bien el terreno.
En su interior se abre la cueva de Supelegor, en cuyo pórtico, las noches de tormenta, Mari, La Dama de Anboto, se reunía con lamias y sorgiñas. Hoy no hay tormenta, pero con la atmósfera mortecina que produce el cielo nublado y la tarde echándose encima, no sería raro que Mari apareciera en una de las curvas de esta pista que nunca se acaba.
—Ya todo es bajada.
—Ya.
El plan inicial es bajar hasta Ibarra y después subir a Urigoiti donde vamos a pasar la noche. Pero se ve que hay unas sendas que podrían acortar la llegada a Urigoiti y estamos a tiempo de explorarlas.
Un rápido referéndum y gana por mayoría la propuesta de ¡adelante!
Las sendas están impracticables, embarradas, pedregosas y con repechos en los que empujar la bici es un tormento. Demasiado tarde para dar marcha atrás. Apretamos los dientes. Por fortuna, no tarda en aparecer el caserío de Urigoiti, que me parece el lugar más hermoso del mundo.
Llegamos a la casa rural Etxegorri tarde, embarrados, cansados y hambrientos, pero muy muy contentos. Alguien me señala un punto en la montaña que tenemos a nuestra espalda.
—Ves aquello que parece una roca, allí en lo alto. Es un menhir. Mañana pasaremos por él.
—Amos, anda…
Era verdad
No, no había sido otra broma para impresionar al capitalino. En el desayuno me muestran el track y compruebo que sí, que hay que subir hasta el menhir… y más allá, que diría Buzz Lightyear.
Esta mañana se suma al grupo un amigo vasco. Dice que lleva muchos años sin montar en bici y a juzgar por la que trae no exagera. Comenzamos con una bajada algo trialera por una trocha entre muretes de piedra hasta la carretera que une Ibarra con Urigoiti y que abandonaremos muy pocos metros más adelante para iniciar la larga, larga, larga subida hasta el menhir de Kurtzegan.
El menhir mide 5,40 metros y luce una especie de corsé metálico. Y es que hasta el año 2011 estaba roto en tres trozos derribados en el suelo. La visión de este misterioso monumento megalítico pone la piel de gallina.
También ayuda el biruji que corre a estas alturas y que hiela el sudor que se ha cobrado la escalada. No es ajeno al escalofrío el emocionante panorama que abarcamos y en el que sobresale la cresta rocosa de Itzina, que parece al alcance de la mano.
El lugar es idílico
El silencio solo es roto por el viento y los tintineos de las esquilas de las pacíficas vacas y los robustos caballos que pacen en los alrededores. Una cosa está clara, y es que quienes aquí clavaron el menhir quien sabe cuándo también se sintieron cautivados por la magia del lugar.
Da mucha pereza arrancar y abandonar este altar natural, mas hay que seguir subiendo hasta alcanzar el techo de la vuelta en el monte Kolometa, a 1006 metros de altitud.
De pronto mi transportín decide dar por terminada la aventura. El constantante traqueteo ha roto el tornillo que lo sujeta a la tija del sillín y no hay manera de arreglarlo. Entre los compañeros se reparten el parco equipaje que transporto.
La noche anterior, en la cena, me prometieron un descenso inolvidable por el bosque de Altube algo menos conocido que su hermano el hayedo de Otzarreta pero de igual o mayor belleza. No me engañaron. El descenso por la loma de la Burbona — recibe ese nombre de tres pequeñas cimas casi imperceptibles— es un auténtico regalo para los sentidos y para las piernas.
Según perdemos altura nos vamos cruzando con más y más excursionistas que vienen a disfrutar de la sombra del bosque. Cuando veo a algunos calzados con zapatillas deduzco que el final de la etapa no está lejos.
No tardamos en salir a la pista asfaltada que procede de Sarria, una de las puertas de acceso al Parque Natural de Gorbeia. A la orilla del río Baias está el Centro de Interpretación en la vertiente alavesa y un área de recreo con mesas, un pequeño refugio y columpios; un lugar estupendo para pasar el día mirando las nubes pasar.
Uno se quedaría aquí para visitar el centro, pero hay que pensar en el viaje de vuelta a casa. Tendré que conformarme con unos pintxos en Murgia y unas cervezas —sin alcohol, por supuesto— mientras comentamos las anécdotas del viaje y las impresiones que en cada uno de nosotros ha dejado.
Me despido de la cuadrilla prometiendo volver acompañado.
—La próxima vez que vengas tendrás que rematar con la subida a la cruz.
—Y eso, ¿qué supone?
—No llega a diez kilómetros.
—Ya.
¿Contaré a mis amigos lo de la cuesta mataciclistas y lo del “agradable” remate de la cruz, o reservo la sorpresa?
+
Información en www.gorbeiaeuskadi.com/gorbeia-bira
FICHA TÉCNICA
Tracks descargables aquí.
Distancia: 93 km y 9,8 km a la Cruz del Gorbeia.
Desnivel: +2400 m y +760 m a la Cruz del Gorbeia.
Cartografía: hojas 86, 87 y 112 del IGN 1:50 000.