Una ruta cicloturista que enhebra una decena de edificios románicos cercanos a Aguilar de Campoo ha dado un empujón fenomenal al conocimiento de este tesoro único.
Lo dijo Jesús Calleja: «Este románico palentino es extraordinario, hay que mostrarlo». Y vaya si lo mostró. Miles de espectadores de toda España pudieron ver un botón de muestra de este tesoro en la televisión. El aventurero leonés, con ese desparpajo que le caracteriza, montó una “vuelta ciclista” que visitaba una decena de templos románicos situados alrededor del embalse de Aguilar de Campoo. Un año después, la Diputación de Palencia balizó la ruta. Había nacido Pedaleando por el románico.
El mejor punto de partida
Aguilar de Campoo huele a vainilla y harina horneada por las dos fábricas de galletas que hay en a localidad. Esta actividad está muy arraigada en Aguilar, y hubo un tiempo en que nueve de cada diez galletas que se consumían en España salían de las galleteras aguilarenses. También tiene un centro histórico, declarado Bien de Interés Cultural, un paseo fluvial al lado del Pisuerga y un monasterio a caballo entre el románico y el gótico que acoge el Centro de Estudios del Románico y el Museo Románico y Territorio. Ningún otro lugar hubiera sido más acertado para situar el kilómetro cero de esta ruta, que más que una actividad deportiva es un viaje en el tiempo.
Lo primero es ponerse a la altura de la presa del embalse, cosa que conseguimos no sin resoplar pues la empinada subida nos pilla en frío. Tras ponernos a nivel seguimos ganando altura pero ya sin necesidad de meter todo el hierro. No tardamos en llegar a Corvio donde está la primera de la iglesias románicas que visitaremos. El de Santa Juliana es un templo del románico tardío de robusto aspecto. Su campanario tiene la particularidad de ser tan ancho como la nave central. Un pequeño panel describe todos los pormenores de la iglesia, y un código QR permite completar la información con nuestro móvil. Este equipamiento informativo se repite en el resto de iglesias que veremos.
El siguiente hito es Matalbaniega. Para llegar hay que seguir ganando altura entre amplios campos a excepción de un bonito pinar. Antes de llegar al pueblo encontramos en un gran prado la iglesia de San Martín Obispo, adosada en tiempos a un monasterio. Su elemento diferencial son los setenta y dos canecillos con representaciones de animales, músicos, figuras eróticas y vegetación. Hace un día un poco desapacible de primavera y no hay nadie alrededor. Imaginamos lo animada que debe estar esta campa el día de la fiesta mayor.
Por espacios sin límites
Un poco destemplados por la larga parada nos ponemos en marcha rumbo a la siguiente escala, Villavega de Aguilar. Pedaleamos por espacios en los que se pierde la vista. Para conocer la iglesia de San Juan Bautista hay que desviarse mínimamente. No hay ni que dudarlo. Las calles de Villavega están vacías cuando entramos. Su iglesia es un edificio típico del románico rural: pequeña y maciza, pero con unos detalles decorativos sobresalientes, como la iconografía de la portada. Destaca la conocida como Tregua de Dios: un personaje intercede entre dos caballeros que se aprestan a la lucha.
Regresamos al “anillo románico” para continuar hacia Cillamayor. No está muy lejos, pero hay que apretar un poco pues la mitad del camino tira para arriba. En la bajada cruzamos las vías de la línea León-Bilbao. Los raíles perdiéndose en el horizonte, y el desierto apeadero que se recorta en un cielo salpicado de nubes componen una imagen realmente cinematográfica. La iglesia de Santa María la Real de Cillamayor ya es otra cosa. El grueso del edificio, al que se añadieron posteriormente algunos elementos, es plenamente románico. Las tumbas antropomórficas tallada en la roca que hay a su alrededor le dan un puntito de misterio.
Al salir de Cillamayor nos enfrentamos a una larga subida que nos conduce al mismo Matabuena. Su iglesia, dedicada a San Andrés, está al final de una rampa cementada que pone a prueba las piernas y los deseos de visitarla. El edificio ha experimentado muchas reformas a lo largo de su historia hasta ocultar lo que fue la nave original.
Hasta ahora, los pueblos en ruta han estado muy próximos unos de otros. La tónica va a cambiar. Bustillo de Santullán, el siguiente en la lista, está a casi siete kilómetros, una distancia que parece estirarse por el ondulante terreno que atravesamos. Por primera vez nos bajamos de la bici para cruzar puertas ganaderas equipadas con un ingenioso sistema anti vacas. En un momento dado, tras superar un cambio de rasante, vemos alzarse muy lejos las cimas de la Montaña Palentina, entre ellas lo que creemos que es el Espigüete.
La mitad del camino
La iglesia de San Bartolomé nos recibe al entrar en Bustillo. De su original edificio románico sólo conserva la espadaña y la portada. El resto es del siglo XVII. En su interior se conserva dos retablos barrocos y una curiosa pila bautismal cuadrada. Mucho más interesante es el siguiente templo que está en Villanueva de la Torre, muy cerca. Al acercarnos al pueblo vemos alzarse en su parte alta la silueta de Santa Marina. A estas alturas del día, hay que echarle ganas para llegar sin desmontar hasta su puerta por el corto y empinado camino que llega hasta ella desde el pueblo, pero, de verdad, vale la pena. Aparte de su rústica belleza en la que destaca un llamativo campanario, es una gozada sentarse en el muro de su patio y contemplar el inmenso valle verde que se abre ante nuestros ojos.
A uno le pide el cuerpo quedarse aquí en plan zen, pero aún queda más de la mitad del camino por andar. Animados por la perspectiva de la comida en Salinas de Pisuerga recorremos en un abrir y cerrar de ojos la distancia que nos separa de este pueblo bañado por el Pisuerga; el primero que cuenta con un lugar donde aplacar la gusa.
Salinas aporta a la ruta su iglesia de San Pelayo, fácil de encontrar por su robusta torre. No es, no obstante, un edificio románico, sino renacentista eso sí, uno de los más notables de este estilo en el norte palentino.
Algo amodorrados por la comida reanudamos el viaje felicitándonos de que los primeros kilómetros sean llanos y el bosque ribereño del Pisuerga nos de algo de sombra. En un pis pas nos presentamos en el desierto Barcenilla de Pisuerga. Encontramos señales del Camino Natural del Románico Palentino, un itinerario al que ya dedicamos un reportaje (GE 258. Noviembre 2019). Naturalmente, el pequeño pueblo tiene su iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, pero de románico le queda más bien poco. En su patio dan sombra varios árboles y nos tienta la idea de tumbarnos en la hierba y hundirnos en esa atmósfera esponjosa que tienen lo pueblos castellanos a las tres de la tarde de un sábado de primavera.
Casonas hidalgas
Comenzamos uno de los tramos que, después, elegiremos como uno de los más bonitos de todo el camino. Hemos iniciado el regreso a Aguilar girando hacia el este. Saltando de una pista agrícola a otra, y dejándonos guiar por la excelente señalización, nos acogemos a la umbría del Monte de la Ruya. La persistente sombra ha evitado que se evaporen los charcos de las lluvias recientes y esto hace aún más divertido este tramo que ha de dejarnos a las puertas de Barrio de Santa María. En esta pequeña y tranquila pedanía, donde sólo nos recibe un par de perrillos, nos llaman la atención varias casonas hidalgas con blasones armados. Su iglesia también fue en su día románica, pero el estilo desapareció en la gran reforma que se la hizo en el siglo XVI.
La que no ha sido tocada es la ermita de Santa Eulalia, que ocupa la ladera del cerro a poca distancia de la población. La que fuera la iglesia del desaparecido Barrio de Santa Olalla es uno de los hitos más notables de todo el románico norte de Castilla y León. En su interior se conservan pinturas murales con el Juicio Final como guión, siendo uno de los pocos ejemplos de esta clase que se conservan en Palencia. Los capitales de la ventana del ábside, por su parte, tienen llamativos relieves con representaciones del pecado original y una arpía con rostro de hombre.
Regresamos a Barrio de Santa María para encarar un tramo muy antipático: una larga y tediosa cuesta que parece no terminar nunca y que nos aupará a lo alto de Monte de la Cotorra. Arriba paramos un ratín con la excusa de contemplar el valle anegado por el embalse de Aguilar. A pesar del día soleado, un vientecillo procedente de la montaña nos pone la carne de gallina… ¿O será el paisaje el que produce esta reacción?
La iglesia más coqueta
Pronto olvidamos el cuestorrón dejándonos caer por la pista. Para no perdernos nada hay que apretar las manetas de los frenos. Sitios como éste explica esta loca afición de conocer mundo encima de una bicicleta. Sabemos que el descenso termina en la que es –creo yo– la iglesia más “coquetona” de todo el día: la ermita de Santa Cecilia. Construida a horcajadas sobre una peña que domina Vallespino de Aguilar, este pequeño templo del siglo XII es uno de los emblemas del románico palentino y Monumento Histórico Artístico Nacional desde 1951. Los relieves de su puerta son de una belleza sublime. Si no te emocionan es que eres más de piedra que ellos.
Santa Cecilia es, también, el broche final del rosario de templos románicos que argumentan la ruta; pero si la dábamos por terminada, nos equivocábamos. Los catorce kilómetros que restan hasta Aguilar son una montaña rusa, con tendencia a perder altura, sí, pero con pendientes que vacían nuestras ya mermadas reservas de energía.
Tras culminar una antipática cuesta arriba alcanzamos la carretera de Vallespinoso, la cruzamos y seguimos por otra carretera más pequeña que primero sube y luego baja serpenteando hasta la presa del embalse. En la parte baja, un aliviadero forma un espectacular abanico de agua pulverizada. No hay que perder la oportunidad de conseguir una foto artística, así que bajamos, hacemos las fotos y de postre descubrimos que hay un camino en la otra orilla del Pisuerga que, a lo mejor, llega a Aguilar. ¡Acertamos!
Antes de regresar al monasterio de Santa María la Real, callejeamos por Aguilar, buscamos una terraza al sol y al abrigo de la fresca brisa que se ha levantado nos tomamos unas cervezas y damos cuenta de unos ricos aperitivos. Una forma perfecta de terminar el día. Y después, ¡a estirar!
Guía del viajero
- Longitud: 60 km.
- Desnivel positivo acumulado: 890 m
- Tipo: circular
- Señalización: la ruta está muy bien marcada con las señales de IMBA España y mojones de madera con un logotipo específico.
- Cartografía: hojas 1331 y 2, y 107-3 y 4 del IGN. 1:25.000
- Track: https://desni.in/ry4p
- Información: se puede descargar un PDF con un plano y un perfil de la ruta en la web de la Diputación de Palencia. El enlace acortado es https://bit.ly/2JjsQs9.
- Logística: aunque la ruta se hace en el día, para poder visitar detenidamente las iglesias, o si se hace en familia, lo mejor es dividirla en dos etapas.
El mejor lugar para terminar la primera etapa es Salinas de Pisuerga, que tiene algún alojamiento rural. La populosa población de Cervera de Pisuerga está a 12 kilómetros por la P-212. Se puede evitar mucho asfalto combinando pistas agrícolas.
No obstante, si se decide dividir la ruta lo más cómodo es comenzar en Salinas de Pisuerga y pasar la noche en Aguilar de Campoo que tiene buenos servicios turísticos. Consultar en: www.aguilardecampoo.com