
Esos grandes éxitos están unidos en el interior de Bonington con dos grandes fracasos. La expedición a la Cresta Suroeste del K2 en 1978, concluyó con la tragedia de Nick Estcourt y una retirada temporal de la escalada. Entonces escribió Quest for adventure, sobre la historia de la aventura, que se convirtió en el libro más vendido del Reino Unido durante 10 semanas. Luego dirigió la tristemente famosa expedición a la Arista Noreste Integral del Everest en la que desaparecieron los vanguardistas Pete Boardman y Joe Tasker. Muy ligeros y sin oxígeno llevaron hasta los Pináculos una vía que, en los años 90, una expedición japonesa pesada y con un uso intensivo de oxígeno completó. Tampoco se saldaron con total alegría sus mejores éxitos: Ian Clough falleció en el Annapurna debido –como Estcourt en el K2 y Tighe en el Everest 72– a una avalancha, y Mick Burke desapareció en la arista cimera en el Everest en 1975.
Es, junto con Doug Scott, uno de los dos supervivientes de la mejor generación en cantidad y calidad de alpinistas británicos. La riqueza alpina de las Islas, forjada desde el descubrimiento de los Alpes al del Himalaya, cristalizó en la década de los 70 en esa serie de alpinistas que pensaban siempre un poco más allá. Al lado de primeras como la del Frêney, Torre Central del Paine, Ogro, Shivling o Changabang, su mérito principal fue saber cómo hacer para que encajaran las fuertes individualidades de Scott, Peter Boardman, Joe Tasker o Don Whillans en expediciones históricas.
Esto podría no haber ocurrido jamás si no se hubiera decidido a abandonar, primero, el ejército inglés “cansado de entrenarse para la guerra” y, después, un empleo seguro como directivo en una empresa a principios de los 60. También podría no haber ocurrido nunca si la cuerda fija de cáñamo que se le rompió después de abrir con Whillans la Británica a la Torre Central del Paine no le hubiera hecho caer sólo cuatro metros hasta una repisa. O le podría haber ocurrido, como a sus muchos amigos que murieron jóvenes, durante el descenso con las costillas rotas y clavadas en los pulmones durante el descenso del Ogro. “Todos los que hacemos alpinismo debemos tener en cuenta que un accidente sobre el que no ejercemos ningún control puede costarnos la vida. Es una responsabilidad a la vez cruel y difícil, especialmente cuando tenemos mujer e hijos a quienes queremos. Pero si llevamos la montaña dentro, sabemos, al igual que lo saben las mujeres que nos quieren, que esta pasión nunca nos dejará. Todo cuanto podemos hacer es ser tan prudentes como nos sea posible y rezar para que la suerte nos acompañe. Minimiza el riesgo donde sea posible, calcula las posibilidades de éxito y si no te favorecen da media vuelta”.
Su liderazgo fue esencial en aquellas expediciones británicas. Como dice en Montañero, hoy en las expediciones pequeñas el liderazgo fluctúa y recae en quien está más entero según el momento. Pero las expediciones pesadas dieron y todavía dan sus frutos y sus complicaciones. “Resolver la logística de una expedición pesada resulta apasionante”, como también unir voluntades en torno a un fin común y evadir el protagonismo. Así se explica que a un alpinista que prefiere escalar en cordada tanto en términos éticos como prácticos, y lo demostrara con actividades como la tremenda primera ascensión del Ogro en 1977, o la del Kongur en 1980, o el Shivling en 1983, o en sus ascensiones a picos vírgenes indios de los años 90, le motivara dirigir algunas de las expediciones pesadas más importantes de la historia. “Tampoco eran tan pesadas”, reflexiona haciendo quizás una comparación mental con otras expediciones mucho más pesadas y con objetivos menos ambiciosos. En definitiva, la Sur del Annapurna y la Suroeste del Everest fueron primeras ascensiones a paredes vírgenes del Himalaya que “hicieron posible lo imposible”. Resultan expediciones lógicas en función del objetivo de la época y, como él dijo, demuestran que una “expedición bien estructurada con suficientes recursos puede escalar casi cualquier cosa”. Al menos, si el tiempo lo permite y ellos son suficientemente buenos.
Después de 40 años explorando, “descubriendo la aventura” de escalar montañas vírgenes, Bonington atesora la incalculable riqueza de haber pisado kilómetros de escalada incógnita. Pero, en su interior, el alpinismo vive la terrible dualidad. De él sigue alimentándose su alegría de vivir los 365 días del año, pero también los clavos de la tristeza. Porque sus amigos desaparecidos están vivos como el día de su desaparición. Al final de la entrevista que nos concedió –igual que cuando subió el Everest en 1985–, los Clough, Tighe, Estcourt, Boardman y Tasker brotaron con suavidad desde su mirada y rapelaron, una vez más, sus mejillas siempre sonrosadas. JLM
Las grandes expediciones a la Sur del Annapurna, a la Suroeste del Everest contribuyeron a aumentar el nivel del alpinismo. ¿Hoy en día, qué piensas de esas expediciones?
Creo que esas expediciones fueron la respuesta a los retos planteados por alpinistas de todo el mundo en una época determinante para el himalayismo. El periodo de gestación de esta forma de entender el alpinismo, se sitúa entre los años 1965 y 1970, un periodo durante el cual las montañas del Himalaya estaban cerradas por razones políticas. Cuando por fin se comenzaron a entregar permisos, en 1970, los mejores alpinistas del momento estaban ansiosos por escalar en las grandes paredes del Himalaya. Yo considero la ascensión a la Sur del Annapurna como una de las escaladas más importantes que he hecho en mi vida, nos adentramos en algo totalmente desconocido para nosotros y probamos una vía que doblaba en altura a la de la cara norte del Eiger por ejemplo, lo que suponía afrontar, además de las complicaciones planteadas por la altura, una escalada que exigía un altísimo nivel técnico. Todas esas expediciones utilizaban cuerdas fijas, campamentos de altura y en algunas ocasiones contaban con la ayuda de sherpas, aunque en nuestra expedición a la Sur del Annapurna, la extrema dificultad de la escalada tan sólo nos permitió contar con la ayuda de nuestros seis sherpas en la parte inferior de la ascensión. Para mí fue una gran experiencia, era la primera vez que lideraba y organizaba una expedición.
En cuanto a la expedición a la suroeste del Everest, fue el resultado de una evolución lógica de lo que acaba de hacer en el Annpaurna. En nuestro primer intento de cumbre, en 1972, fallamos porque el nivel exigido era muy alto, había muchas cosas que no sabíamos, muchas dificultades que para nosotros eran nuevas y no supimos adaptarnos. En el segundo intento, en 1975, íbamos mucho más preparados, éramos una expedición muy numerosa, unos 18 o 20 escaladores, habíamos trabajado duro para contar con una buena logística y todo resultó mucho más sencillo. Creo que todo esto significó el final de una era, la de las expediciones pesadas. Se había demostrado que con una gran expedición, y los suficientes medios económicos y logísticos, era posible escalar cualquier montaña. Pero muy pronto, en 1975, la ascensión de Reinhold Messner y Peter Habeler abriendo una nueva vía en el Gasherbrum 1 en estilo alpino abrió nuevas posibilidades para el alpinismo y significó el comienzo de una nueva era.
De todas las que dirigiste, entre las que están las anteriores, ¿cuál es la más importante para ti en materia de liderazgo?
La de 1975 a la Suroeste del Everest. Conseguí reunir a los mejores escaladores del Reino Unido, y te aseguro que algunos eran escaladores excepcionales, como Dougal Haston, Doug Scott, o Pete Boardman, el miembro más joven de la expedición. Teniendo en cuenta que todos estos escaladores eran fuertes individualidades, que todos preferíamos las expediciones ligeras a las pesadas, el verdadero reto al que nos enfrentabamos era conseguir realizar un buen trabajo en equipo, tratar de alcanzar nuestro objetivo a partir de un trabajo en equipo. Además, la logística era muy complicada.
Casi treinta años después, la vía Bonington del Everest sigue siendo sinónimo de extrema dificultad. ¿Te sientes orgulloso?
Bueno me siento muy orgulloso pero no por el simple hecho de haber dirigido la expedición, sino porque la idea fue mía, no fue un organismo privado o una federación el que me encargó organizar la expedición. Eso es muy importante para mí. De todas formas, no soy el único que debe estar orgulloso del éxito de aquella expedición, ya que todos trabajamos juntos para convertir esa idea en algo concreto. El trabajo en equipo que se exigía para llevar a la práctica aquella idea fue el mayor reto que tuvimos que afrontar, y desde el punto de vista de las relaciones humanas, el mayor éxito de mi trayectoria como escalador.
¿Cómo es ser escalador y también jefe?
Creo que es esencial ser un escalador activo para ser el líder. Algunas expediciones como las alemanas o las japonesas tienen un jefe de campamento base, pero éste no puede dirigir una expedición. Debes escalar al mismo nivel que los escaladores a los que acompañas y es necesario permanecer juntos arriba en la montaña.
Dirigir la la expedición y escalar abriendo vía resulta muy difícil porque estás pensando todo el tiempo en lo que está justo delante de ti. Fui algunas veces en cabeza, pero es mejor situarse justo detrás de los primeros escaladores. Así puedes sentir lo que pasa detrás y cómo se adapta el grupo al trabajo de los que van primero. Eso puedes controlarlo por supuesto con el uso de la radio.
En la expedición de 1975 me situé en el tercer grupo para llegar a la cima de la montaña. Creo que hubiese sido codicioso poner el pie en la cumbre en mi primer asalto. Dougal Haston y Doug Scott estaban más fuertes que yo de todos modos. Además pienso que es la persona la que elige si hacer el asalto a la cima o no.
¿Qué piensas de las expediciones de Herrligkoffer?
Creo que tuvo todos los problemas de un líder estricto y un líder de campamento base. No era escalador, estaba intentando imponer decisiones desde el abajo y no fue sorprendente que hubiese muchos problemas en sus expediciones, particularmente con los escaladores.
¿Y de la expedición de John Hunt al Everest?
John Hunt era un muy buen líder consensual. Es sorprendente porque tenía una estricta formación militar. Tuvo un cargo en la Segunda Guerra Mundial. Creía en el liderazgo carismático, supo captar la lealtad de su equipo comprometiendo a la gente en la toma de decisiones. Creo que él nos proporcionó un buen anteproyecto, especialmente a mí, sobre cómo dirigir expediciones.
¿La tendencia a dirigir con una estructura horizontal ha calado en la forma de dirigir tanto en la montaña como en las empresas?
La forma en la que siempre he dirigido expediciones es la misma en la que lo hacen la mayoría de las empresas en la actualidad. Creo que los sistemas duros y autoritarios no funcionan en montaña ni en las empresas.
¿Qué opinas de las primeras expediciones británicas al Everest?
La historia del alpinismo británico es muy larga y goza de una gran riqueza. Creo que refleja muy bien la evolución de esta actividad, es decir, de las diferentes formas de practicar alpinismo. Para los miembros de las primeras expediciones británicas, por los años 20, la montaña era algo totalmente desconocido; nunca nadie había subido hasta esas alturas, se ignoraba todo acerca de la altitud, de la aclimatación, de la comida en alta montaña, y el material era muy básico por lo que sus logros eran realmente extrordinarios sobre todo teniendo en cuenta que consiguieron subir bastante alto.
¿Crees que Mallory e Irvine tuvieron alguna posibilidad de hacer cumbre?
Es difícil saberlo. La cordada fue vista por última vez por Noel Odell, sobre las doce del medio día, adentrándose en una espesa niebla, aunque no puede afirmar con seguridad si estaban por encima o por debajo del Segundo Escalón. La gente que consigue alcanzar el Segundo Escalón hoy en día, afirma que es una escalada muy difícil. Creo que es poco probable que Mallory haya escalado el Segundo Escalón y ya sabemos que, comparado con Mallory, Irvine no era tan bueno técnicamente, así que realmente dudo que ambos hayan logrado superarlo. Incluso si lo hubieran superado, hay que tener en cuenta que desaparecieron entre las nubes, y todos sabemos que esas nubes que se forman al final de la tarde no son simples nubes, son el preludio de la tormenta. Creo que Irvine y Mallory no consiguieron alcanzar la cumbre.
¿Qué opinión tienes de las expediciones que tratan de encontrar los cuerpos de alpinistas desaparecidos, como la que está buscando el cuerpo de Irvine?
Personalmente pienso que estas expediciones no son más que basura. Creo que son totalmente innecesarias. Lo que realmente resulta reprensible no es haber tomado la foto, sino el hecho de haber tomado la decisión de publicarla, vendiéndola a todas las revistas. Eso es algo de muy mal gusto y muy poco inteligente, una gran decepción para su familia. No veo por qué no debería seguir el misterio y la leyenda que rodean a Mallory e Irvine. Dejemos sus cuerpos descansar en paz. Ir a desenterrar sus cuerpos, ir a buscarlos, es una forma de abominación. Y eso es horrible.
Hoy en día casi nadie repite tu vía en el Everest, sin embargo cada vez hay más gente con un bajísimo nivel técnico haciendo cumbre…
Uno de los cambios más interesantes del himalayismo en general, es la creciente popularidad de las rutas más fáciles abiertas en las montañas más altas, ya sea el Cho Oyu, el Annapurna, o cómo no, el Everest. Parece que todo el mundo quiere subir al Everest por el collado norte o por el collado sur, pero nadie parece interesado en repetir algunas de las vías más difíciles técnicamente o en abrir nuevas rutas. Esto conduce a la situación actual, en la que todo el mundo quiere subir al Everest a toda costa convirtiéndolo en una especie de Mont Blanc o de Matterhörn. Para mí eso es una falta de respeto. Los alpinistas de alto nivel sin embargo, buscan cumbres menos altas, pero escaladas técnicamente más exigentes. Ese es el gran reto del alpinismo hoy en día.
¿Es peligroso el hecho de que muchas expediciones estén en la misma montaña a la vez?
Creo que no es una buena cosa, por dos razones. La primera es que si eres la única expedición tienes claras lealtades con tu compañero para ayudarle. No hay conflicto. Pero si hay 9 o 10 expediciones en la misma montaña, no tienes naturalmente las mismas lealtades. También se coloca a la gente en situaciones muy difíciles. Si hay una zona deficientemente equipada y se depende del uso de las tiendas de otras personas, y de pronto surgen los problemas, significa que hay otra gente en la montaña que tiene que arriesgar su vida por ellos.
Y ocurren incluso situaciones en las que escaladores han sobrepasado a gente en problemas porque querían alcanzar la cima. Esto es una cosa abominable, pero este tipo de hechos suceden cuando hay muchas expediciones en la misma zona.
¿Crees que debería limitarse la cantidad de expediciones comerciales?
No creo que controlar a las expediciones sea una buena idea, no, eso no sería bueno para nadie. Yo no tengo nada en contra de las expediciones comerciales, creo que todo el mundo es libre de elegir.
¿Cómo ves la cuestión de los accidentes de gente joven?¿Piensas que el alpinismo es un proceso que se aprende etapa por etapa, compartiendo con los amigos y probando nuevas experiencias?
Frecuentemente recibo cartas de escaladores jóvenes, que son excelentes escaladores de roca y dicen que quieren subir el Everest. Les digo que quieren aprender dos etapas a la vez, “antes de ir a los Himalayas id a los Alpes. Aprended en los Alpes y después id al Himalaya, pero no vayáis al Everest. Id a los seismiles, a las zonas de trekking, haced algunas escaladas allí y después id a los ochomiles”.
Creo que es el camino más apropiado para descubrir la escalada y además creo que se la descubre mejor con tus amigos, haciendo tus avances, superando tus etapas con gente de experiencia similar, más que aprender a la carrera.
En Europa del Este, en particular en la época comunista, no te estaba permitido afrontar zonas más difíciles hasta que no habías superado la etapa anterior y cosas como éstas. No obstante, creo que la escalada es ante todo libertad individual y responsabilidad.

Ahora en España y Francia se hacen equipos de jóvenes alpinistas, las federaciones dan dinero para ellos. ¿Cuál es tu opinión?
El peligro viene cuando las federaciones e instituciones interfieren el proceso natural. El problema es cuando un cuerpo nacional del alpinismo anima y forma equipos para alcanzar objetivos específicos. En primer lugar estás introduciendo presión en ellos y creo que en esta atmósfera se produce el mayor riesgo.
Es mejor que estos equipos se junten de una forma natural, en otras palabras, que los jóvenes se junten y digan “queremos escalar…”. Estupendo. Y después se las arreglan para buscar la manera de ir y hacerlo. Pero nace enteramente de su propio deseo, con sus propios recursos. Pienso que en el momento en que aparecen las instituciones y el patrocinio, viene el peligro.
¿Qué piensas de los premios en alpinismo? Hay un Piolet de oro para premiar al mejor del año, por ejemplo. ¿Es un camino interesante para equiparar el alpinismo a otros deportes?
Si la gente se toma los premios muy en serio, son malos; no son una buena idea. Creo que no son importantes. Dar premios por escalar es una cosa tan subjetiva…¿Por qué un buen alpinista es mejor que otro buen alpinista? Pienso que son irrelevantes, sin importancia. En el año 2000, la persona obvia para recibir el Piolet d’ Or era Thomaz Humar, el escalador esloveno. Decidieron no dárselo porque lo que hacía era demasiado peligroso y se lo dieron a otro. Esto es como una burla para el premio, lo hace tonto porque escalar es peligroso. Escalar la Sur del Dhaulaguri puede parecer una especie de suicidio, pero también es un inmenso desafío. Lo superó con éxito y sobrevivió.
¿Cuál ha sido para ti la situación más extrema?¿El Ogro con Doug Scott? ¿Cómo pudo sobrevivir él?
Doug es muy fuerte, mental y físicamente. Nunca dejó que el hecho de que tuviera dos tobillos rotos interfiriera de ninguna forma. No era fácil porque estaba herido, había varias personas llevándole, pero jugó un activo papel en la toma de decisiones. Hicimos todo el camino hacia abajo, él arrastrándose. Fue un gran logro por su parte, algo más que una supervivencia personal. Yo tenía las costillas rotas, me sentía más enfermo de lo que probablemente estaba Doug. Sentía que mis pulmones se llenaban de agua después de herirme. Sabía que no bajaríamos pronto y que, probablemente, moriríamos. Una vez que comenzamos a bajar me concentré en permanecer vivo centrándome en tomar cada hora como viniese.
¿Te consideras como el héroe de una generación de alpinistas aventureros?
Lo que puedo decir es que me apasiona la escalada, descubrir nuevos lugares, explorar… No te puedo decir nada más.
¿La aventura?
La aventura es exploración. Descubrimiento de la aventura, es enfrentarte a un reto que todos consideran imposible y convertirlo en posible.
Últimamente te has centrado más en cumbres de menor altura, en explorar lugares prácticamente desconocidos, ¿Disfrutas más ahora?
Siempre me ha gustado escalar en zonas poco exploradas, prueba de ello son mis expediciones al Brammha o al Changabang en 1973 y 1974 respectivamente, cumbres de menor altura. El reto que planteaban las grandes paredes de la cara suroeste del Everest o de la cara sur del Annapurna, era fascinante e irresistible y estoy muy contento de haberlo aceptado. Decidí ascender esas montañas para poder dedicar más tiempo a las cumbres más bajas, es decir, para dedicar más tiempo a la escalada de exploración, que es lo que más satisfacción me aporta. En estas expediciones “pequeñas” la aventura es permanente, y te brindan la posibilidad de escalar vías técnicamente más difíciles e interesantes.
De las primeras expediciones de los años 50 al Annapurna, Everest y Nanga Parbat ¿cuál consideras como la más importante, la más interesante?
Creo que de alguna manera todas fueron importantes. Sin duda, el Everest fue importante, por ser la montaña más alta de la Tierra y por la carrera que se disputaron las diferentes expediciones para convertirse en las primeras en conquistar la cima.
El K2 también ofrecía un gran reto, su escalada era y es muchísimo más complicada que la del Everest, con lo cual, cuando los italianos conquistaron su cumbre por primera vez en 1954, supuso un gran logro y un gran paso adelante para el himalayismo.
La conquista del Annapurna fue algo maravilloso, casi romántico y sin duda caótico: Lachenal y Herzog perdieron varios dedos de los pies y de las manos durante el descenso. Fue una conquista épica y muy importante para los franceses ya que acababan de sufrir una terrible derrota por la guerra, y eran muy conscientes de ello. Creo que la conquista del Annapurna estuvo rodeada fundamentalmente por un orgullo nacional. Era muy importante para los franceses ser el primer país en hollar la cumbre de un ochomil.
La historia del Nanga Parbat y la gran determinación de Hermann Bühl para alcanzar la cumbre también es fascinante. Podría continuar hablándote de más, por eso pienso que todas tienen su importancia, no podría elegir una sola.
¿Cuál es tu opinión personal de Maurice Herzog?
No le conozco muy bien, aunque sí he coincidido con él en algunas ocasiones. Creo que es un hombre con una determinación extrordinaria, fue el hombre clave en la conquista del Annapurna. Uno podría preguntarse por qué, cuando se preparaban para el asalto final, se autoeligió a él y no a otra persona para acompañar a Lachenal. Probablemente Terray y Lachenal hubieran formado una cordada más fuerte, pero Herzog tenía unas ganas irresistibles de subir hasta la cumbre y quizá creyó que era el único que tenía el empuje necesario para hacerlo. Por eso tomó esa decisión. Dicho esto, Maurice Herzog es una persona realmente encantadora. Es interesante también cómo ha sabido administrar su exitosa carrera después del Annapurna.
¿Walter Bonatti?
Es uno de los más grandes alpinistas de la historia, una persona extremadamente compleja y un escalador extraordinariamente completo que dominó el alpinismo durante la década de los 50, finales de los 50 y principios de los 60, de una manera similar a como lo hará Reinhold Messner años más tarde.
Precísamente, ¿qué piensas de Reinhold Messner?
Para mí Messner es el mejor alpinista de todos los tiempos. Un gran escalador es aquel capaz de rebasar los límites de lo posible, el que aporta algo nuevo, el que hace progresar el alpinismo por sus logros. Reinhold Messner no sólo ha sido capaz de eso, sino que además lo ha hecho de muchas maneras y en terrenos muy distintos: Dolomitas cuando era joven, los Alpes después y por supuesto el himalayismo donde vivió todo tipo de experiencias, como la ascensión del Nanga Parbat y su desesperado descenso, la pérdida de su hermano, varias amputaciones en los dedos de los pies… Nada podía pararle en su determinación por llegar siempre más lejos. Consiguió la primera sin oxígeno al Everest, la primera en solitario a un ochomil con su ascensión al Nanga Parbat… Cuando consiguió completar la ascensión de los 14 ochomiles se desató una lucha por convertirse en el primero en repetir tal hazaña. Siempre ha pensado muy bien cómo llevar a cabo sus expediciones. Es un escalador que medita mucho sus ascensiones y probablemente ésa sea una de las razones que explican que haya sobrevivido. Messner es un tipo increíble.
Cuando alcanzaste la cima del Everest, lloraste recordando a los amigos que se quedaron en el camino. ¿Es el mejor resumen de tu vida de montañero?
Creo que de alguna manera todo alpinista sueña con hollar la cumbre del Everest. Cuando subí, lo hice por una vía que ya estaba abierta, fue la única de las grandes montañas del mundo a la que no subí por una nueva ruta. Creo que fui algo así como el alpinista número 250 en pisar su cumbre, con lo cuál se puede decir que no fue muy relevante para la historia. Sin embargo, personalmente, tenía muchísima importancia para mí. Al llegar a la cumbre del Everest, totalmente extenuado, no pude evitar recordar a todos esos extraordinarios montañeros que perdieron la vida en expediciones al Everest o a otras montañas, expediciones que yo había liderado y de las que era y me sentía responsable. Para mí eso es lo más duro de una vida de montañero, la pérdida de tus amigos, esas muertes que marcan tu vida. Eso es lo más insoportable, nunca lo superas.
Sebastián Álvaro /
Darío RodrÍguez