David Palmada ‘Pelut’ y Josep Maria ‘Tato’ Esquirol son de la raza de alpinistas a quienes motiva el frío y las incomodidades en las grandes paredes. Hace dos años, invirtieron doce días de invierno en la frágil cara oeste del Petit Dru. Esta vez, han decidido volver a encordarse para ir a un escenario más cercano pero igualmente salvaje: la cara oeste del Picu Urriellu. Allí, les esperaba la primera repetición invernal hasta la cima de la vía Zunbeltz, situada justo a la izquierda de la famosa Pilar del Cantábrico, con la que comparte algunos largos en la parte alta.
Zunbeltz fue abierta en artificial en 1989 por Antxon Alonso, Juan Antonio Olarra y Aitor Fernández, con una propuesta de grado de A4. En 2003, los hermanos Pou llevaron a cabo la liberación del itinerario, sugiriendo una dificultad de hasta 8b+. Álvaro Novellón realizó una repetición invernal en 2008… la única hasta la fecha.
A continuación, el propio Pelut se extiende contando el progreso de la ascensión:
Visiones… recuerdos… cosquillas y punzadas en el estómago… ¿Qué me está pasando? Es la llamada del Picu, que cada vez con más fuerza está perturbando mi mente… Una invernal… Sí, sí, una movidita de esas que curten y puntúan fuerte.
Pero, ¿por qué? ¿Qué nos pasa a los humanos, que somos así de masocas? Sí tengo claro lo duro que juega el Picu, un lugar tan cercano y tan remoto a la vez. Si me pongo racional y pienso un poco me responderé a mí mismo: «¿Por qué coño volver en invierno? ¿No tuviste bastante con quedarte ya 11 días sitiado? ¿No tuviste bastante con 3 días tirando de pala para sacar el coche de Pandébano? ¿No tienes claro el frío que hace en la oeste?» Realmente, estos pensamientos se me borran cuando pienso en el otro lado, esos días de calma… todo en silencio, un poco de sol en la pared y el Vega Urriellu inmóvil y sin vida observando desde abajo… uy, uy, uy… Ya me voy calentando…
Así que no queda otra que hacer caso a tus instintos y necesidades. El tema está claro: la aventura está en la cara oeste; aquí he vivido historias muy intensas, de esas que te gusta recordar. Así que, con la ventaja de saber a lo que nos enfrentamos, toca agarrar el teléfono y llamar a Tato, compañero y amigo tanto en la vida como en la vertical. Puede parecer muy cursi, pero la clave del éxito en movidas duras es confiar y conocer al 100% a tu compañero. Eso te transmite una paz y seguridad interna increíbles y difíciles de explicar, pues en una cordada siempre hay dudas y puntos de vista distintos, pero cuando encuentras al compañero que apoya y lucha los proyectos propuestos como suyos des del principio, eso es una máquina de guerra imposible de parar.
Objetivo Zunbeltz
Objetivo clarísimo, vía Zunbeltz. Abierta en el invierno de 1989 (por Antxon Alonso, Juan Antonio Olarra y Aitor Fernández); dificultad propuesta por los aperturistas: «extremadamente difícil A4». Una bonita y elegante vía con poquísimas repeticiones en verano y con sólo una en invierno a cargo de Álvaro Novellon y Mikel en 2007. Además, tenemos la suerte de que en 2013 Aitor Fernández, Loru Gutiérrez, Zizto Amunarriz y Stig Larrañaga le practicaron un restiling de agradecer a la vía, cambiando los anclajes de las reuniones.
Así que ahora sólo queda confiar en la buena méteo y disfrutar de la vía. Este invierno está siendo relativamente suave, en el sentido de que hay poca nieve y eso favorece la aproximación al Picu.
Primera retirada
Con la motivación al máximo, la semana del 6 de febrero nos ponemos camino de Sotres, donde parece que la méteo puede aguantar. Efectivamente hay poca nieve en la pista que va a Pandébano y podemos llegar con coche. A la mañana siguiente preparamos unas suculentas mochilas de 30 kilos para cada uno y poder tantear la aproximación. Reventados del viaje, nos ponemos en marcha a las 10 de la mañana y en 5 horas largas nos plantamos en la base del Picu. La pared está increíblemente bonita y limpia, la aproximación se deja hacer bastante bien (lenta y cansada pero bien) y sólo un molesto viento nos castiga durante la parte final. Bajamos rápidos a Pandébano otra vez para portear al día siguiente. Una cena ligera y dormir. Por la mañana, todo cambia… Tato (que es el que siempre controla e interpreta la méteo… y menos mal porque yo no miro nunca nada) me comunica que hay cambio de tiempo y se esperan 3 días de fuertes nevadas… ¡gran putada! ¡Pero la reacción es inmediata! Hacemos un segundo porteo y nos vamos a casa a currar. Ya volveremos cuando la méteo sea más prometedora (cuesta asumirlo pero es lo mejor… paciencia… para triunfar en invierno hace falta mucha paciencia). Al final esto se traduce sólo en dinero… (Un viaje más y alguna otra multa de radar, cosas sin importancia… ¿o sí? En fin, como decíamos con Tato, lo pondremos todo dentro del presupuesto invernal de este año, que no es otro que el de nuestros bolsillos).
Retirada, nos despedimos de nuestros petates dándoles un besito y pidiéndoles un poquito de paciencia, que en un par de semanas estaríamos de vuelta. Aprovechamos para hacernos amigos de un grajo y decirle que nos los cuide (a cambio de unos trocitos de pan, pues la comida en invierno escasea en el Picu).
Una sensación extraña se queda en nuestros cuerpos, pues estábamos preparados para el asalto final y se ha abortado la misión. Tendremos que reprogramar la centralita.
Segundo intento, mucho viento
Los días pasan y la méteo se estabiliza. Ya no hay más espera y a 3 de marzo cargamos con nuestro último porteo. Nos estamos dirigiendo al Urriellu para no volver a bajar si no es con la foto de la Virgen de las Nieves en nuestras cámaras. Esta vez la méteo no es tan mala pero tampoco buena. Está claro que jugamos a cara o cruz.
Interpretada la méteo a nuestra manera y tirando de recuerdos vividos en la oeste, decidimos dedicar los 2 días de fuerte viento que daban (de 50 a 80 y hasta 120 km/h, lo que convierte la escalada en una tortura) en intentar fijar 2 o 3 largos al menos, para no perder esos 2 días sin hacer nada. La gran suerte es poder contar con el refugio de invierno abierto, el cual hace la espera mucha más agradable.
La decisión es acertada pues nos da para levantarnos tarde: ya que por la mañana el viento es infernal e imposibilita la escalada, mientras que por la tarde se hace más llevadero. Tenemos el primer contacto con la vía y ya vemos la tónica que tendrá la escalada… ¡Difícil! Bonita pero difícil. Tato ha venido motivado y con ganas de probar algún largo en libre, y así lo hace: en el segundo largo ya se calza los gatos y navega un poco, pero la realidad es que las condiciones no son las optimas para estar dándole al free-climbing. Así que nos centramos en nuestro objetivo que es escalar y disfrutar la ruta al máximo.
Tenemos 3 largos fijados y vamos a entrar ya con todo en la pared. Se nos pasó por la cabeza intentar hacer un ataque ligero escalando sin parar y sin hamaca, menos mal que no lo hicimos pues nos hubieran sacado pajaritos, ya que el primer día que nos quedamos en la pared después de escalar con un odioso aire puteador, no teniendo bastante con eso una vez instalada la hamaca y acomodados dentro empezó el cuento de los 3 cerditos, donde el lobo decía: «¡Abrid! ¡Abrid! ¡Abrid la cremallera de la hamaca!» Y Tato y yo decíamos: «¡No! ¡No!» Y el lobo respondía: «¡Pues entonces soplaré y soplaré y la hamaca tumbaré!» Y cómo soplaba el lobo, las ráfagas eran tan fuertes que nos levantaba de la hamaca, y eso que tanto Tato como yo no somos dos pesos pluma. ¡Maldita méteo! Es lo que yo digo… al final, tanto mirarla para que termine haciendo lo que quiera, pues ese aire tan fuerte no lo marcaba… Resumiendo, estuvimos toda la noche en vela aguantando el toldo con las manos e intentando quitarme los malos pensamientos de la cabeza, pues sabiendo que estás tan cerca de todo y tan lejos al mismo tiempo y que aquí arriba el cerebro funciona muy rápido y los fantasmas del miedo vienen a verte, quieren abrazarte, te susurran… Por suerte, entre Tato y yo no los dejamos entrar en la hamaca.
Escalar en estas condiciones no es agradable, sólo hace desmerecer la aventura y tener ganas de mandarlo todo a la mierda, pues al menos para mí no hay nada peor que el viento, te hace enloquecer; la nieve y el agua bueno, vale, sí, guay, no pasa nada, pero el poder del viento… cómo asusta. Por fin, la méteo parece anunciar algo positivo: dos días más suaves en cuanto al viento se refiere y ya no dan nieve. Eso nos motiva mucho, pues es lo que necesitamos si queremos ir a cumbre y rapelar la oeste con éxito.
Motivación a tope
Martes: nos ponemos en marcha con la motivación a tope. El cuerpo, no, pues las horas de sueño que nos faltan nos pasan factura. La línea desploma mucho lo que hace que subir los petates no sea una tarea complicada (al menos algo positivo tiene que tener el desplome). Vamos escalando los largos de forma fluida pero no rápida y, siempre con el pensamiento de “joder con los Pou», superamos secciones de sartenazos importantes, y los seguros de los largos siguen siendo los mismos de la apertura y ya no están para muchas noches buenas. Largos muy poco marcados por las pocas repeticiones, que a veces te hacen dudar; pequeñas secciones intensas que ya demuestran una gran pericia de los aperturistas… En fin, una vía de disfrute y elegancia. El sexto largo, el del arco con el techito estético y aéreo, empieza a indicarnos que nos queda poquito de desplome. Tato le da duro, combinando alguna salida con un poco de artifo, y ya por la tarde montamos la R6.
Motivados y con poco frío en el cuerpo, pareciendo más bien una competición de escalada, no paro ni a beber en la reunión. Cargado con todo el material, salgo disparado. Sólo quiero escalar y ganar metros, pues se va oliendo el final (mentira pero eso ayuda a motivarnos). Un larguito de A3 se interpone entre la R6 y la R7. La topo que llevamos nos descuadra un poco, pues la reunión me la marca con tendencia hacia la derecha y cuál es mi sorpresa al encontrarme una reunión justo encima de mí… Pues lo normal es dudar, creo intuir unos 10 o 15 metros más arriba un posible emplazamiento de la otra reunión, pero ya es tarde (más bien de noche), así que tomamos la decisión de dormir en R6 y mañana miércoles escalar el último trocito de largo y llegar a Rocasolano.
Tercer y último día
La decisión es acertada, pues una noche en la más tranquila calma nos deja descansar de la horrible noche anterior. Unas risas para quitar un poquito de presión al asunto y preparar el plan de ataque para el último día. Está claro, subiré a terminar el largo y montar todo para que Tato haga el último largo de Zunbeltz. Mientras jumareo, saco tanto material como me es posible del largo para evitar roces de cuerda, ya que el largo tiene unas “zetas” importantes. Llegado a lo que creíamos que era una falsa reunión, sigo escalando, aunque me da a mí que realmente eso sí era la reunión buena, pues rápidamente me doy cuenta que sin quererlo estoy empalmando los dos últimos largos, ¡qué bien! La noche anterior nos reíamos con Tato para que yo hiciera el último y yo le decía que no, que ya tenía bastante con los que me habían tocado y fíjate por donde sin quererlo me comí los 2 en 1 (risas y más risas), cosas de cordada. Con un peso y roce considerable, escalo el último largo de Zunbeltz hasta llegar a la reunión común con el Pilar del Cantábrico.
Felicidad máxima, pues aquí termina la vía Zunbeltz, pero realmente nosotros queríamos algo más, queríamos la cima del Picu. Ya que hemos llegado hasta aquí, un saludito a la Virgen de la Nieves no estaría mal. “Tato Machine” sube jumarenado a fondo y, ya a ritmo de rally, escala los dos largos ramposos hasta Rocasolano (por cierto, tarea lenta, difícil y aburrida con todos los petates). Miramos el reloj y son las 4 de la tarde, a fondo, mochila de ataque, juego de friends y gas para arriba. Tato escala como una locomotora los largos de Rabadá, y yo detrás sudando a muerte y por fin las palabras mágicas: «¡Ya estamos arriba!» ¡Brutal! Ensamblados llegamos a la cima del Picu donde nos espera nuestra amiga la Virgen de las Nieves.
Unos microsegundos de alucinación viendo el paisaje, pues el día está precioso, ¡hoy sí! Cuatro gritos a lo Sambari, de descarga adrenalítica, ese ansiado abrazo con tu compañero y vamos que nos vamos, pues nos queda toda la bajada por la cara oeste. Son las 7 de la tarde, con lo que no hay de qué preocuparse, pues la noche nos atrapará seguro. Pero bueno, no importa, tenemos toda la noche para bajar y todo el jueves para desportear y volver a casa (que el viernes hay que currar). Así que despacito y con calma. La bajada por la oeste con los petates también es intensa y vibrante, pero eso es otra historia…
Contentos, con las pilas recargadas y una leve sonrisa en la cara nos despedimos una vez más del Picu, que sin estar en un sitio muy lejano y remoto nos hace sentir sensaciones a la altura de cualquier expedición de envergadura.
Gracias a los aperturistas por esa buena línea
Gracias a los reequipadores por mantener el espíritu vivo de la vía
Gracias a los hermanos Pou por levantar tanto el listón
Y gracias al Picu una vez más para dejarnos subir y disfrutar de él.