El primer ochomil de Jerzy Kukuczka fue el Lhotse (1979). También sería el último, pues desapareció el 24 de octubre de 1989, cuando intentaba su cara sur. El 18 de septiembre de 1987 completaba los Catorce Ochomiles en un estilo extraordinario: abriendo nueve vías, cuatro variantes y cuatro invernales, una de ellas también por nueva vía (Dhaulagiri, Cho Oyu en la segunda cordada de cima después de abrir vía por la arista SO, Kangchenjunga y Annapurna).
El 24 de octubre de 1989, a las ocho de la mañana, con muy buen tiempo, Kukuczka y Pawlowski abandonaban la tienda de ataque, instalada por encima del tramo más difícil de la barrera de roca, en la parte superior de la pared sur del Lhotse.
Ryszard Pawlowski, compañero de Kukuczka en su última escalada, relató así lo ocurrido en la autobiografía de Kukuczka «Mi mundo vertical».
“En el tercero de los vivacs que pasamos a más de ochomil metros de altitud nos levantamos llenos de esperanza. Hasta la arista, que entonces habíamos juzgado fácil, no nos separaban más de setenta metros de terreno, que visualmente valoramos como sin problemas. Jurek escalaba de primero. Yo le aseguraba. Íbamos atados por una cuerda de cerca de ochenta metros de longitud. Tenía un grosor de siete milímetros (era algo más fina que las que normalmente se utilizan para escalar). A esa altitud se tiene en cuenta cada gramo del equipo que llevas. Normalmente, a esta altura, el terreno suele ser también más fácil. A menudo los alpinistas van en ensamble sin asegurarse en absoluto. Nosotros nos encontrábamos en un lugar desde el cual había una caída de tres mil metros: el precipicio prácticamente vertical de la pared sur del Lhotse. Una pared que nadie hasta entonces había conseguido escalar. Por tanto, incluso este fino hilo por el que estábamos unidos nos daba la sensación de seguridad, necesaria en un sitio así«.
«Jurek, como siempre, escalaba rápido y con seguridad. La cuerda se deslizaba entre mis manos lentamente aunque de forma continuada. Antes de alcanzar la arista Jurek encontró varias placas de roca cubiertas de nieve fresca y sin consolidar».
«Acaso, justo al final, ¿nos estaba esperando todavía una sorpresa? La cuerda se estaba terminando, Jurek debía estar unos setenta metros por encima de mí. Le miraba atentamente, como siempre hago, intentando ayudar al compañero, aunque solo sea con la mirada. Entre nosotros no había ningún seguro. La cuerda estaba pasada únicamente por la reunión. Jurek realizó dos movimientos rápidos y cuando me parecía que ya tocaba la arista de nieve, de forma completamente inesperada, comenzó a resbalar. Al principio despacio, pero a cada décima de segundo más deprisa».
«Todavía no me había dado tiempo a comprender lo que estaba ocurriendo cuando Jurek pasó a mi lado. Me dio por pensar que enseguida saldría volando junto con él. La reunión en la que me encontraba tenía posibilidades mínimas de soportar un vuelo de varios cientos de metros de longitud. Sentí el enorme impacto que me lanzó con fuerza contra la roca. Me golpeé el casco contra algún saliente rocoso, lo que me aturdió un poco. De repente la fuerza frente a la que hasta hacía un momento me había visto indefenso disminuyó, lo que provocó. que me lanzara en la dirección contraria. Casi al mismo tiempo noté que colgaba del nudo de seguridad. Me di cuenta de que a mi lado colgaba suelto el otro final de la cuerda: precisamente en ese lugar la cuerda estaba rota…»
El 26 de octubre sus amigos encontraron y enterraron en una grieta glaciar el cuerpo de Kukuczka.
Esta frase refleja la búsqueda personal de este grande del alpinismo: «En el momento de estar en la cima no hay una explosión de alegría. La felicidad se siente cuando tienes todo ante ti, cuando sabes que no tienes más que unos cientos, unas decenas de metros hasta el objetivo, cuando ya estás al lado mismo. Ese es precisamente el momento de felicidad. Dicho de otro modo: la felicidad está en la aspiración, no en la consecución»