Wanda Rutkievicz y el mexicano Carlos Carsolio comenzaron su ataque a la cumbre del Kangchenjunga el 7 de mayo de 1992. Entre el C3 y el C4 Wanda se queda sola y tiene que vivaquear; no se encontraba en su mejor momento. Aquejada de una infección respiratoria y agotada tras sus dos últimas expediciones, Cho Oyu y Annapurna, su ritmo es lento.
Pero Wanda tenía prisa. Quería escalar los Catorce y aún le faltaban seis. A punto de cumplir los 50, era consciente de que aclimatar ya no le resultaba tan fácil como antes y que sus condiciones físicas tampoco eran las mismas que cuando escaló el Everest el 16 de octubre de 1978, el mismo día que nombraron papa a Karol Wojtyla (Juan Pablo II le escribió un telegrama: “Ambos hemos conseguido escalar muy alto el mismo día”), ni cuando se convirtió en la primera alpinista que llegaba a la cima del K2 en aquel fatídico 1986. Así que trazó un plan para acabar su proyecto a la carrera, en 18 meses. Bautizó su idea como “Caravana de Sueños”.
A las tres y media de la madrugada del 12 de mayo salen hacia la cumbre sin equipo de vivac. Carlos abre huella todo el tiempo y, solo, llega a la cumbre a las cinco de la tarde. Su compañera, jadeando, se ha ido quedando atrás. A 8.300 metros, la cordada se reencuentra. “Descansaré un poco y subiré mañana”, dijo Wanda con determinación acurrucada en una pequeña cueva de nieve. También le pidió a Carlos agua –no tenía– y su pantalón de plumas, que no le dejó por encontrarse al límite de las congelaciones. Wanda hizo oídos sordos a sus constantes súplicas de que descendiera con él.
Su obstinación era bien conocida entre los himalayistas coetáneos. En una ocasión, Kukuczka, Kurtyka y un porteador tuvieron que cargar con ella desde Concordia hasta el campo base del K2. Se acababa de romper la cadera y la pierna durante la expedición femenina al Cáucaso de 1981 pero no quiso renunciar al K2. Aun así recorrió buena parte del glaciar del Baltoro sobre muletas hasta que las ampollas de las manos y las úlceras en las axilas le hicieron retorcerse en el suelo de dolor. En otra, durante su primer intento al Annapurna, en invierno, intentó dos veces la cima, sin aclimatar y enferma.
Wanda (4 de febrero de 1943, Plungè, actual Lituania) y su carácter eran tan duros, o más, que cualquiera de los alpinistas de su generación. Marcada por una infancia atroz en la que padeció las penurias de un país arrasado por los alemanes y la confiscación de sus propiedades por el régimen soviético, vivió terribles sucesos, como la muerte de su hermano mientras jugaba con una granada y el asesinato de su padre, descuartizado en su casa por unos ladrones. Siendo una niña, tuvo que hacerse cargo de sus hermanos pequeños y de su casa. Además, a lo largo de su vida de alpinista, se calcula que perdió una cuarentena de amigos y compañeros en las montañas.
Con fama de mujer difícil y solitaria, de protagonizar constantes conflictos en los campos base y de tener una manifiesta incapacidad para percibir sus limitaciones, no siempre le resultó fácil ser admitida en las expediciones. Pero la fama y el prestigio nacional de Wanda abrían puertas a la financiación, y esa fue en muchas ocasiones la moneda de cambio para escalar con otros grandes himalayistas de su tiempo, como con Wielicki, compañero en la Universidad de Tecnología de Breslavia y de quien fue instructora. En cualquier caso, ella tampoco se sentía a gusto rodeada de hombres. Su idea revolucionaria del alpinismo –“una concepción moderna de la filosofía de género”, nos decía Kurtyka– y a la que tuvo que renunciar para llevar a su cabo su carrera, e incluso cierta androfobia, le hacían luchar para escalar con mujeres y aún mejor si era exclusivamente con mujeres.
En 1975 dirigió una exitosa expedición al Gasherbrum III (7.952 m) en la que, además de Wanda, hicieron su primera ascensión Alison Chadwick, Janusz Onyszkiewicz y Krzysztof Zdzitowiecki, y, en 1985, participó, a las órdenes de Dobroslawa Miodowicz-Wolf, conocida como Hormiga, en la primera expedición femenina al Nanga Parbat, en la que alcanzó la cumbre junto con Anna Czerwinska y Krystyna Palmowska.
El 27 de mayo de 1992, Carlos Carsolio escribió a Marion Feik, la agente de Wanda, para informarle de su muerte. La había esperado en el campo 2, donde le dejó una tienda, saco y comida, y después en el campo base. Nadie sabe si murió en el vivac, intentado alcanzar la cumbre o durante el descenso. Su cuerpo no se ha encontrado aún.
José Manuel VELÁZQUEZ-GAZTELU