El pasado jueves 27 de agosto falleció Salvador Rivas a los 85 años de edad. Mucho se ha hablado de la importancia de su figura como alpinista y escalador pionero. Mucho se ha escrito de su relevancia como botánico y acerca de sus logros profesionales y deportivos. Pero, para saber quién era Salvador Rivas, nadie mejor que uno de sus compañeros de escaladas, expediciones y gran amigo: Carlos Soria.
Salvador Rivas nació en 1935 y era, por tanto, cuatro años mayor que Carlos Soria, nacido en 1939. Compartieron un sinfín de metros de cuerda en innumerables montañas. “Ha sido para mí un amigo fantástico. Tuvimos una época que escalamos muchísimo juntos, fuimos a las primeras expediciones… He vivido y hecho con él cosas muy interesantes”, apunta Carlos, que lo define como: “Un auténtico genio en todo: en su profesión, en la montaña y en la vida… y en la amistad, también. Pero, como los genios, con altos y bajos”.
Juntos realizaron ascensiones como las primeras españolas al Uschba en 1968 (con Carlos Muñoz Repiso y César Pérez de Tudela) y al Denali en 1971 (con Luis Bernardo Durand y Carlos Muñoz Repiso) e intentaron dos veces el Manaslu en 1973 y 1975.
A continuación, las palabras de Carlos Soria sobre Salvador Rivas, que nos ayudan a conocer mejor a este gran personaje, más allá de sus logros académicos y alpinísticos.
Carácter único
«Salvador Rivas era un genio y, como todos los genios, tenía momentos raros. De pronto, en una escalada, en un paso fácil de un destrepe tonto, recuerdo verle ponerse nervioso y empeñarse en que había que sacar la cuerda `porque yo llevo cien años en esto…´, decía, y eso que ya habíamos pasado sin cuerda al subir y estábamos en el camino».
«En el Manaslu, cuando en el primer año (1973) estábamos un grupo en el campo 2 y nos cayeron avalanchas por todas partes y nos rompieron los techos de las tiendas, nos fuimos a dormir a un collado pero seguía nevando y seguían llegando las avalanchas muy cerca de nosotros, recuerdo que él se puso delante, me pidió una brújula de muñeca, se la puso, y con toda la furia y la tranquilidad del mundo, dijo “¡vamos a salir todos de aquí!”. Sin importarle las grietas ni nada, fue abriendo camino y le seguimos hasta llegar al campo base. Tenía esas dos vertientes».
Aventuras entrañables
«Hicimos cosas maravillosas… Con esas prisas nuestras, estábamos una vez en Dolomitas y vimos que hacía mal tiempo pero que en Chamonix daban bueno. Salimos con aquel Seat 124 Sport que él tenía y llegamos al último teleférico para ir al couloir Couturier de la Aiguille Verte. Arriba del teleférico estaban Louis Audoubert y Marc Galy, y nos dejaron dormir en la estación superior en el mismo lugar que ellos. Al día siguiente hicimos junto con ellos dos y la mujer de Audoubert (que era la hermana de Galy) el couloir Couturier. A las 8.00 de la mañana estábamos en la cima de la Verte, bajamos por la Whymper… Como esta recuerdo muchas experiencias fantásticas con Salvador».
«Otra fue cuando hicimos la norte del Dru, adonde fuimos con dos alumnos que iban a ser instructores de la ENAM, con uno cada uno. Eso solo se les ocurría a los franceses; en España, para examinar a un alumno no lo metías en la norte del Dru ni mucho menos. Fue una ascensión fantástica, vivaqueamos en la bajada».
«En la segunda expedición al Manaslu (1975), me hizo esa histórica foto maravillosa en la que estoy yo poniendo la cuerda en `El Yunque´, a algo más de 7.000 metros, con el martillo-piolet. Íbamos camino de la cumbre los dos y nos cambió el tiempo; nos dimos la vuelta, nos nevó y yo cogí un pequeño edema… Pero fue maravilloso. Todos los recuerdos que tengo con Salvador Rivas son así».
Un profesor
«He aprendido muchas cosas de él, porque su pasión por la montaña era la misma que la que sentía por la botánica. Iba continuamente mirando y tocando las plantas, las flores… Recuerdo una vez en Dolomitas, subiendo a la Brenta, antes del refugio Brentei, había aquellos pinos enanos y me enseñó que se quedaban pequeños para defenderse y aguantar con aquel viento que hacía allí arriba. También recuerdo yendo con sus hijas por la montaña, que les hacía hacer un herbario con plantas que él les nombraba y luego les preguntaba para ver si se acordaban…»
«En Gredos, me dijo una vez, y nunca se me ha olvidado, que hay un helecho endémico de allí que es el helecho crespo. Esa pasión por la naturaleza, por su profesión, tan grande como por la montaña, era maravillosa».
«Era un genio, con un carácter extraño, que tenía sus altos y bajos como todo el mundo, pero que sabía respetar a sus amigos. Ha sido un amigo excepcional«.
- Etiquetas: salvador rivas