Por una parte, Margalef está viviendo unos años increíbles en cuanto a aperturas y encadenes de alto nivel. Con esto ha conseguido el reconocimiento mundial como zona de escalada de primera línea. Por otra parte, está pagando el precio de la fama. El problema de basuras y excrementos sigue aquí, acosando día a día. Los coches aparcados dentro de los campos de olivos ponen a prueba la paciencia de los agricultores. Pero hay actos que no se pueden admitir. El año pasado forzaron las puertas del corral en el Laboratori. Pues este pasado fin de semana, unos “escaladores”, se divirtieron mucho haciendo búlder en las paredes del nuevo depósito de agua del pueblo, situado al lado del aparcamiento del Racó de la Finestra. Para acabar el día con más diversión, rompieron todas las trampillas de desagüe de dicho depósito.
Cosas de la masificación, dirán unos; falta de educación, dirán los otros.
Estos chavales con sus diversiones no se pueden ni llegar a imaginar lo frágil que es el hilo que separa una zona de escalada activa de una zona de escalada prohibida.
En este pueblo, desde el primer momento, los escaladores fueron bienvenidos. Al ver toda la evolución y las dimensiones que estaba tomando el tema, el Ayuntamiento de Margalef, con su alcalde al frente, apostó muy fuerte para que se siga practicando la escalada en la zona. Ha sido él el que ha dado la cara delante de muchos instigadores de prohibiciones (políticos, instituciones, etcétera) . Sabemos de sobra que los gamberros son una excepción. Pero cada acto vandálico es un peldaño más arriba en el camino que lleva al cierre de sectores.
Vaya colectivo, tirándonos piedras a nuestro propio tejado. ¿Soluciones? Difícil respuesta.
El primer paso es que todo el mundo conozca la realidad, que hay problemas, y cada día mas. No solo en Margalef, en todas las zonas de escalada.
Jordi Pou