VOYTEK KURTYKA

‘El Maharajá chino’, el libro del escalador que luchaba contra su ego

Voytek Kurtyka es una de las pocas estrellas vivas de la edad dorada del himalayismo polaco, pero es alérgico a la fama. Tanto, que a veces lucha contra su ego como si fuera la peor de las vías. Por eso su libro ‘El Maharajá chino’ es una obra tan valiosa… e interesante.

Portada del libro El maharajá chino de Voytek Kurtyka. [WEB]  ()
Portada del libro El maharajá chino de Voytek Kurtyka.
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“Me sorprendió mucho cuando Voytek accedió a hacer el libro”. Quien habla es Bernadette McDonald, autora de la biografía Kurtyka. El arte de la libertad. Que el protagonista le diese permiso para hurgar en su vida es un logro tan importante como abrir una ruta en un ochomil, es decir, algo al alcance de muy pocos.

Voytek Kurtyka (Polonia, 1947) sigue siendo hoy uno de los alpinistas más grandes de todos los tiempos. Su enfoque visionario de la escalada se tradujo, en su juventud, en un gran número de ascensiones relevantes en las grandes cordilleras del Himalaya, Karakórum e Hindukush, donde abrió 11 rutas en grandes paredes y en estilo alpino, 6 de ellas en ochomiles.

No hay duda de que su vida merece ser contada, pero repetimos, el protagonista no siempre está por la labor. Por eso el libro El Maharajá chino es tan valioso: lo ha escrito él y habla de su pelea mental para escalar en solo integral una vía que lleva ese nombre. A lo largo del relato se descubre el particular mundo interior de Kurtyka, a veces oscuro y hasta terrorífico, y otras veces vital y luminoso, pero siempre lleno con un humor brillante. Como en este extracto:

Un día me sucedió algo inquietante, que hasta hoy no he llegado a comprender. En uno de mis periodos de profunda indecisión, que solía experimentar ocasionalmente, me topé con Jakubek, un viejo colega que se hizo famoso en los tiempos del comunismo por ser capaz de identificar a la primera a los miembros de la UB, es decir, a los agentes de la policía secreta.

Además, tenía el don de vaticinar las desgracias, e incluso la muerte, lo que hacía que algunos creyentes lo temieran y evitaran. Otros, sin embargo, se sentían atraídos por él, por su sorprendente capacidad de explicar lo secreto, como si formara parte de la propia UB.

Nada más echarme un vistazo, me soltó esta sentencia, incluso antes de saludar:

—Si una mosca te zumba cerca de la nariz, te caerás escalando.

—¿Cómo?, ¿qué dices?

—Bastará con un estornudo para que te caigas.

—Jakubek, ¿de qué vas?

—Y no digamos si te tiras un pedo.

—¡Vale, Jakubek!—grité perplejo—. Pero eso no es un problema, es muy fácil controlar los pedos mientras escalas.

—Los pedos vale, pero… ¿y la mente?

—¿A qué te refieres?—repuse, decidido a continuar fingiendo que no le entendía.

—Controlar los pensamientos exige una gran destreza. Apaciguar la mente es un verdadero arte; aniquilarla es maestría —anunció con preocupación y seriedad, sin intentar siquiera razonar estas perlas de sabiduría.

¿Cómo diablos se le había ocurrido todo esto? Las disquisiciones de Jakubek seguían perfectamente el rastro de mis angustias, de forma que no pude hacer otra cosa que observarle asombrado e incómodo.

«Debía enfrentarme a solas con mi reto»

—Y cuando te invada un pensamiento no deseado —prosiguió, con un aire de sincero desasosiego— ¿serás capaz de vencerlo?

—Bueno… es que… por eso quiero intentarlo —reconocí finalmente, compungido.

Sigo sin saber hasta hoy si Jakubek me obsequió en aquella ocasión con una disquisición casual sobre la psicología de la escalada, que nada tenía que ver con mi intención secreta, o si, por el contrario, había adivinado mis planes. En cualquier caso, definió muy acertadamente el principal riesgo de la escalada en solo integral.

Tras lo sucedido en Abazy, me había convencido de que, durante un solo integral, los sentidos están tan alerta que reaccionan con gran intensidad ante cualquier señal, por muy insignificante que sea. Las sensaciones más nimias provocan alarma. Una percepción casual o un pensamiento inocente, venido de la nada, se convierte en rugido atronador, que altera el equilibrio inestable. Un mal pensamiento, y estás acabado.

[…] Tras aquel encuentro con Jakubek me sentí inquieto durante un tiempo. Su brusca intromisión en mis planes secretos me había sumido en un incómodo estado de perplejidad. ¿No sería que mi incipiente proyecto se había escapado de mi control? Sin embargo, la angustia provocada por Jakubek me hizo darme cuenta de una verdad muy preciada: no hay que permitir que una idea extraordinaria se escape de tu control, porque, una vez libre, vivirá su propia vida.

Comprendí que, ante retos difíciles, el equilibrio interior es demasiado frágil para exponerlo a injerencias exteriores. Debía enfrentarme a solas con mi reto. A partir de esta observación, formulé el principio inamovible número dos: el proyecto de solo integral en El Maharajá debía permanecer absolutamente secreto.

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