El parapente está íntimamente relacionado con la montaña. Sus orígenes, su desarrollo, el escenario en que se practica… Muchos alpinistas han sido “cautivados” por esta pasión hasta el punto de abandonar la escalada y centrarse exclusivamente en el vuelo. Pero a la montaña siempre se vuelve de un modo u otro y realizar hike&fly (caminar y volar), además de emplear las velas para descender tras escaladas comprometidas o recorrer macizos montañosos con esa sencilla aeronave, están tomando un importante auge.
El parapente, cuyo nombre deriva del empleo de un paracaídas en una pendiente (“pente”, en francés), tuvo un comienzo completamente ligado a esas laderas de montaña en las que evolucionó para ser más que un freno durante una caída.
Jean-Claude Bétemps fue el primero que probó a despegar con un paracaídas para re-aterrizar un poco más abajo, en la propia pendiente, y dar el pistoletazo de salida a lo que serían los primeros vuelos de descenso. André Bohn, un paracaidista suizo de alto nivel, prolongó el vuelo hasta el fondo del valle aterrizando en el campo de fútbol de Mieussy después de partir de la montaña de Perthuiset. Gérard Bosson y otros miembros del Para-Club de Annemasse secundaron la idea y también realizaron ese vuelo histórico.
Su finalidad era la de ahorrar el remonte en avioneta en sus competiciones de aterrizaje de precisión con paracaídas, pero abrieron involuntariamente una caja de Pandora.
A pesar de ello fueron principalmente alpinistas quienes motivaron a los fabricantes para transformar un paracaídas en una aeronave que gozase de velocidad horizontal, aplicando complejos cálculos que la convirtiesen en un cuidado perfil aerodinámico y la alejasen del elemento textil que amortiguaba una caída.
El parapente alcanzó su culmen hasta que se desarrolló y emancipó, impulsado de modo especial por las competiciones específicas aunque sin olvidar ser una herramienta para el alpinismo del que, de uno u otro modo, siempre ha formado parte.
Alpinistas alados
Hablar de vuelo en montaña es hablar de Jean-Marc Boivin, un alpinista que abandonó este mundo mientras buscaba junto a su cámara el mejor punto de vista para captar uno de sus “BASE” en la zona del Salto del Ángel, en Venezuela. Lo hizo tras haber seducido con la pócima de la ilusión, esa que contiene la esencia de “si lo intentas, es posible”, en el cuerpo de muchos de sus contemporáneos. Y, como no, tras servir de espejo en el que se mirarían, y medirían, las generaciones venideras.
Siguiendo a pies juntillas el mensaje de su célebre frase “para vivir hay que arriesgar”, obtuvo en 1979 un récord de altitud en ala delta despegando del campo IV del K2, a 7.600 m, tras haber hollado su cumbre.
Dos años después, en 1981, volvió a batir otro récord esta vez con un ala delta biplaza al despegar desde la cumbre del Aconcagua, a 6.960 m de altitud. El 14 de agosto del mismo año encadenó, junto a Patrick Bérhault, la Sur de l’Aiguille du Fou con la Directa Americana de la Oeste de los Drus poniendo pie en el “rognon” de estos últimos sirviéndose de un ala delta biplaza.
El 14 de julio de 1985 volvió a batir el récord de ala delta monoplaza despegando de la cumbre del Gasherbrum II (8.035 m.), cima a la que ya había subido la semana anterior, concretamente el día 8, pero que volvió a repetir para el vuelo.
En 1986, utilizando esquís, parapente y ala delta, se apuntó la ascensión de cuatro caras norte en el macizo del Mont-Blanc en menos de 24 horas. Verte, Droites, Courtes y Grandes Jorasses fueron sus “víctimas” antes de acometer, volando, los últimos quince kilómetros que le condujeron al valle de Chamonix donde aterrizó a las 12´30 de la noche.
El 14 de abril del 88 puso un hito al realizar un vuelo de distancia en parapente (en esos tiempos prácticamente solo se realizaban vuelos de descenso) recorriendo 31,5 km. tras despegar de la cumbre del Mont Maudit.
Unos meses después, el 26 de septiembre, y después de culminar la ascensión del Everest por la Arista Sur, efectuó el primer vuelo en parapente desde su cumbre que le sirvió para establecer el récord del despegue más alto y la bajada más rápida del gigante, invirtiendo solo once o doce minutos en la operación de descenso hasta un poco por debajo del campo II.
Todo un extraterreste, adelantado a su tiempo y pionero de lo que hoy se conoce como “deportes extremos”, que como puede verse estableció plusmarcas en todas las disciplinas que acometió, desde la espeleología al salto de precisión en paracaídas pasando por el esquí fuera de pista e incluso el paraesquí, precursor de lo que hoy son speed riding y speed flying.
Efecto dominó
La consecuencia inmediata que tuvo el impulso de Jean-Marc fue la de incentivar, especialmente a mediados de los ochenta, a los que tenía más cerca, quienes a buen seguro también espolearon sus hazañas.
Más jóvenes, aunque tremendamente activos durante la década de oro de Boivin, Eric Escoffier y Christophe Profit jugaron el arte de los encadenamientos, cada uno con sus ingredientes, para dejar boquiabierto a un público que progresivamente se centró más en correr por las montañas que en conectarlas por el aire salvo cuando se empleaban aparatos motorizados como los helicópteros.
Muchos dejarían el alpinismo y la escalada exclusivamente para desplazarse por el aire, pues en oposición al peso y volumen del ala delta ese artilugio, que entraba en una mochila, permitía mayor autonomía y daba satisfacción por sí mismo. Paralelamente se descubrían zonas donde practicarlo. Las competiciones de distancia en vuelo libre se convertían en moneda de cambio y las montañas ya no eran tan necesarias para despegar prolongando un vuelo que las prestaciones crecientes de las sencillas aeronaves ya se encargaban de alargar.
El atractivo del parapente hizo que cruzase los Pirineos, teniendo en personajes como Gerardo y Javier Bielsa una punta de lanza que también constituyeron un año después otros hermanos como los “de la Matta” o los “Bohigas”, así como por varios contemporáneos (Lluís Giner, etc…) que hasta ese momento centraban su actividad en ascensiones y escaladas.
Manel y Javier de la Matta, junto a José Sanmartín y Carlos Bravo, están entre los primeros que se formaron en Mieussy, donde también lo habían hecho los hermanos Bielsa y, con posterioridad, Guillermo de la Torre, Ramón Portilla, Félix de Pablos… Algunos otros, por su parte, recibieron sus primeras nociones en Chamonix. Unas enseñanzas que sirvieron para que formase parte del activo grupo que operó originalmente en el Sistema Central y algunas estribaciones de la Sierra de Gredos (Tomás Mesón fue un activo representante de esta zona). Toti Sánchez y otros escaladores también recibieron algunas nociones en Francia, aunque siguieron sus pasos de la mano de Guillermo de la Torre, como tantos otros lo hicieron de los pioneros docentes hermanos Bielsa (César Pérez de Tudela entre ellos) o del activo grupo catalán, quienes fueron creando las primeras escuelas.
Apuntar que los hermanos Bohigas vieron igualmente una gran influencia en el pirineísta Patrice de Bellefon, fabricante de una de las firmas pioneras del mundo del parapente: Gypaaile. De nuevo un personaje íntimamente relacionado con las cumbres a la vanguardia del arte de volar.
Otros pioneros y disciplinas
Despegar de una montaña para descender o comenzar un viaje de muchos kilómetros no es el único propósito de muchos apasionados. Existe una disciplina llamada vuelo-vivac en la que se combinan pasiones. Ascender, volar, dormir en montaña para, al día siguiente, comenzar de nuevo. Didier Favre, Pierre Boilloux son los nombres de los pioneros (el primero abrió la puerta de una apasionante aventura volando y caminando… ¡con su ala delta a la espalda!). El de Antoine Girard, un alpinista francés, también pasará a la historia por su proeza llevando el vuelo-vivac a su máxima expresión en el verano de 2016: 1260 km. en 19 días, en Pakistán, con un vuelo de distancia de 248 km. que supuso el récord del mundo de altitud (8.157 m.), sobrevolando el Broad Peak. ¡Todo ello en solitario!
Antoine ha realizado hazañas parecidas en otros macizos montañosos como la cadena de los Andes, donde destaca su vuelo sobre el Aconcagua con el que también cazó otro récord inédito para la cordillera (7.203 metros de altitud). Todo ello sin dejar de operar en el Himalaya para fijar, otra vez sobre Broad Peak, el que hasta la fecha es el récord de altitud absoluto: 8.407 m. Esta cifra, que parece una burlesca combinación numérica de la altitud de la montaña (8.047 m.) ha sido alcanzada en el mes de julio de 2021.
El fotógrafo Uli Weismeier es otro personaje clave en la historia del parapente. Primer campeón del mundo de la disciplina cuando esta se emancipó del paracaidismo, Weismeier comenzó de la mano de Bruno Cormier y Xavier Murillo, padres de la revista Vertical. Aunque en el mundo de la montaña es más conocido por sus imágenes de escaladores como Stefan Glowacz, su aportación a la industria parapentistica y al desarrollo de la actividad es innegable.
Vuelta a los orígenes
La prueba y la demostración de que el parapente no ha olvidado sus orígenes es que, a pesar de haber seguido caminos de desarrollo diferentes, está más presente que nunca en la montaña. Los citados vuelos de cross y altitud en el Himalaya; pruebas que combinan moverse por el aire con los desplazamientos a pie, atravesando cadenas montañosas como los Alpes (X-Alps), las Dololomitas (Dolomiti Superfly), los Pirineos (X-Pyr)… donde destacan especialistas de alto nivel como Chrigel Maurer, Maxime Pinot, Aaron Durogati, etc; atrevidos recorridos surcando cumbres, con vivacs en muchas de ellas para continuar al día siguiente; descensos comerciales con aeronaves biplaza que despegan de cumbres con relativos buenos accesos…
En todos estos años los equipos han evolucionado hacia una mayor ligereza y compacidad, y se han creado armas específicas para los que, siendo pilotos, también eran montañeros, escaladores o alpinistas. Sandie Cochepain, Uli Wiesmeier, John Silvester, Will Gadd o el desaparecido Erhard Loretan han contribuido enormemente a ello, por su notable experiencia en varios “mundos”.
Aquí, en España, nos hemos enterado -como suele ser habitual- un poco tarde. Pero en Francia, Suiza, Austria, Alemania, e incluso el norte de Italia (áreas de influencia alpina y pirenaica) se ha vivido una auténtica revolución, demandando útiles más ligeros para subir, de nuevo, caminando a las montañas con la finalidad de realizar un vuelo, regresando en cierta medida a la esencia y respirando la pureza del contacto con la naturaleza bajo una ética minimalista. Velas, arneses, la adopción de vestimenta ligera y elástica para alpinismo, de los cascos para escalada como forma de ahorrar peso y volumen… quizás debido a que los practicantes de una especialidad también lo eran de otra, ha desembocado en ingenios que han abierto la puerta a otras modalidades muy diferentes de las que fueron habituales durante un buen puñado de años.
El hike & fly (caminar y volar) ha tomado un importante auge. Es una disciplina que se puede definir como usar el parapente para descender o comenzar un periplo tras alcanzar el punto de despegue a pie, siempre sin usar medios mecánicos de acceso. La zona de despegue no tiene por qué ser un lugar “oficial” sino que puede improvisarse allá donde lo considere el piloto. Un elemento que añade originalidad y aumenta el atractivo de la combinación.
Ya que el parapente es un “planeador flexible”, precisa despegar desde un punto elevado sin la obligatoriedad de que sea necesariamente una altísima montaña o la cumbre de esta. Pero sí un área distanciada del valle (que por otro lado acostumbra a ser el punto de partida de la actividad) por un cierto desnivel.
Eso significa que caminar y volar no es, forzosamente, “volar en montaña” y por ello resulta conveniente evitar malentendidos. Es cierto que las montañas son los puntos elevados ideales y el hike & fly se realiza principalmente en ellas, pero es posible caminar durante kilómetros y kilómetros surcando senderos agrestes de poco desnivel para iniciar el vuelo en una colina, un cerro testigo o cualquier otro relieve residual esculpido por la erosión.
Aunque etimológicamente caminar y volar también podría ser cubrir unos pocos metros a pie hasta el punto de despegue, la especialidad tiene entidad propia y su concepto y filosofía son muy respetados en países del arco alpino. Por ello conviene no confundir con subir andando ocasionalmente y cubrir, por ejemplo, 200 metros a través de una pista o una carretera hasta un despegue oficial por el hecho de que el vehículo sea incapaz de acceder. Eso no sería ni ético ni riguroso. Del mismo modo que tampoco lo sería catalogar a un deportista de escalador, y mucho menos de alpinista, por haber descubierto la escalada en unas pocas horas sin elevar sus pies más de un metro del suelo en un rocódromo.
Alpinismo y vuelo, hoy
Gracias al material, el entrenamiento, pero sobre todo la formación y cultura heredadas, tenemos una generación capaz de todo. Se dominan diferentes disciplinas y se establecen marcas que, hace menos de una década, eran impensables.
Liv Sansoz, Julien Irilli o Simon Anthamatten, por poner solo tres ejemplos, están contagiados por un ambiente favorable de montañas y gentes que comprenden, animan e impulsan y están combinando todo lo que saben en las montañas donde lo han aprendido. El esquí y el vuelo se mezclan con el descenso a vela, apoyados por nuevos materiales cada vez más ligeros, “performantes” y seguros. Los últimos inviernos han sido de récords de descenso en parapentes livianos tras escalar diferentes rutas en la cara norte de las Grandes Jorasses. Varios alpinistas franceses de las nuevas generaciones están siguiendo las enseñanzas del gran Boivin varias décadas después de su revolucionaria aportación. En noviembre de 2015 Yann Borgnet y Martin Bonis ya bajaron de ese modo tras escalar el Hipercouloir. Sansoz, Mika Geroni, etc. han utilizado recientemente el parapente para descender de la montaña tras escalar alguna de sus rutas.
El 21 de mayo de 2011 Lakpa Sherpa y Sanu Babu Sunuwar despegaron en parapente biplaza de la cumbre del Everest, remontaron hasta los 8.880 metros, sobrevolaron el Nuptse y aterrizaron en el aeropuerto de Namche Bazar, situado a unos 30 kilómetros de distancia en línea recta.
En 2017 Hansjörg Auer escaló tres vías en solo integral en el día en las Dolomitas gracias a los descensos a bordo de una vela compacta y ligera.
En el verano de 2018 Antoine Girard y Daniel Lacaze utilizaron el parapente para remontar desde el valle y realizar una tentativa al Spantik 7.027 m. evitando así una larga aproximación y transitar a pie por un peligroso plató colmado de grietas.
En febrero de 2020 el alemán Fabian Bühl descendió desde la cima del Cerro Torre, lo que sirvió de estímulo para que otros deportistas secundasen la idea bajando de otras agujas patagónicas como el Fitz Roy, la Guillaumet, etc…
En 2021 Girard volvió a la carga para realizar la ascensión del Spantik (7.027) en el día, partiendo de Karimabad (2.800 m.). La aventura tuvo comienzo a eso de las 11:30 para remontar hasta los 6.400 metros, aterrizar, dirigir sus pasos hasta la cumbre (a la que llegó sobre las 17:15) despegar hora y cuarto después y concluir aterrizando en la ciudad punto de partida a eso de las 19:30.
Simplemente mágico y solo realizable gracias a las enormes posibilidades del parapente.
En el reciente verano de 2022 Will Sim y Fabian Buhl se sirvieron del parapente para ganar cuatro días en la compleja y peligrosa aproximación hasta la base del Gulmit Tower (5.800 m) en el valle de Hunza, para realizar su primera ascensión.
También en el verano 2022 Benjamin Védrines utilizó un ala para descender del Broad Peak tras su rápido ascenso de 7 horas y 28 minutos desde el campo base hasta la cima. El descenso de un gigante que se une al también reciente del Everest efectuado por el sudafricano Pierre Carter y considerado el primer vuelo “legal” (tras recibir autorización gubernamental) de la montaña más alta de la Tierra.
Las montañas atraen la atención de los parapentistas y los parapentes la de los alpinistas. Descender tras ascender o escalar del Toubkal (4.167 m.) en Marruecos, del Mont Blanc (4.810 m.) en Francia, del Kilimanjaro (5.895 m.) en Tanzania, de algunos gigantes del Himalaya o de muchas agujas y cimas de Los Alpes, las Dolomitas… es algo frecuente tanto en monoplaza como en biplaza.
Un descenso rápido supone una menor exposición a los peligros objetivos, aunque volar también entrañe un importante compromiso.
Y, por supuesto, esa nueva combinación remontando hasta un punto desde el que comienza la ascensión y eliminando los escollos de una larga aproximación, abre la puerta a una nueva dimensión como también a acalorados debates éticos.
Humildad, análisis y formación
Sí, señoras y señores. Nos encontramos en la montaña y cualquier actividad que se practique en ella es exigente y comprometida. Es cierto que el parapente no conlleva los riesgos de actividades de velocidad como el wingswit en su variante proximity o de los de saltos BASE extremos. Pero al dominio del equipo hay que unir un amplio conocimiento de la aerología, de la mecánica de las brisas de valle, de los problemas de sustentación derivados de la altitud y la densidad del fluido, de la capacidad de penetración cuando el viento es intenso…
Debido a la sencillez de pilotaje del parapente en atmosfera calmada hay quienes piensan que con escasos conocimientos y experiencia se puede volar desde cualquier cima. Incluso hay técnicos y escuelas que alientan a sus alumnos a la realización de grandes retos aéreos atendiendo exclusivamente a sus dotes para la escalada o el trail running. Como en todas las actividades el intrusismo prolifera y existe oferta de cursos de vuelo en montaña impartidos por técnicos exclusivamente de vuelo, sin que ningún profesional de actividades de montaña proteja de los riesgos en el suelo. La reciente corriente del empleo de velas de área reducida (minivelas pensadas para speed riding y speed flying), e incluso de simple superficie para que muchos den sus primeros pasos, parece hacer olvidar que se trata de herramientas especializadas y que la errónea percepción de la masa de aire por parte de un piloto novel puede bloquear su progresión o aportar una falsa sensación de control cuando practique de forma autónoma. Todo ello en un país mediterráneo donde sabemos que la formación no está de moda y en el que, con tomar un curso de iniciación o ver algunos vídeos en la red, hay quienes se creen expertos.
Una formación dirigida y competente pero, sobre todo, mucha humildad y análisis de las capacidades y las situaciones es lo que mantendrá a los apasionados que combinen la montaña y el vuelo en las mejores condiciones durante el mayor tiempo posible. Caminar, ascender, escalar y alcanzar el valle volando son regalos maravillosos que requieren un gran sentido y no están exentos de responsabilidad. Afrontados con la actitud necesaria aportan grandes satisfacciones, reducen muchos riesgos presentes en la alta montaña y, estoy seguro, contribuirán al incremento del nivel del alpinismo como ya ocurrió en la década de los ochenta.
Volar en parapente: ¿reservado a unos pocos?
Hay, básicamente, dos modos de disfrutar del parapente en montaña. Uno es realizar la actividad de modo autónomo, tras un buen periodo de formación en el arte de volar independientemente de que se sea un potente escalador o un avezado alpinista. Otro es vivir la experiencia en una aeronave biplaza gracias al apoyo de un profesional que se encargue de la seguridad de su pasajero, aunque adolezca de experiencia. Por supuesto habría una tercera, que también requiere de la pericia del deportista en ambos mundos pero le permite ir más allá cuando duda de su capacidad como piloto monoplaza: contratar un guía de vuelo que también puede serlo de montaña.
Una frase muy extendida en el mundillo dice: “si puedes correr, puedes volar”. Y debo reconocer que está cargada de razón. Pues aunque es cierto que para dominar un parapente como piloto hay que formarse, y para volar en montaña acumular muchos conocimientos y experiencia, realizar una ascensión y descender plácidamente hasta el valle en un biplaza pilotado por otro solo precisa tener ganas. Ganas y, por supuesto, dejarse acompañar de guías de montaña y técnicos en parapente titulados que cuiden de nuestra seguridad en el suelo y nos transporten en la aeronave reservándonos la exclusiva tarea de sentirnos como aves que surcan el cielo. Eso también es posible… ¡y tremendamente bello!
José I. Gordito
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