Empezar a escalar con tu hijo a los 58 años, fuera de forma, a pesar de que hacía varios años que había empezado a correr, acostumbrada a pasar los días frente al ordenador o en clase o haciendo las tareas domésticas… puede parecer una locura, y en realidad fue un despertar a una nueva vida.
«Puede parecer una locura, y en realidad fue un despertar a una nueva vida»
Dierdre Wolownick le pidió a su hijo Alex Honnold que la llevara al rocódromo donde él entrenaba. Un episodio de tendinitis estaba impidiéndole escalar durante algún tiempo, así que le pareció un momento apropiado para empezar a preparar su modesto objetivo: comprender qué era lo que Alex hacía.
Aprender el lenguaje de la escalada, de manera que cuando él volviera a casa después de alguna de sus aventuras y le contara emocionado todo lo que había estado haciendo, ella fuera capaz de entender de qué estaba hablando, para poder formar parte de su vida de un modo más completo.
¿Cómo sería que tu hijo te enseñara a escalar? Es algo de lo que trata «El filo de la vida» de una manera entrañable: el cambio de roles, la confianza y la curiosidad por entender los mundos de tus hijos, en lugar de juzgándolos desde tus prejuicios, sumergiéndote en ellos con apertura.
Dierdre comienza a escalar para luchar contra el miedo que le da que su hijo escale, y la escalada acaba formando parte esencial de su vida y también de su relación con Alex.
«Aprender a escalar, estar aquí arriba con él, era mi antídoto. Una parte de los temores se disipaban frente al conocimiento»
«Aprender a escalar, estar aquí arriba con él, era mi antídoto. Una parte de los temores se disipaban frente al conocimiento, cuando veía con mis propios ojos qué hacía, a qué se enfrentaba, cómo era su mundo. Aunque no todos los temores desaparecían. Al fin y al cabo, soy su madre. Pero escalar ha sido la mejor defensa contra ese espectro».
Todas las madres tienen recuerdos que destacan. Para Dierdre Wolownick ver a su bebé de diez meses con su pijama de forro polar, de pie en el aire, a dos metros del suelo, aferrando su peluche azul y mirando tranquilamente hacia los otros patios por encima de las vallas, explorando el barrio. Sin duda, se convirtió en un recuerdo al que regresar en muchas ocasiones.
Acompañar a Alex en su crecer no fue tarea fácil. A lo largo de El filo de la vida, te desvela muchas cosas sobre ese niño inquieto y solitario, y sobre todo acerca de sí misma.
Es hermoso ver cómo ella se coloca ante las decisiones de sus hijos, ya que es lo único que está en su mano: «Siendo una madre, mi misión era imaginar –es decir prever– y prevenir. Pero debía intentar olvidarme de aquella misión e intentar encontrar otro papel, otra forma de ver la importancia, la belleza de lo que Alex se esforzaba en hacer.
Así que, cada vez que veía a alguno de mis hijos, hacíamos una fiesta, horneábamos pan de plátano, plantábamos una planta en una maceta o hacíamos cualquier cosa que nos gustara a los dos y que nos acercara un poco más durante unos momentos. Porque cuando nos diéramos un beso y un abrazo de despedida, yo sabía que cada vez podría ser la última».
Las páginas de El filo de la vida van viajando desde el reciente descubrimiento de la autora, la escalada, y cómo se va preparando para todos su objetivos, entre ellos El Capitán, a los que le acompaña casi siempre Alex, pasando por su infancia, su juventud, su convivencia difícil con el padre de sus hijos y motivo de dolor y frustración constante. Y algo inmenso y tan pequeño como una vida es lo que cuenta en este libro Dierdre Wolownick.
«Escalar saca a flote esa confianza y elimina todo lo superfluo»
«Confiar en que tu propio hijo tenga tu vida en sus manos, hora tras hora, exige una confianza para la cual la vida pocas veces nos prepara. Escalar saca a flote esa confianza y elimina todo lo superfluo. Alex probablemente nunca recogió su ropa cuando vivía en casa. Pero eso es superfluo. Lo cierto es que, si alguna vez necesito que alguien me salve la vida, él es en quien más confío».
Esa confianza se respira en todo el relato, una confianza en la vida, en lo que sucede. Y eso te lleva a una sensación de aceptación: aceptar que tus hijos son como son, que tú lo has hecho lo mejor que has podido con la conciencia y necesidades que tenías en aquel momento.
Una sensación de entender el absurdo del otro, incluso aunque ese camino pueda llevar a la muerte, quizá también es un camino que da sentido a la vida.
«Cuando estaba escalando, el pasado o el futuro no existían»
«Escalar me ayudaba a encontrar el sentido de las cosas. Cuando estaba escalando, el pasado o el futuro no existían. La concentración que exigía una actividad tan física y tan mental al mismo tiempo expulsaba de mi mente a todos los demás pensamientos.
Era mi estado zen, mi zona. Y cada vez que volvía de aquella zona las demás cosas me parecían un poco más claras, más comprensibles. Un poco más perdonables».