En este 2001, le caen 71 años (n. Perigord, 1930), una buena pila que él lleva con añoranza estoica. “A todos nos gustaría tener la oportunidad de volver a empezar, pero como eso es imposible sólo te queda aceptarlo”. A principios de mayo, en el Festival de Trento celebran un homenaje a los Alpes, y entre los protagonistas indiscutibles está él. A finales de mes, se marcha de viaje y rechaza gastar su tiempo hurgando entre el pasado de su archivo fotográfico para ilustrar esta entrevista. Entendemos la poderosa razón de su prisa por volver por décimoquinta vez a los Andes, donde, por ejemplo, vías como la del Huandoy de 1973 o la del Chacrarraju Oeste de 1983 se convirtieron en referencias.
Desde los años 50, ha ido encontrando por Alpes, Andes, el Himalaya, y también en los Pirineos, la consecuencia de la montaña. “Para mí siempre ha significado una sola cosa: aventura”. También ha averiguado su finalidad, el para qué: “La montaña te enriquece en la medida en que cada situación te enseña algo nuevo que queda grabado en tu memoria. Sin duda esto te enriquece como persona”. Lo que no ha encontrado ha sido el porqué: ¿Cómo definir con claridad las razones profundas que incitan a un hombre a comprometerse deliberadamente en una aventura en la que las posibilidades de éxito son inferiores al riesgo de jaque?”, escribió.
Su mensaje de enriquecimiento personal va en la línea de Walter Bonatti (“la montaña mejora a quien quiere mejorar”), nacido también en 1930. Sus respectivos tipos de escaladas, de mensajes, y de enfrentamientos con lo oficial se puede resumir en esta consideración que Sylvain Jouty y Hurbet Odier hacen en el Dictionaire de la Montagne: se les puede considerar tanto rivales como alter ego.
Bonatti vivió buenas polémicas en su día. Desmaison también. En 1966, René se desvincula de la organización oficial del rescate de unos alemanes en la oeste del Petir Dru. En lugar de unirse al acercamiento (hoy considerado incompatible para la vida de Ramish y Schriddel) por arriba, toma la misma decisión que el americano Gary Hemming. Cada uno con sus cordadas y por separado suben, llegan hasta los alemanes y los bajan. Gary Hemming se llevó la fama ante la opinión pública gracias a los artículos de Paris Match. Desmaison quedó como un traidor ante sus compañeros de laENSA y dimitió. Aunque su alejamiento del alpinismo oficial coincidió con el acercamiento institucional hacia la idea de crear unos cuerpos dedicados exclusivamente al rescate, él había cortado los lazos. El enfrentamiento conoce un segundo episodio en febrero del 1971, cuando Serge Gousseault muere a su lado y a 100 m de terminar una nueva vía en el Espolón Walker.
Al año siguiente (1967) del rescate del Dru, primera invernal al Frêney. En esta ocasión, primera y bien primera. Porque de la que se resume como “segunda/primera”, en 1961, siguiendo los pasos de Chris Bonington y Don Whillans le quedó una espina. El equipo inglés y el francés coincidieron bajo la Chandelle. Sobre lo que ocurrió bajo el paso clave del pilar, Desmaison tiene su propia versión y distinta a la que escribieron los vencedores. Y aún hay una conexión más entre Whillans y Desmaison. El francés fue el primero en diseñar arneses. Whillans, en 1970, inventa para la expedición del Annapurna, el arnés de cintura.
Sus relaciones con las casas comerciales era la propia de la época. Los alpinistas trabajaban para ellas, pero afirman que no estaban patrocinados: no cobraban porescalar. Herman Buhl y Anderl Heckmair son los autores preferidos de Desmaison quien, a su vez, escribió títulos como 342 heures dans les Grandes Jorasses (1973), Protégeons la montagne (1978), Professionnel du vide (1979), Les Andes vertigineuses (1983). Su obra de 1971, La montagne a mains nues, hablaba de escalar con menos medios técnicos pero sobre todo se sumergía en el desamparo del alpinista. “Cuando un marinero se ve sorprendido por una tormenta, siempre puede encontrar cobijo y protección en su propio barco. No está sólo. Un hombre en montaña sorprendido por una tormenta no tiene nada que le proteja, está realmente solo”.
¿Cómo recuerdas tus años de actividad?
Empecé a practicar alpinismo de alto nivel en 1955. Escalaba en los Alpes, a menudo en solitario y en invierno. En mis 14 viajes a los Andes, abrí siete vías muy duras, incluso hoy en día siguen estando entre las más duras de los Andes.
En cuanto a las expediciones, la primera fue en 1959. Durante cuatro años fui guía de alta montaña en la ENSA. Al mismo tiempo hacía películas sobre alpinismo, participaba en conferencias y, hasta 1983, año en que empezaron a desaparecer algunas marcas, participaba en la fabricación de material de montaña aportando mis conocimientos técnicos. Supuso un gran cambio económico y, para seguir ganándome la vida, empecé a escribir.
¿Cómo ves la escalada y el alpinismo actual, su evolución y los cambios tecnológicos que han influido en ella?
Creo que es una evolución normal. Cuando era joven hacía lo mismo, quería aportar algo nuevo con respecto a lo establecido. Eso no ha cambiado, las nuevas generaciones quieren hacer evolucionar este deporte y las novedades técnicas que permiten mejorar el material de escalada sirven para ayudarles en esa tarea. Todo esto está ligado.
¿Hay algún avance que consideres revolucionario?
Las inovaciones que se han visto a lo largo de estos años no son tan espectaculares como se cree. Recuerdo cuando, a finales de los 60 y principios de los 70, aparecieron los piolets de hoja curva y los crampones con cuatro puntas delanteras. Significaron un cambio radical en la técnica del cramponaje. Sin embargo, en alpinismo puro, no supuso un gran cambio ya que este tipo de material no era indispensable. Los avances técnicos permitieron escalar pendientes más verticales con un mayor margen de seguridad. Ésa es una de sus grandes aportaciones, la seguridad. Después aparecieron las cuerdas de nailon, los mosquetones de zicral, etcétera.
Te diré algo que no sabe nadie: yo inventé el arnés, en 1959, cuando decidí escalar la cara norte de la Cima Ovest [una vía de A4 y V+/A3], inspirándome en el arnés de paracaidismo. Creo que eso fue lo que me permitió escalar la Cima Ovest. Comencé fabricándolos artesanalmente y después para la marca Millet, y enseguida los demás se pusieron a desarrollar sus modelos. Para mí significó un gran invento porque entonces muchos alpinistas morían asfixiados por la cuerda. Era horrible.
¿Se ha perdido la noción de aventura en alpinismo?
No, hoy en día los mejores alpinistas consiguen ascensiones muy difíciles. Quizá lo hacen más deprisa, están menos tiempo expuestos, pero no por ello deja de ser peligroso. Cada año mueren escaladores, el riesgo sigue estando presente.
Cuando nosotros queríamos hacer una vía en invierno, no nos importaba que la pared estuviera totalmente blanca, para nosotros era normal ¡estábamos en invierno! Hoy en día las cosas han cambiado, la gente, quizás, es más prudente.
¿Quizás también se busque más la dificultad pura y no se arriesgue tanto como antes?
En mi época el objetivo era completar la vía, aunque el tiempo fuera malo. Ése era el juego. Hoy en día el principal objetivo es subir lo más rápido posible, aunque para ello sea necesario esperar la llegada del buen tiempo. Yo no veo nada de malo en eso.
¿Qué opinas de que algunas vías de los Alpes se reequipen para escalada libre?
Como decía antes, es una evolución lógica, se intenta aportar algo que haga progresar la escalada. Me parece bien que los anclajes antiguos sean reemplazados por otros más sólidos, y que esto permita que otros con un nivel inferior puedan hacer las vías. No vamos a la montaña para matarnos. A mí me parece bien aumentar la seguridad. Por lo menos que las reuniones sean seguras.
Otra cosa es meter un seguro cada cuatro metros. Nosotros metíamos los seguros que hacían falta en cada tramo. Por eso digo que las reuniones deben estar bien equipadas, así no necesitas coser la pared con anclajes.
¿Cuál era tu relacion con Walter Bonatti, existía rivalidad entre vosotros?
Bueno, en aquella época ambos teníamos objetivos similares, y eso se debe a que esos proyectos eran las paredes que quedaban por abrir. Lógicamente, intentábamos las mismas vías.
La rivalidad existía, sobre todo, con los escaladores de Chamonix. Cuando llamábamos para preguntar qué tiempo hacía, nos decían que estaba cubierto y que las condiciones eran malas, aunque no fuera verdad. Cuando nos dábamos cuenta del engaño, salíamos corriendo desde París. Era bastante gracioso.
¿Algún alpinista te ha marcado especialmente?
Sin duda Hermann Buhl. Era un gran alpinista. Algunos decían que estaba loco pero no es verdad, consiguió cosas increíbles. Su actividad me impresionaba de verdad. Sin embargo, escaladores como Bonatti no me impresionaban por que yo tenía su mismo nivel.
¿Qué representa para ti la montaña?
Para mí siempre ha significado una sola cosa: aventura. Siempre he buscado, a través de la escalada, poder vivir intensamente esos momentos de felicidad que surgen con la cumbre. Yo no buscaba la estética, sino la aventura. La montaña te enriquece en la medida en que cada situación te enseña algo nuevo que queda grabado en tu memoria. Sin duda esto te enriquece como persona.
Hoy en día, con la evolución de los medios de comunicación, como internet o los teléfonos móviles ¿en qué ha cambiado la aventura?
Es evidente que el concepto de aventura no tiene el mismo significado que hace unas décadas. Lo que me gusta de las expediciones es el hecho de poder aislarse del mundo, de estar solo frente a la montaña. Si lo haces con un teléfono móvil y un ordenador conectado a internet no puede ser lo mismo, de ninguna manera.
No digo que lo que se hace hoy no tenga el mismo valor que lo de antes. Sencillamente no es lo mismo. Una hazaña es algo que se consigue de vez en cuando. El problema es que hoy se publican logros que se califican de novedosos o importantes un día sí y otro también, lo que acaba por convertirlos en algo corriente y vulgar. Las comunicaciones están banalizando lo extremo. Eso no es montaña. La montaña necesita soledad, es una aventura interior incompatible con la tecnología.
¿Hoy se lucha por los mismos objetivos que antes?
Sí, claro que sí. Cuando hice la cara oeste de los Drus en solitario en 1964, salí con mi mochila, subí hasta la cumbre y bajé solo. Nadie estaba allí para grabarme en vídeo, lo hice para mí. Era una ascensión comprometida ya que no había nadie para ayudarme. Estaba solo. Quizás ésa sea la diferencia.
¿Alguna vez te preguntaste para qué tanta lucha?
Sí, alguna vez cuando el buen tiempo no acompañaba llegué a preguntarme qué era lo que estaba haciendo allí. Cuando fui a la vía Cassin con Jacques Batkin, tuvimos muy mal tiempo, pero nuestro objetivo era conseguir la segunda invernal a la Walker. Una vez en la vía, tuvimos que tomar una decisión: seguir subiendo o abandonar. Decidimos continuar, así que nos deshicimos de cuanto podíamos prescindir –clavos, comida, etcétera– y empezamos a subir. En seguida nos cogió la tempestad, fue increíble: soplaba un viento fuerte, nevaba intensamente, estábamos asustados y no sabíamos qué hacer, era una situación bastante límite. Cuando llegamos a la cumbre, en plena tempestad, viví uno de los momentos más fuertes de mi vida, algo que no olvidaré nunca. Ésa es la gran riqueza que la montaña nos ofrece.
¿Y cuando el desenlace concluye con tragedia?
La montaña es placer pero también implica mucho sufrimiento físico y moral. La mayoría de mis compañeros de cordada han desaparecido en montaña. A estas alturas de mi vida, sin encontrarme solo, noto muchas ausencias.
¿La montaña hizo un vacío a tu alrededor?
Es cierto en la medida en que no deseo empezar nuevas relaciones. Prefiero dedicar mi tiempo a los amigos que me quedan y a mi familia. La montaña hace que te encierres dentro de ti mismo. En ese sentido sí es verdad que acaba por hacer el vacío a tu alrededor.
Cuando se viven momentos tan intensos con determinadas personas, ¿no se pierde la capacidad de abrirse a los demás?
No. Disfruto con lo que hacen las nuevas generaciones, aunque tengan una visión de la montaña diferente a la mía. El alpinismo ha cambiado, ahora se hace mucha publicidad de lo que se realiza en montaña, pero es normal, tienen que vivir de algo. Los jóvenes tratan de conseguir lo mismo que yo cuando tenía su edad: vivir de la montaña.
¿Con patrocinadores?
Yo no ganaba dinero de esa manera, tenía que buscarme la vida de otra modo. Por eso colaboré con algunas marcas en la fabricación de material para poder financiar mis propias expediciones.
¿Es importante para ti conocer la historia de las vías?
Sí que lo es. Cuando hice la cara norte de las Jorasses [en invierno], nunca había estado en la vía Cassin. Sin embargo, después de haber leído tanto sobre ella, tenía la impresión de conocerla perfectamente. Para el Eiger también fueron muy importantes las lecturas. Me encanta esa sensación tan especial que se siente cuando subes por una vía cargada de historia y tú conoces esa historia. Es algo especial, imprescindible incluso.
¿Crees que las nuevas generaciones también tienen esa cultura de la montaña?
Por supuesto, ¿por qué no? Creo que también muestran interés por la historia del alpinismo.
¿Qué piensas de la época de las directísimas?
Para nosotros no era más que la necesidad de aportar algo nuevo, de crear una vía propia. Si nos centrábamos en las directísimas era porque las directas ya estaban hechas, así que tratábamos de encontrar la línea más directa a la cumbre. Era una especie de juego. Es cierto que también nos atraía ser el primero en subir por determinadas vías, de poder realizar algo más difícil que lo hecho hasta entonces.
¿Qué piensas de la polémica sobre la ascensión de Herzog al Annapurna?
Bueno, es algo que ocurrió hace más de 50 años y creo que ya se ha dicho todo al respecto. Hay que recordar que en las expediciones nacionales, los componentes no tenían derecho a hablar sobre lo sucedido durante la ascensión. Si bien es cierto que ocurrieron algunas cosas, todo quedó entre los integrantes de la expedición. Creo que fue un escritor americano [David Roberts] quien escribió ese libro sobre la polémica generada alrededor de la ascensión al Annapurna, y creo que no debió hacerlo. Primero porque fue algo que sucedió hace 50 años y segundo porque tampoco fue tan terrible como escribir un libro tan desagradable. Sólo existe una verdad: subieron al Annapurna. La prensa quería un héroe, un claro vencedor, y el elegido fue Herzog. Me parece muy bien. Que luego no se haya portado muy bien con sus amigos después de la ascensión es otra cosa, pero no hacía falta volver a sacarlo a la luz. Sisacáramos los trapos sucios de todas las expediciones, se podrían llenar las páginas de miles de libros. Creo que no es muy interesante.
¿Cuáles eran tus relaciones con los escaladores ingleses, me refiero a Bonington, Whillans, etcétera?
Nos conocimos a los pies del Frêney, en 1960, durante la primera ascensión. Habían salido antes que nosotros, mientras esperábamos a un amigo italiano, pero nos volvimos a encontrar en el pilar. Recuerdo que aún se hablaba del terrible accidente ocurrido allí mismo un mes antes [con las cordadas de Bonatti y Mazeaud]. Yo sabía que lo podía hacer, ya que era la segunda vez que lo intentaba –en la primera abandoné a causa del mal tiempo–.
Aquí es donde la historia ocultó algo sobre mi relación con Bonington que a mí me parece ilógico. Cuando atacamos el pilar les alcanzamos bajo la Chandelle. Don Whillans trata de superar la fisura de la Chandelle, pero no puede al no llevar clavos consigo. Bonington me pregunta si le podía dar algunos clavos, a lo que Ignazio Piussi responde negativamente. Yo le digo a Piussi que no era ni el lugar ni el momento de desencadenar rivalidades con los ingleses después de lo que había sucedido un mes antes, les damos los pitones y, cuando lleguen arriba, que nos tiren una cuerda, así no necesitaremos los pitones para superar el tramo.
Una vez coronada la cumbre, los ingleses informaron que habían logrado la primera, justo antes que nosotros. Yo no estaba de acuerdo, consideraba que estábamos juntos en el pilar y que de no ser por los clavos que les dejamos, hubiéramos subido antes que ellos. Bonington negó rotundamente que les prestáramos clavos, afirmando que habían asegurado la fisura con piedras que habían recogido a pie de vía. A mí me extraña muchísimo porque aún no se utilizaba esa técnica de aseguramiento. Eso lo ocultó la historia. No se puede hacer nada.
¿Estás contento con la vida que has llevado?
Sí, no me arrepiento de nada. Aunque si reviviese ese momento en el pilar del Frêney, hubiera subido por la fisura de la derecha, para adelantarme a Bonington y Whillans, nada más.
¿Hay algún mensaje o idea que quieras transmitir a la nueva generación?
La montaña es algo extraordinario en la que se viven todo tipo de situaciones, felicidad, sufrimiento, esperanza, etcétera. Hay que vivir la montaña con filosofía. Si no eres feliz o sientes que no encajas es mejor dejarlo. De esto estoy seguro: la montaña tiene para mí, igual que el mar para los marineros, el valor de una vida entera.
Darío Rodríguez
Traducción Héctor del Campo